Image: Salvador Dalí

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Arte

Salvador Dalí

1929 "El gran masturbador"

29 marzo, 2000 02:00

Dalí: El gran masturbador, 1929

OBRAS FUNDAMENTALES DEL ARTE DEL SIGLO XX

Salvador Dalí (Figueras, Gerona, 1904-1989) ingresa en 1921en el mundo de la vanguardia española a través del mítico círculo de la Residencia de Estudiantes, donde traba amistad con García Lorca y Buñuel, con los que construiría los cimientos del surrealismo español. Tras una primera etapa de tanteo de lenguajes artísticos, llega la fecha determinante de 1929, cuando, ya en París, rueda Un perro andaluz, pinta sus primeros cuadros surrealistas importantes, es acogido por Breton y, en el verano, en Cadaqués, inicia su relación con Gala Eluard. En 1934 es expulsado del grupo surrealista y comienza su andadura en Estados Unidos, donde reside entre 1940 y 1948 y donde se intensifica su actividad pública, jalonada de excentricidades, en persecución del dinero y la fama. A su vuelta se declara católico y conservador. A partir de entonces vive, con el transcurso de los años en una reclusión casi total, en Port Lligat, donde crea, en 1974, el Teatro-Museo Salvador Dalí, y, una década más tarde, en Figueras, la Fundación Gala-Salvador Dalí.

En otoño de 1929 Salvador Dalí expuso por primera vez en París. Entre los óleos que entonces presentó se hallaba El gran masturbador, que había realizado aquel verano en Cadaqués. Tanto por la manera clara, precisa, casi fotográfica de estar pintado, como por sus manifiestas connotaciones sexuales, la obra puede situarse dentro de la poética surrealista que, desde mediados de aquel año, el pintor venía defendiendo en sus escritos.

Con la representación del rostro grotesco - "angustiado", decía Dalí- que ocupa la casi totalidad de la tela, el pintor introducía provocativamente la cuestión del autoerotismo. En consonancia con el cuadro, en diversos textos autobiográficos Dalí se refería a la importancia que tenía para él esa práctica sexual. Pese a ello, y pese al mismo título de la obra, es muy probable que la masturbación no sea el elemento principal de la pintura sino tan sólo uno de los muchos que la componen.

Esta afirmación resultará, tal vez, más comprensible si recordamos que Sigmund Freud, del que Dalí era un atento lector, había llamado la atención sobre el autoerotismo como una de las manifestaciones más destacadas de la sexualidad infantil. Y fue precisamente durante aquel verano de 1929 cuando el pintor declaró haberse visto asaltado por un afán "biográfico" que le retrotrajo a la primera infancia. Como él mismo nos ha contado, su mente se vio poblada entonces por un sinfín de imágenes pueriles que intentó trasladar tan milimétricamente como le fuera posible a la tela.

Contra lo que dijera Dalí, sin embargo, esas imágenes no tenían nada de pueriles. El acceso a la "biografía" a través de la masturbación conduce inevitablemente a un mundo de tensiones, ansiedades, terrores y angustias. Así lo deducimos de esa langosta en lugar de la boca; o de ese león con melena en forma de manojo de serpientes a modo de amenazadora cabeza de Medusa; o de esas largas pestañas que feminizan el rostro protagonista, por no hablar de su misma forma de torso descompuesto, al que cabría sumar las hormigas como nuevo signo de putrefacción de muerte; sin olvidar la pareja petrificada de la derecha, en la que las rodillas del personaje masculino se presentan manchadas de sangre, después de que la boca de la mujer se haya aproximado -¿sexualmente? ¿peligrosamente?- a sus genitales.

La representación de la "infancia" en Dalí parte del complejo y oscuro mundo de los orígenes radiografiado por Freud. En ese espacio, las denominadas "fantasías primarias", especialmente la de castración, parecen jugar, tanto en ésta como en otras obras de la época, un papel primordial. A través del recuerdo de un padre amenazador (que pronto simbolizará a través del mito de Guillermo Tell) y una "madre arcaica" (que condensará junto al padre en aquel mito: al mismo tiempo hombre y mujer, "monstruo de cuatro patas", como decía Crevel) Dalí escribirá un denso, oscuro, sintético relato de horror, que no puede, sin embargo, ser reducido, como entonces pretendía Dalí, en sintonía con los postulados surrealistas, a un mero documento psicopatológico.

Por encima del amasijo de símbolos sexuales procedentes del inconsciente, el pintor ha dispuesto un sistema visual que confiere orden, rigor y sentido a todas las imágenes. Dejando de lado las abundantes citas que la obra contiene, El gran masturbador, especialmente el "rostro" central, se basa en una obra clásica que le sirve de modelo y al mismo tiempo confirma su significación.

Pese a que el pintor siempre afirmó que ese "rostro" angustiado se basaba en una roca de Cap de Creus, lo cierto es que trabajos recientes (J. Yarza) han identificado su origen en la tabla de La Creación que forma parte del tríptico El Jardín de las delicias de El Bosco. A mano derecha de esa tabla, en efecto, puede contemplarse una roca que es al mismo tiempo un rostro siniestro. El parecido entre esa "doble imagen" y el "rostro" pintado por Dalí en El gran masturbador es sorprendente, y no puede deberse a la casualidad. No sólo por el conocimiento que Dalí tenía de la historia de la pintura, sino sobre todo porque ambos cuadros, a escala distinta, plantean en el fondo dos temas similares: un relato sobre los orígenes y sobre su relación con la sexualidad y las perversiones que de ella emanan.

Félix FANéS

Félix Fanés es catedrático de Historia del Arte (Universidad Autónoma de Barcelona) y director del Centro de Estudios Dalinianos (Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueras). Su último libro publicado es Salvador Dalí. La construcción de la imagen 1925-1930 (Electa, 1999).