Gabi-Martínez

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El Cultural

Gabi Martínez: “El propio mundo rural ha asumido el falso relato de atraso, incultura y miseria”

El escritor publica ‘Un cambio de verdad’, el relato honesto y literario de su experiencia de seis meses como pastor en la Extremadura natal de su madre

1 julio, 2020 04:15

La pasión por el viaje, la naturaleza y los animales del escritor Gabi Martínez (Barcelona, 1971) viene refrendada por su bibliografía -Los mares de Wang, En la barrera, Voy, Las defensas, Animales invisibles...-, que incluye todo tipo de aventuras, aunque quizá la más personal de todas sea la narrada en esta nueva novela. Un cambio de verdad (Seix Barral) es el relato de los seis meses que Martínez pasó viviendo entre pastores en una perdida región de Extremadura, La Siberia, de donde es oriunda su madre, hija de pastores que de joven emigró con sus padres a la capital catalana. El escritor explica que esta obra, donde aborda la vuelta a la naturaleza y a los orígenes, surgió tras advertir que “en este momento de un gran deterioro moral de la sociedad, mis padres y su generación mantienen valores e ideas como la honradez, el trabajo, la dignidad, la solidaridad... Tras tantos viajes a otros lugares y culturas nació en mí la necesidad de manera directa mis raíces y a través de ellas hablar del carácter de mi país”.

Pregunta. Este libro narra una vuelta a la naturaleza y a ese mundo rural con el que la mayoría de la gente de su generación en adelante ha perdido el contacto, ¿Por qué ha ocurrido esto?

Respuesta. Más allá del viaje personal a mis orígenes, una de las claves de Un cambio de verdad es la reflexión sobre qué significa la naturaleza para nosotros como sociedad, que es un debate abierto en otros países y aquí en España no existe. Quizá esta desconexión tiene que ver con ese “neorriquismo” de las últimas décadas, que llevó a que mucha gente asociara el tener dinero a las metrópolis y los apartamentos en la playa y renegara de todo lo que asociaba con lo rural, como si el campo fuera un sinónimo de incultura, pobreza y miseria. Pero ahora que han pasado los años se está redescubriendo que en el rural persiste cierto legado moral que merece la pena mantener. Y, sobre todo, que si pretendemos tener una sociedad equilibrada y plural debemos normalizar la convivencia igualitaria de lo urbano y lo rural.

P. En varios momentos alude a esa emigración masiva de mediados de siglo, pero también a que las ganas de emigrar persisten hoy. ¿Por qué la gente sigue abandonando el rural?

"La dejadez institucional provoca que todavía exista hoy en día un feudalismo real en algunos territorios, donde todo se gestiona en función de intereses muy concretos"

R. Porque no creen en sus posibilidades. Al final, somos el relato que nos contamos y mucha gente del campo ha comprado ese relato de tristeza y de lamento que habla de atraso incultura y miseria. Una visión paternalista que les ha sido impuesta desde las ciudades. Lo que pueda haber de verdad en ese tópico del atraso viene de que el campo sufre en España un manifiesto abandono por parte de las instituciones, que como legislan para satisfacer a la opinión pública, acaban olvidándose de cuestiones elementales, como hemos visto recientemente con lo sanitario. Pero el rural tiene un gran potencial, y si superáramos los tópicos y todos, quienes viven allí y quienes lo gestionan, hicieran un esfuerzo real, podrían desarrollarse proyectos estupendos.

P. Precisamente, mucha gente, incluso usted mismo al principio, se plantea la vida rural como un viaje al pasado. ¿Qué queda hoy de aquella vida rural de hace décadas y qué ha cambiado?

R. Ese prejuicio refleja lo poco que la mayoría de la gente pisa el rural. Si bien es cierto que tiene gran peso la tradición, y que se conservan muchos procesos, pensamientos e ideas seculares, con todo lo malo pero también lo mucho bueno que eso tiene, el campo está hoy plenamente integrado en la sociedad moderna. Y lo más arcaico es precisamente culpa de las instituciones y gobernantes, cuya dejadez provoca que todavía exista hoy en día un feudalismo real en algunos territorios, donde se gestionan en función de intereses muy concretos cosas como las subvenciones o los permisos. Pero todo esto es lo mismo que hemos vivido en todas las capas sociales: corrupción, intereses, jerarquías... A muchos terratenientes y empresas a las que les interesa mantener al campo en ese lugar en el que está, pero el propio Estado y los ciudadanos deberíamos tratar de dinamizar un sector clave, ya simplemente a nivel de la economía nacional.

Más allá de ese aliciente extra de lo económico, en ese “rescate” de lo rural Martínez concede un papel clave a la literatura, aunque asegura que “en los últimos años estuve incluso dudando si seguir escribiendo, pensando que hasta dónde podrían llegar las palabras en un mundo con tantísima información y donde la imagen se lo come todo”. No obstante, él mismo recuerda el papel jugado en favor del campo por ese grito desgarrador que fue La lluvia amarilla, publicada en 1988 por Julio Llamazares, "un libro con mucho eco que la gente abrazó porque reflejaba una realidad hiriente pero existente, la de los pueblos en decadencia que había que rescatar". Sin olvidar ese espíritu, el escritor considera que “para sacar al campo de esta situación de lamento hay que empoderarlo, hay que acabar con ese ‘discurso Llamazares’ y poner la fe en las nuevas generaciones, que ya ven lo rural desde ya otra perspectiva y a quienes hay que apoyar para que lleguen los cambios”.

P. Desde hace ya unos años se habla del resurgir en España de la literatura de la naturaleza. ¿Qué opina de este fenómeno?

"En España hemos generado monocultivos literarios plegados a los intereses del mercado. Si quieres escribir sobre algo sin un público mayoritario no hay manera"

R. Creo que es más que otra cosa un fenómeno editorial. El anglicismo nature writing ya lo dice todo. Desde la literatura que habla de naturaleza, que diría que es más un tema que un género, como ocurre con la literatura de viajes, se pueden hacer grandes libros. Este es el país del Quijote, que tiene muchísimo de libro de viajes, y pienso en Unamuno, Azorín, Machado, grandes caminantes y escritores de la naturaleza cuyas obras no se quedan en un nicho o etiqueta, son flexibles, elásticas... En España hemos acabado generando monocultivos literarios plegados a los intereses del mercado. Si quieres escribir sobre algo que no tiene un público mayoritario no hay manera, lo que lleva a muchos escritores a decantarse por entrar en estos fenómenos de masas. Desde que yo escribo han sido la novela histórica, después se pasó al de la metaliteratura, y ahora estamos en la novela negra, que es ya un imperio. Si queremos biodiversidad literaria debemos apostar por el riesgo, escribir de cosas que creamos necesarias, si no, ¿de qué literatura estamos hablando?

P. Una cosa que afea mucho a esta literatura sobre la naturaleza es el componente idílico con el que se describe el campo. ¿Por qué lo ve peligroso?

R. Porque edulcora y distorsiona la realidad. Como decía, me parece muy sorprendente que un espacio tan enorme de nuestras vidas esté tan escasamente narrado, hasta el punto de que mucha gente piensa que la gente del campo no son personas como cualquiera con un relato tan interesante como el de cualquiera, sino que deben ceñirse a ciertos estereotipos. En España somos muy de extremos, y no se puede pasar del realismo brutal de los Cela o Delibes a ese tono bucólico, porque para conocer una realidad de verdad hay que reflejarla con todos sus claroscuros y ambigüedades, en lo bueno y en lo malo. Para expresar y reivindicar la potencia del campo y ofrecer su versión real no podemos hacer postales, sino retratos completos.

"Para expresar y reivindicar la potencia del campo y ofrecer su versión real no podemos hacer postales, sino retratos completos"

Es por ello, que los referentes literarios de Martínez en lo referente a este tema son los clásicos españoles de finales del XIX y principios del XX, los Ortega, Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, Azorín, Machado... “Todos esos grandes, que vivieron en tiempos igual de agitados políticamente que los actuales, escribían mucho de viajes y naturaleza. En esos años crea el Instituto de Libre Enseñanza, un proyecto para que los jóvenes vayan al campo y de ese espíritu próximo al regeneracionismo surge una generación de poetas como la del 27”, explica el autor, que matiza que esos los intelectuales pensaban que “volviendo la mirada a los espacios naturales podía llegar antes la regeneración social”. Y cree también que de la ecuación sociedad, naturaleza y espíritu crítico, que asocia a estos maestros, “sale una literatura poderosa, y a través del relato que construye esta literatura se impregna a las futuras generaciones”.

P. Finalmente, y tras volver a su vida habitual en Barcelona, ¿qué queda en usted de esa experiencia, que ha aprendido?

R. Este viaje físico y mental me ha dado mucho. Por ejemplo, sufrí mi primer bloqueo de escritor. Durante el invierno y la primavera que pasé allí estuve plenamente fuera del texto, era incapaz de narrar, me faltaba la familiaridad, no tenía una intuición suficiente de ese entorno como para abordar el tema... Además, aprendí que con cuatro cañas puedes sobrevivir, pero tienen que ser cuatro cañas muy bien clavadas. Por último, aunque he vuelto a Barcelona sigo muy conectado con La Siberia. Y la forma de seguir en ese territorio querido fue a través de las personas, algo que muchas veces se deja de lado al hablar de la naturaleza. Conocí a pastores, apicultoras, queseras, rescatadores de buitres y cigüeñas... He hecho grandes amigos, hasta el punto de que decidimos montar un proyecto consistente en una trashumancia que visibilizara al mismo tiempo dos ámbitos socialmente olvidados, la naturaleza y la cultura. El resultado fue un viaje de ovejas negras con directores de cine como Mario Torrecillas, pintores como Ángel Mateo Charris y Carla Berrocal, fotógrafos como Gema Arrugaeta y Carles Mercadder... para reflejar eso de una manera muy gráfica. De eso ha nacido la asociación Caravana Negra.