Ray-Loriga

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El Cultural

Ray Loriga: "Uno debe aceptar el escritor que es y no soñar con ser otro"

"Todo el mundo tiene un recuerdo oscuro, una medusa tenebrosa que, en perfecta simetría, mancha el futuro de su existencia". Con esta premisa arranca Sábado, domingo (Alfaguara), la nueva novela de un Ray Loriga que tras el éxito de Redención (2017) se encuentra en mejor forma literaria que nunca. Como muestra, esta historia protagonizada por la culpa, las deudas del pasado y la imposibilidad de huir de uno mismo.

21 febrero, 2019 23:00

Desde sus voraces y exitosos comienzos, allá por los 90, no era común encontrarse tan seguido en las librerías con una nueva novela de Ray Loriga (Madrid, 1967). Dos años después de esa especie de renacimiento que supuso Rendición, Premio Alfaguara mediante, el escritor publica Sábado, domingo, una historia narrada en dos tiempos que bucea en muchos de los temas capitales de su literatura, como "el paso del tiempo o la culpa, que arrastramos como cadena de reo o enfrentamos de una vez por todas. Pero todo desde un punto de vista unipersonal, no estoy hablando de sociedades, sino de individuos", explica.

Loriga comenzó a escribir la novela junto a la anterior, y la terminó durante la extenuante gira de presentación. "Últimamente, no sé por qué, siempre estoy haciendo dos libros a la vez. Es un método un poco chiflado, al estilo de Banville y Benjamin Black, aunque sin pseudónimo, porque ya tengo uno y dos serían demasiados", bromea el autor, que reconoce que "sólo me siento escritor mientras escribo. Cuando tengo que hablar de mis libros muy seguido me acabo sintiendo un farsante". No obstante, cigarro en mano y eternas gafas de sol, invocamos al Ray Loriga escritor y no al de entrevistas y festivales para hablar, precisamente, de literatura.

Pregunta. Esta novela recupera algo de la voz del primer Loriga en ese adolescente que deambula por Madrid, ¿cuánto hay de nostalgia en este regreso?

Respuesta. Es a un tiempo nostalgia y también un juicio sumario. Por eso el libro está partido en dos. Tenía la idea de contar la misma historia con dos voces distintas que pertenecen al mismo hombre pero con 25 años de diferencia, porque el tiempo te convierte en una persona diferente. Esa primera voz sí que es muy afín a la de Lo peor de todo, mi primera novela, y era un regreso que me apetecía. Pero mi intención principal era ver cómo cambia esa voz en 25 años, explorar el abismo que hay entre lo que deseábamos ser y lo que resultamos ser finalmente.

P. Otro eje clave es la culpa, ¿hasta qué punto la importancia que damos al pasado condiciona nuestro futuro?

R. Esa es la otra idea fundamental, nuestra vida como simetría. Es decir, si haces un borrón aquí, éste se reproduce idénticamente al otro lado de la página. Es como un test de Rorschach que se prolonga en el tiempo, dos manchas reproducidas en perfecta simetría. El protagonista se siente acosado por algo que no sabe y no puede seguir avanzando en la vida sin descubrir lo que sucedió y qué parte de culpa fue suya. El libro plantea cómo los hechos del pasado marcan el carácter y el destino completamente y lo inoperante que es vivir en ese pasado. Como dice esa vieja máxima: "quien pone un pie en el pasado y otro en el futuro se mea en el presente". Eso es lo que está haciendo.

"No me arrepiento de mi trabajo literario. Más bien, pienso ahora que bastante bien lo hacía para lo joven que era"

Preocupado por esa tendencia actual de identificar autor y protagonista, Loriga se afana en marcar distancias. "Nada de lo sucedido en el libro me ha pasado a mí, es todo inventado, pero por supuesto vestido de ropajes míos, de cosas de familiares y amigos, para darle carne al personaje". Y es que, según asegura, "lo que me interesa es la literatura como indagación, primero, de la propia literatura. Es decir, uno cuando escribe una novela lo que está intentando es encontrar ese motor, esa idea, que le permita desarrollar una técnica literaria concreta. No escribes los libros para dar cuenta de las razones fundamentales del universo, sino que esas razones son la excusa perfecta para escribir".

En este sentido, hablando de culpa y paso del tiempo, el escritor reconoce que, si pudiera, no cambiaría nada de su pasado. Literario, claro. "No me arrepiento, no tengo esa sensación de arrepentimiento ante mi trabajo literario. Más bien, pienso con sorpresa que bastante bien lo hacía, sin presumir, para la edad que tenía cuando empecé", valora. "No me releo mucho, pero cuando chavales de 17 o 18 años me dicen que novelas como Héroes conectan con ellos veo que no me equivoqué tanto. Todo es mejorable, pero al final uno tiene que aceptar que es el escritor que es y no soñar con ser otro".

Literatura de observación

P. En cada novela cambia de estilo y tono, ¿cuál es el porqué de esta deriva?

R. En realidad no son cambios estrictamente planeados, funcionan por instinto, pero siempre he tenido la necesidad, o la voluntad, o el capricho, incluso, de cambiar mucho de tonalidades de una novela a otra. Pero sí que hay algo de mi voz, de mi estilo, algunas constantes que sí permanecen. Eso que decía Belmonte de que se torea como se es. Hay una parte de ti de la que no puedes escapar, para bien o para mal. Todos los escritores soñamos con escribir de otra manera, pero al final escribes como escribes.

P. Hablando de huida, ésta es una seña del protagonista, que la utiliza como estrategia para no afrontar la vida, los hechos, la madurez... ¿Hasta dónde es posible huir sin encontrarse con uno mismo?

R. De eso también trata la novela, de hasta qué punto se puede barrer debajo de la alfombra sin tropezar con una montaña gigante. ¿Hasta qué punto puedes huir de ti mismo sin volver a encontrarte? No lo sé, es un gran misterio, pero supongo que es casi imposible. Huir de enfrentar tus emociones o tu carácter no es sano. Sin embargo, es una opinión más, porque aunque escribo novela psicológica no soy psicólogo. El trabajo de la literatura es otro, más bien observar esos movimientos que curarlos. Pienso en la literatura más como una observación que como una cura. Yo no debo dar soluciones a los males del mundo o el ser humano, pero sí explorar la fascinación de observarlos. Abordo esas ideas o sentimientos compartibles y los traslado al lector, pero nunca me planteo curar a nadie, ni siquiera a mí mismo.

"Cuando uno lee a los demás se comporta como un cazador de virtudes, pero con sus propios textos lo es de defectos"

P. Decía que tras leer Rendición una vez publicada se fue a dormir tranquilo. “A mis cincuenta años es a lo que aspiro con cada novela”. ¿Alguna ambición más habrá, no?

R. Hay más ambiciones, sí, incluso comerciales, porque uno vive de esto. Pero hay algo más importante que todo eso, que es estar a bien con tu trabajo. Si cuando tengo el libro en mis manos, ya impreso, cuando soy incapaz de modificar nada, y al leerlo puedo dormir tranquilo, esa es una victoria fundamental. Además ocurre que, y esto es una obviedad más grande que el Maracaná, los escritores somos grandes lectores. Y cuando uno lee a los demás, por entusiasmo o placer, se comporta como un cazador de virtudes, pero cuando lees un libro tuyo te vuelves un cazador de defectos. Es una relación un poco injusta con la propia obra, pero me parece muy sensato que así sea, porque así te ocupas del trabajo sistemático de ir a la mina. Una mina en la que en lugar de oro estás buscando mierda para quitarla antes de que la vea nadie. Ese trabajo es esencial en la escritura.

P. Siempre se le achaca ser valiente a la hora de escribir, ¿qué le parece este juicio?

R. En literatura la valentía, que no la insensatez, es una virtud. Acomodarse al gusto de la época, del lustro o de la semana, porque hoy los gustos cambian muy deprisa, y encajar ahí plácidamente con una técnica más o menos precisa, me parece una aventura poco fascinante para el escritor. Creo que uno debe tirar de instinto y si sale bien, bien, y si no, te estrellas, pero hay un punto de subirse al alambre que me parece esencial, sin el cual escribir no tendría especial gracia. No estoy diciendo que haya que vivir en el riesgo constante, pero sí me parece que es fundamental esa parte de aventura en cada libro, ese riesgo que asume el autor.

P. Entonces, ¿no le veremos escribiendo, por ejemplo, literatura rural, que es el tema en boga actualmente?

R. Sí, ahora dicen que se lleva el ruralismo. ¿Quién lo iba a pensar? De pronto se publicaron con éxito Intemperie y La España vacía, libros muy dispares cada uno con sus méritos, y se puso de moda esta corriente ruralista. Las editoriales no son capaces de adivinarlo, lo que sí pueden hacer es aprovecharlo a posteriori. Dicen, "¿no teníamos un manuscrito que habíamos desechado porque era demasiado rural?". Pasó con la literatura de la nueva narrativa, como se llamó en mi época, con los escritores jóvenes. De pronto, escritores de veintipocos años que habían obtenido un no inicial a sus manuscritos porque había una generación solvente y asentada de escritores de cincuenta años, se encontraron con que al triunfar dos o tres libros de jóvenes les publicaron a ellos. Eso pasa con las modas, que muchas veces las editoriales intentan aprovechar el filón.

Sin amenazas

"Hay gente de mi generación que se ve amenazada por los jóvenes, pero yo siempre he pretendido evitarlo"

Precisamente Loriga es uno de los pocos supervivientes de aquella generación de los 90 del joven realismo sucio, que parecía venir para jubilar a esos popes de 50 años. El tiempo ha demostrado que la convivencia es posible, pero como reconoce el escritor, el miedo siempre puede acechar pues "la literatura es tan dura como oficio, sobre todo económicamente, que cuando sale una nueva generación, las anteriores se preocupan. Ahora está pasando con la mía", explica. "Hay gente que se ve amenazada por Luna Miguel, por el Premio Herralde de Cristina Morales o incluso por el fenómeno youtuber, blogger... Siempre hay una sensación de amenaza que he pretendido no tener nunca, ni amenazar ni sentirme amenazado. Mi mente ha funcionado de manera saludable en ese sentido".

En cuanto a la pervivencia de aquellos jóvenes escritores de finales de los 80 y principios de los 90, Loriga cree que la mayoría gozan de buena salud literaria. "Aparte de los clásicos como Etxebarría o Mañas, que son los más obvios, somos muchos más. Ayer estuve presentando el último poemario de Luisa Castro, Actores vestidos de calle (Visor), que me encanta y está en perfecta forma literaria", asegura. "Y luego hay otros como Marcos Giralt Torrente, Martínez de Pisón, Martín Casariego... o los desgraciadamente fallecidos Francisco Casavella y Félix Romeo. Nos hemos mantenido a flote cada uno con su suerte", opina Loriga, que cree que la literatura, más que cuestión de generaciones, es un tema individual. "Por eso no me toca a mí juzgar el poso de las generaciones, los escritores vamos de a uno".

P. Quizá es algo prematuro, pero ¿qué ideas está incubando para su próximo libro?

R. Siempre tengo alguna bala en la recámara, alguna cosa perdida en el cajón, pero tengo que esperar a ver cómo se desarrolla. Estoy empezando a explorar ideas, pero últimamente escribo las cosas con varios años de retraso, esta novela misma llevaba casi diez años esbozada en una moleskine, así que todavía no sé por dónde irá el próximo disparo.