LE-CLEZIO-J.M.G

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El Cultural

J.M.G. Le Clézio: "Una ironía amarga se ha apoderado de la juventud"

El Nobel francés presenta en Madrid 'Bitna bajo el cielo de Seúl', una novela ambientada en Corea del Sur en la que una joven inventa historias para una mujer con una enfermedad terminal

6 marzo, 2019 01:00

Si en Las mil y una noches Sherezade contaba historias para salvar su propia vida, en Bitna bajo el cielo de Seúl, la última novela de J.M.G. Le Clézio (Niza, 1940), la protagonista lo hace para prolongar las ganas de vivir de su destinataria, una enferma terminal a quien los cuentos mantienen aferrada al mundo. El escritor francés, apátrida voluntario, vive actualmente entre Nuevo México y China (donde ejerce como profesor universitario tres y cuatro meses al año, respectivamente) y el resto del mundo. Hace unos años también impartió clases en una universidad femenina de Seúl. “Yo les enseñaba literatura y ellas me hablaban de la condición femenina en Corea del Sur”, explica el ganador del Premio Nobel de Literatura de 2008 a El Cultural, satisfecho con aquel intercambio de conocimientos. El ayuntamiento de la capital le pidió que escribiera un ensayo sobre la ciudad, pero él les ofreció en su lugar esta novela, que ahora ve la luz en español de la mano de la editorial Lumen y que el autor presenta este miércoles al público en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid. Bitna es una chica del sur rural de Corea, hija de pescaderos, que llega a la capital para estudiar y labrarse un futuro. Se establece en casa de su tía, una mujer mezquina que la trata con desprecio y la obliga a cuidar a su malcriada hija. Pero pronto la joven, amante de los libros, se independiza y se muda a un modesto semisótano gracias a que encuentra trabajo como cuentacuentos de Salomé, una mujer afectada por el raro síndrome de dolor regional complejo, que va mermando su salud poco a poco. Bitna inventa para ella o reformula a partir de vivencias propias historias como la de un policía jubilado que cría palomas mensajeras con la esperanza de que atraviesen la frontera para contactar con sus familiares de Corea del Norte, que abandonó siendo un niño durante la guerra que partió la península en dos; la de una gata, también mensajera, que ejerce de silencioso ángel de la guarda entre los vecinos de un barrio; o la de una joven cantante de música cristiana víctima de abusos sexuales por parte de un pastor y que se refugia en el rock, alcanzando una efímera fama pero no la felicidad. Ni la historia principal, narrada en primera persona, ni los relatos enmarcados por ella son invenciones de Le Clézio. “Todas las historias provienen de la realidad; son relatos que me han contado, que he leído o de los que he sido testigo”, asegura el escritor. El libro, en consecuencia, está escrito con el estilo de la protagonista, de una sencillez que concuerda con la transición del propio autor desde la experimentación de novelas como El atestado (debut con el que alcanzó la fama con apenas 23 años y con el que ganó el Premio Renaudot) hacia una claridad en la prosa que le fue revelada, como una epifanía, por los emberá, un pueblo indígena entre Colombia y Panamá con el que convivió durante tres años en la década de 1970. “Ellos no tienen escritura, pero sí un lenguaje literario elegante para contar cuentos. Me convencieron, por su manera de vivir, de que no hay que añadir complicaciones al relato. Hay que ser directo, lo importante no es el estilo ni la búsqueda de la originalidad, sino el ritmo y el entusiasmo al contar el cuento. Fue una buena escuela de escritura”, asegura el autor de La música del hambre. La relación de Bitna y Salomé se parece a la de Le Clézio con su viejo profesor de literatura. Cuando perdió la vista y buena parte del oído, el escritor en ciernes lo visitaba en su casa en un pequeño pueblo a las afueras de Niza para leerle. “Así trataba de devolverle un poco de todo lo que él me había dado”, recuerda Le Clézio. La diferencia es que Bitna lo hace por dinero y además acaba descubriendo el poder que ejerce sobre Salomé, cada vez más dependiente de sus historias, y la joven se debate entre la compasión y la vanidad, mientras que la vida en la ciudad la hace oscilar entre la candidez y el cinismo, llegando a afirmar que “la felicidad no existe”. Su autor no le lleva la contraria: “La felicidad es una utopía, puede existir un rato y después desaparece”. Por otra parte, Le Clézio cree que el pesimismo ha hecho mella en los jóvenes de todo el mundo. “Una ironía amarga se ha apoderado de la juventud no solo en Corea, sino en China, en Europa, en África, en todas partes. Son jóvenes que no han vivido la guerra ni la posguerra como mi generación, no han atravesado esos momentos difíciles, pero ven que la sociedad no ha previsto nada para ellos. En Dakar ves a los jóvenes esperando en el muelle a la embarcación que les va a llevar a otra parte. Son jóvenes que han estudiado, pero no hay en su país nada para ellos. La única solución que ven es escapar de allí, pero cruzar las fronteras no es una solución. Quienes cruzan de México a Estados Unidos saben que al otro lado no van a encontrar nada. Lo saben, pero aun así cruzan. Incluso mis propias hijas tienen dificultades para encontrar trabajo y fundar una familia. Las chicas de hoy lo tienen aún más difícil que los chicos”. Pregunta. ¿Cómo de grande es la brecha cultural entre Corea del Sur y Occidente? Respuesta. Corea es un país de tradiciones antiguas, es más antiguo que Japón, aunque aquí la cultura coreana sea menos conocida que la japonesa. P. La relación de Corea del Norte con Corea del Sur y Estados Unidos ha mejorado notablemente, aunque la reunión de la semana pasada entre Donald Trump y Kim Jong-un se cortó de forma abrupta sin llegar a ningún acuerdo. ¿Cómo ve el futuro de la península? ¿Imagina una futura reunificación? R. Es algo que la gente de mi generación allí espera con impaciencia, pero los jóvenes son escépticos. No tienen confianza en sus políticos y odian al dictador del norte. Aunque no los conocen personalmente, saben que tienen familiares del otro lado de la frontera y en las casas se conservan sus fotografías. El culto a la familia en Corea es muy importante. P. En la novela aparecen varios personajes cristianos. ¿Qué presencia tiene esta religión allí? R. Corea es un país sincrético. Hay taoístas, confucionistas, budistas, cristianos… La religión común a todos ellos es el chamanismo: si un niño tiene que pasar un examen se hace una ofrenda a un espíritu a través de un chamán. Ninguna religión excluye a las demás y eso me parece muy conveniente. P. En su anterior entrevista en El Cultural dijo que la ola populista era algo pasajero, pero cinco años después ha ido a más en muchos países. ¿Cómo lo ve ahora? R. Yo soy un militante intercultural, como tal no formo parte de ningún partido político. Trato no obstante de actuar para llevar a cabo la utopía de la interculturalidad, que ya han logrado países como Bolivia o Ecuador. Ese es el antídoto del populismo. P. ¿Es contrario al nacionalismo? R. No, no soy antinacionalista, me gusta el sentimiento patriota, que uno ame a su tierra, a su pueblo. Lo único es que yo no tengo tierra ni pueblo, pero entiendo que haya quien se sienta atado a un terreno, a un paisaje, a sus ancestros. Para mí sería Isla Mauricio o Bretaña [su familia, originaria de esta región francesa, emigró a la colonia del Índico a finales del siglo XVIII, y aunque él se crio en Niza, tiene la doble nacionalidad]. La literatura también es una buena patria. Es fácil viajar con tus libros, mucho más que con tu patria. P. ¿Cómo ve la actualidad política de Francia? ¿Qué opina de Macron y de los chalecos amarillos? R. Macron es muy joven y por eso soy indulgente con él, es normal que cometa errores. Pero a veces me enfada. Tiene la edad de los jóvenes, ¿por qué no tiene compasión hacia los de su propia generación? En cuanto a los chalecos amarillos, comprendo bien quiénes son. Cuando se eligió a Macron, al otro lado del espectro político estaba el fascismo, porque lo de la señora Le Pen es fascismo puro y duro, no hay que confundirse. Pero como Le Pen no ha sido elegida no se ha escuchado a sus electores, de modo que es así como se manifiestan ahora. No digo que todos los chalecos amarillos sean votantes de Le Pen, son gente enfadada que proceden de todo el espectro, los hay racistas y no racistas, de origen árabe o no... Están muy mezclados y lo que tienen en común es la rabia. @FDQuijano