Iñigo-Redondo

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El Cultural

Íñigo Redondo: "La literatura debe contar la cara B de la realidad"

El escritor, arquitecto de profesión, debuta en la novela con 'Todo esto existe', una historia a un tiempo dura y luminosa que confronta la realidad del individuo anónimo con un entorno social hostil

15 enero, 2020 10:24

“Cuando se me suben los humos, mi niña de dos años enseguida me habla de el cuento de papá, lo que me devuelve a la tierra inmediatamente”, bromea entre risas Íñigo Redondo (Bilbao, 1975), arquitecto de profesión que ha cambiado la mesa de dibujo por el escritorio en un viaje “abrumador, absolutamente loco”. Tras decenas de rechazos durante años, Penguin Random House decidió apostar por su novela tras leer su editora, Carme Riera, sólo cinco páginas. Desde entonces, su historia se ha convertido en uno de los lanzamientos de esta temporada, que acumula críticas positivas y el reconocimiento de unos lectores en aumento gracias al boca oreja. “Soy un marciano de la literatura, y la escala del fenómeno es totalmente desbordante. Solo me falta encontrarme a alguien en el metro con la novela”, reconoce.

“Escribir es fundamentalmente intuición”, afirma quien hasta la fecha sólo había escrito un poemario, finalista en 2004 del Certamen de Jóvenes Creadores de Madrid, unos cuantos relatos y una obra de teatro. “Se me presentó una situación, la de qué motivos podrían llevar a alguien que ha perdido todo en una catástrofe a querer regresar a ese sitio”, afirma sin querer dar más pistas para preservar el trepidante final de la trama. “Esa idea no fue sólo el motor de la historia, sino lo que hizo necesario construir una historia que pudiese explicar eso”, continúa.

Así, de atrás hacia delante, como enrollando una madeja, surgió Todo esto existe, una novela a contrapelo de la narrativa española actual ambientada en la Ucrania de los años 80, justo entre la perestroika y Chernóbil. “Por edad tengo un recuerdo de los años 80 y aferrarme a los sucesos de entonces me daba seguridad pero además me trasladaba a ese mundo onírico de los recuerdos de infancia, donde todo está algo deformado y borroso”, explica Redondo, que encontró muy atractivo esos años 80 de la Unión Soviética, “una época en la que prácticamente la caída del comunismo es un hecho y todos están sobreviviendo a base de intentar prolongar la agonía. En esa disolución que se introduce dentro del propio metabolismo social, en ese escenario enloquecido, una ficción adquiría un valor importantísimo”.

Una burbuja en el mundo

"Quería explorar los años 80 en la URSS, una época en la que la caída del comunismo es un hecho y todos sobreviven a base de intentar prolongar la agonía"

Viaje a Kiev mediante Redondo fue tanteando varias opciones para esa ficción hasta que encontró la final. “A la hora de buscar cuál era la ficción que pudiese encajar en este ambiente, no podía ser una cosa muy pirotécnica, con muchos personajes ni muy elaborada, con una confabulación judeomasónica ni gente desactivando explosivos… Busqué una trama muy sencilla, con unos elementos muy sutiles pero a la vez con muchísima rotundidad”. Se trata de la historia de dos personas a la deriva: Aléxei, un director de escuela recién abandonado por su mujer que cae en una espiral de alcoholismo y abandono, e Irina, una joven de 16 años, introvertida y desubicada en cuya casa las cosas no marchan como deberían.  

El cuerpo de la novela reside en la unión de ambos contra todo pronóstico, cuando la chica pide ayuda a su profesor, que la acoge en su casa, convirtiéndose por petición de ella en su secuestrador, pues no puede salir hasta que cumpla los 18. “Así esa casa se transforma una especie de burbuja en ese mundo en disolución, como el mensaje dentro de una botella, sin contaminar por el entorno en el que está. Y mantener esa pureza, ese oasis, la mayor cantidad de tiempo posible es uno de los desafíos de la novela, que no sea aburrido, que tenga sentido y que sirva para, desde ahí, entender la realidad que los circunda”, apunta Redondo.

En este planteamiento, que a priori puede parecer la típica historia, es donde despliega Redondo frescura y maestría al hacer que el relato de su convivencia sea natural, nada forzado, y rico en matices y sutilezas. “Me hacía sentir muy inseguro este asunto. Su situación personal es muy dura y la social de la URSS también, por lo que había un riesgo de caer en el melodrama, y lo correcto era mantenerse en un plano neutro, no ir a lo fácil, reconoce el escritor. “La novela llevó tiempo, lo que significa que convives con los personajes, que pasas todo el tiempo pensando en qué estarán haciendo. Pensaba en el tipo de derivas que ir creando, en cómo se instala poco a poco la confianza, cómo van solidificándose sus relaciones… Al final, como no tengo formación literaria me inspiré en qué haría yo, en cómo manejaría una situación análoga, para ver cómo estos personajes gestionarían los conflictos”.

Individuo vs. Sociedad

"Son los seres humanos corrientes, los que no salen en los libros de historia, quienes son los verdaderos héroes que configuran la realidad"

Unos personajes a los que Redondo concede importancia capital, pues una de las grandes reivindicaciones de la novela reside en presentar al individuo normal y corriente, que como Aléxei toma una resolución altruista que puede perjudicarle. “El héroe cotidiano del día a día, el que te encuentras a las 6 de la mañana en el metro, haciéndose cargo de sus sobrinos huérfanos, cuidando de su madre con Alzheimer…", enumera el autor. “Esos personajes son los seres humanos corrientes, los que no salen en los libros de historia pero que son los verdaderos héroes que configuran la realidad”.

Incluso a pesar de la sociedad, pues como admite Redondo, el secuestro que comete Aléxei "es algo manifiestamente reprobable, delictivo, pero ¿cuál es la alternativa?" Llevándolo a un contexto actual, el autor explica que “ahora estamos en una situación política, por buscar un ejemplo, totalmente polarizada y absurda en la que o estás conmigo o contra mí. Creo que la realidad no es así, sino muchísimo más compleja”, defiende. “Las situaciones humanas son complicadas y aproximarme a una como esta, que sería socialmente reproblable pero que es individualmente defendible y valiosa era mi intención. Este señor es un héroe, pero visto desde fuera es un delincuente. Y ese es el juego, contrastar la opinión mayoritaria, unilateral y polarizada con la situación específica del individuo, porque al final la realidad está hecha de individuos que cada día hacen cosas extraordinarias”.

En este eterno conflicto entre individuo y sociedad, el autor cree que, aunque hay momentos históricos más proclives a que destaquen, en cualquier realidad, incluso aquí hoy mismo, existen claves en las que ambas actitudes chocan sin remedio. “Las personas son inteligentes y la masa es ovejuna, podríamos decir, simplificando. Las multitudes son una criatura peligrosísima, polarizada y enloquecida, y seguro que hoy en día hay millones de situaciones que podrían poner en cuestión esta relación entre decisiones individuales y aquellas aprobadas socialmente, porque estas no reparan en matices, y la vida de las personas está llena de matices”, defiende Redondo.

"El choque entre individuo y sociedad siempre está presente, porque las decisiones y leyes comunes no reparan en matices, y la vida de las personas está llena de ellos"

Son estos matices, verdadera arquitectura de la historia humana, los que a juicio de Redondo debe reflejar la literatura, una manera de reflejar nuestra existencia y de escapar del miedo a no trascender. “La sopa humana está hecha de individuos que desaparecemos, que no salimos en los libros de historia ni en ninguna parte. Pero las personas reales existimos, la realidad está hecha de nosotros”, defiende el autor. “El ser humano se pulveriza cada día y desaparece, y la novela reivindica esa singularidad de cada persona, de cada realidad concreta porque tiene un valor incalculable”.

“Esa es una de las grandes funciones de la literatura, la reivindicación de que cualquier historia que se cuente ya es historia. La pretensión de la literatura debe ser narrar esa cara B y contar la historia del humano anónimo y silencioso. Si la novela es capaz de describir estas vidas ocultas le estará haciendo justicia a determinado momento histórico por encima de la misma realidad que reflejan los periódicos o los libros de historia.

Más receptor que emisor

En cuanto al futuro, el recién estrenado escritor no se plantea más que seguir desarrollando las ideas e inquietudes que le vayan surgiendo. “No conozco el mercado de los libros, leo básicamente clásicos, gente muerta. No soy lector de best sellers y no he escrito el libro con pretensión de vender mucho”, expone. “Ahora se lleva mucho lo de la autoficción, gente que cuenta su vida un poquito novelada, pero yo no soy interesante, soy un tío normal y corriente y la novela es lo que manda. Sólo he intentado darle a la historia lo mejor posible, ponerme al servicio de la historia, de la idea y de tratar de comprender una inquietud”, insiste asegurando que, para él, “decir que uno quiere ser escritor es como decir que se quiere ser bombero o futbolista, ponte y ya veremos”.

"Escribir tiene casi más de receptor que de emisor y para mí el error forma parte del proceso"

En este sentido, parece muy concienciado de lo incierto de seguir publicando. “En el arte no hay voluntad, tú no puedes decidir escribir un Premio Nobel, y además no haya avance, no hay progreso, es decir, puedes escribir una novela guay y cuando empiezas con la siguiente vuelves a estar en calzoncillos”. Un miedo que siente pero que no atenaza su pluma. “No tengo ninguna certeza para el proyecto siguiente, pero quiero seguir, siempre hay cosas donde me gusta meter el hocico. De hecho, ni siquiera creo que se pueda escribir bien. Puede que lo consigas con una novela porque eres capaz de entender sus claves y de darle lo que necesita, pero quizá empiezas con otra y no das con esas claves y te tienes que joder, afirma.

Lo que sí adelanta, además de que la historia será algo completamente diferente, es que no debemos esperarle en un corto tiempo, pues considera que “escribir tiene casi más de receptor que de emisor y para mí el error forma parte del proceso. Aunque vivamos en una sociedad que no lo perdona, de los proyectos frustrados aprendes mucho y creo que el tiempo es bueno. Hay un nivel de hiperproductividad para los autores que es una locura, pero yo pongo todo a cocer con calma porque cuando cuece mucho rato suele estar más rico”, concluye.