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El Cultural

Sandro Veronesi: "El mito del cambio ha sido la gran losa del siglo XX"

El escritor italiano publica ‘El colibrí’, último Premio Strega, una novela plagada, como la vida, de frustraciones, felicidad, miedos y deseos que encierra un luminoso mensaje de optimismo y esperanza

10 diciembre, 2020 09:29

Reconocido internacionalmente por novelas como La fuerza del pasado (premios Viareggio, Repaci, Campiello 2000) y Caos calmo (Premio Strega 2006), Sandro Veronesi (Florencia, 1959) es un escritor atípico. Un escritor que en pleno 2020, el año de la incertidumbre y la desesperanza, cuando la literatura navega entre la disolución de géneros y la ruptura de márgenes literarios ha conseguido el éxito con una novela que es una defensa y un canto de amor al género y que narra una historia feliz y optimista sobre la resiliencia, la empatía y el amor.

El colibrí (Anagrama), su segundo Premio Strega, que ya ha vendido cerca de 150.000 ejemplares en Italia, cuenta la vida de Marco Carrera, un oftalmólogo que viaja a las entrañas del dolor y logra algo tan a contracorriente en estos tiempos frenéticos como mantenerse durante 40 años inmóvil, usando toda su energía contra el tiempo tal y como hacen esos diminutos pájaros capaces de aletear hasta 75 veces por segundo para mantenerse en suspensión en el aire.

Veronesi narra de forma maravillosa las pequeñas turbulencias de lo cotidiano, las frustraciones, los anhelos, los miedos y deseos que componen la vida de este héroe silencioso, corriente y discreto, metido de lleno en el ojo del huracán de una tragedia contemporánea hasta hallar, tras una existencia llena de vicisitudes, la epifanía del sentido de la vida. Porque un buen relato literario debe desvelar, a través de su historia, una verdad universal.

Para lograr plasmar esta vida, reflejo de muchas, el escritor reconoce haber afrontado “un pequeño acto de valentía, un acto de valentía privado, pequeño, pero muy importante para mí. Al preguntarme de dónde venía la novela descubrí que nació de la parte más oscura y angustiosa de mis anteriores novelas, aquella que al final decidí no desarrollar, que también hablan de vida, muerte, sufrimiento y resiliencia”, explica. Fue así, pescando en su interior, donde Veronesi advirtió que “debía soltar todavía mucho. Objetos preciosos perdidos en ese depósito donde uno acumula cosas, esa parte enmohecida donde hay telarañas y donde no entraba por la inquietud que me daba. Ha sido un esfuerzo de confrontación conmigo mismo y con esas partes que había decidido ocultar o censurar”.

"'El colibrí' nace de una confrontación conmigo mismo, de bucear esa parte enmohecida donde hay telarañas y donde no entraba por miedo e inquietud"

En ese profundo viaje al interior de sí mismo, Veronesi se redescubrió literariamente. “Encontré un sentido de humanidad que estaba enterrado y me ha permitido descubrir una positividad que en algún lado tenía que estar porque he tenido cinco hijos y, si no, hubiera sido un irresponsable. Pero nunca lo había explicitado literariamente, y ha sido una catarsis porque para un escritor es importante que las cosas fundamentales de su vida tengan un reflejo literario”, defiende. “Cada uno tiene una serie de cosas concretas y verdaderas que gobiernan su vida pero que a veces son difíciles de gestionar, porque nos sentimos nada frente a las potencias de ese motor interno invisible del que a veces ni tenemos consciencia”.

Cambios siempre para peor

No obstante, el escritor italiano reconoce que este viaje que le ha llevado a desnudarse no es necesario siempre en literatura. “Hay escritores muy importantes en la tradición italiana que nunca lo han hecho, nunca se han desnudado ni enfrentado a su bodega, que han volado muy alto y abarcaban toda la humanidad con la fuerza de su talento, inteligencia y genio”, explica.  “Por ejemplo, Italo Calvino nunca escribió un libro realista y nunca puso directamente nada suyo en sus historias, simplemente utilizó el símbolo o la metáfora. Hay que ser genios como él, o como Giorgio Manganelli, para poder permitirse no hacerlo. Yo sé que no tengo ese talento y también que para mí el gesto importante era bucear a fondo en mí mismo, no esconder nada y no espantarme de mi intimidad. Es mi único camino al no ser tan bueno”.

De esa forma nació un Marco Carrera que, como el escritor, es un hijo de los años 70, pero que ha adoptado ante las tragedias grandes y pequeñas de la vida (fallecimientos de familiares, divorcios, amores imposibles…) una postura opuesta a la del escritor en el asunto clave que desentraña la novela, cómo vivimos el paso del tiempo. “Él desconfía de la idea de cambio y esto hace de él un colibrí, alguien que conserva el tiempo, para las cosas. Para mí el cambio sigue siendo un mito, aunque llevamos ya veinte años comprendiendo que los cambios llegan inexorablemente y casi siempre para peor”.

"Desde hace muchos años, el mito del cambio ha consistido en una regresión, y la conservación se ha convertido en un valor"

Fue tras la lectura de A paso de cangrejo, una recopilación de artículos de Umberto Eco donde en 2006 ya se planteaba la involución sufrida en las últimas décadas en nombre del progreso y la irrupción del populismo mediático, donde Veronesi obtuvo el germen para abordar esa idea. “La inteligencia de Eco para conectar el mito del cambio con los avatares sociales que se han ido sucediendo en los últimos años me deslumbró”, admite el escritor, que recuerda que “cuando era joven, en los 70, parecía que, si ponías un poco de energía en lo que hacías, podías cambiar el mundo. Pero no advertí que el mito del cambio, la gran losa del siglo XX se ha desmoronado. Ahora sé que, desde hace muchos años, el cambio consistía en una regresión, y que la conservación se ha convertido en un valor porque la idea vacía de cambio está empeorando nuestro sistema de vida”.

El necesario papel del arte

Este empeoramiento de la vida cotidiana lo observa Veronesi en un retroceso que parecía impensables décadas atrás. “Todas las conquistas de la clase media burguesa son hoy de nuevo exclusivas para pocos. En los años 70 el poder adquisitivo no eran signo de un estatus, sino el símbolo de un bienestar que estaba llegando a todo el mundo, esa era la gran ilusión, que se podía mejorar el mundo”, insiste. “Vivimos en un momento terrible en el que tenemos la consciencia, por primera vez en la historia, de que dejaremos un mundo peor que el recibido, y nos hemos acostumbrado, ya es algo común, ni siquiera nos escandaliza ni sorprende”.

Pero tras tanto pesimismo, que es una constatación de la realidad, Veronesi no puede esconder el optimismo que le desborda, militante y combativo. “Hay que legar un espíritu al futuro, un testimonio de haber vivido una época a la que debemos aspirar a volver, retomar el camino que en un momento determinado abandonamos para volver hacia atrás. Esta es también la misión del arte, la literatura, la música”, defiende. “El arte nos tiene que ayudar a revalorizar las cosas, en un sentido realista, ver que estamos en un momento muy duro de una historia fantástica, que es la historia humana. La civilización y el arte no se sobrepusieron al terrible siglo XX para caer ahora en esto. Y la responsabilidad la tienen los grandes, pero si no puedes ser Sigfrido puedes ser su escudero, y yo soy sólo eso, un escritor que trata de plasmar una esperanza a través de la belleza, del esfuerzo, el compromiso de las personas comunes”.

"Si no puedes ser Sigfrido puedes ser su escudero, y yo soy sólo eso, un escritor que trata de plasmar una esperanza a través de la belleza, el esfuerzo y el compromiso"

En esta esperanza considera el escritor que radica el palmario éxito de su novela, que, además, viene marcada, claro, por la pandemia. “Ha sido un año altamente esquizofrénico para mí, la desesperación, angustia e impotencia conviven con el gran éxito de El colibrí, el mayor de mi carrera, que ha conllevado satisfacciones y alegrías. Esta mezcla de emociones ha sido algo agotadora y me ha generado una cierta culpabilidad”, reconoce. “Pero pienso que en este momento mi libro puede ser una ayuda. Los buenos sentimientos no son populares hoy en día y mi novela habla de algo universal, las familias infelices, que son las interesantes. El hecho de que haya una visión optimista, una esperanza, aunque haya tanta infelicidad también, ha sido catártico porque, por mucho que pueda parecer lo contrario a la gente le gusta ilusionarse, pensar y saber que hay esperanza”.

Una labor para la que Veronesi considera insuperable instrumento la novela, “ese artefacto decimonónico, que muchos consideran superado, pero que sigue produciendo los monumentos más importantes de la literatura. Las grandes novelas han dado una fuerza al siglo XX que ninguna otra forma de literatura le ha podido dar”, proclama. “En Italia, igual que en otras partes, muchos maestros de la segunda mitad del siglo XX han combatido ideológicamente la novela por considerarla como algo burgués, pero encontrar locos como yo que siguen creyendo en la novela sin reservas, que se dedican a la creación de mundos puramente ficticios huyendo de la autoficción, de ese mantra del hecho real, como está de moda, da esperanza a los lectores”.

Una libertad pervertida

Aunque más allá de lo estrictamente literario, Veronesi sabe que la lucha por el futuro se halla en otro plano, el político, que afecta por su propia idiosincrasia a todo lo que ocurre en la sociedad. Hijo, como dice, de los 70, vivió en una Italia donde “la política estaba dramáticamente presente en todo”, pero asegura que en las últimas décadas ocurrió algo todavía peor. “Venimos de unos años en los que la política aparecía haber desaparecido, incluso del parlamento y eso ha sido fatal, porque ha reaparecido bajo otras formas: fascismo, soberanismo, racismo… todo aquello que una práctica política correcta, no extrema como en los 70 pero tampoco ausente como en los últimos 20 años, hubiera podido mantener alejado”.

"Los populistas se han apropiado del concepto de libertad, lo han pervertido, y al resto nos queda hablar de verdad, una verdad que pueda garantizar un compromiso, un bienestar social"

Es por ello que, aunque en toda la novela su protagonista es alguien ajeno a ese mundo, en las últimas 40 páginas El colibrí se convierten en una suerte de relato distópico que discurre en el futuro y donde la política, en el sentido más amplio del término juega su papel. “He tenido que inventarme lo que sucedería dentro de diez años. En la actualidad vivimos un conflicto en absoluto inédito y previsible entre la verdad y la libertad. Los que hoy se manifiestan en Italia contra mascarillas lo hacen en nombre de la libertad. Y yo en este caso, estoy del lado, por primera vez en mi vida, de la verdad y no de la libertad, de limitar la libertad privada en nombre de una verdad pública y común. He sido un libertario, pero ahora limitar la libertad individual es lo correcto por el bien social”.

Posicionándose en este debate del que dependerá, a su juicio, el futuro común de la sociedad, el escritor apunta que “la libertad se ha pervertido, nos han quitado el concepto de libertad. Este pertenece ahora a los populistas y los fascistas, que se han apropiado de él y nuestra respuesta debe ser entonces hablar de verdad, una verdad que pueda garantizar un compromiso, un bienestar social, una vida en comunidad y no una libertad pervertida”.