Image: Agustín Fernández Mallo: La poesía, si no se resetea a cada instante, no es poesía

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El Cultural

Agustín Fernández Mallo: "La poesía, si no se resetea a cada instante, no es poesía"

11 septiembre, 2015 02:00

Agustín Fernández Mallo. Foto: Araba Press

Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) conversa con la misma soltura sobre Valente que sobre Mad Men, sobre Sr. Chinarro, los chicles de fresa, Gamoneda, las redes y Cioran. Físico en excedencia, hace tiempo que descubrió que todo es poesía, sus novelas y ensayos incluidos. Y que la ciencia, uno de los ejes de su obra, es inseparable de su experiencia cotidiana en la que "la visión de las cosas en clave científica se mezcla o convive de un modo muy natural con la lectura en clave popular y culta".

Confiesa Fernández Mallo que hoy como entonces, en 1998, cuando todo comenzó con la aparición del poemario Creta lateral travelling y la novela Nocilla dream, sigue viviendo en "estado de alerta", sin someter su obra a rutinas ni horarios. "Es -insiste- el único modo en que sé escribir. La cotidianidad es una red en la que van apareciendo cosas que de pronto te atrapan, y es entonces cuando me siento a escribir". Ahora, al pensar en el poeta que fue y el que hoy es, descubre que "las capas de escritura no se hallan separadas en el tiempo, se infiltran las unas en las otras", así que supone que entre Creta y Ya nadie se llamará como yo, dos poemarios tan distintos, existe una corriente común. Él habla incluso de una intención, "que bien podría llamarse 'nomadismo estético': crear mapas de tránsito entre diferentes espacios y disciplinas, y con ello suscitar emociones, hacer un realismo que integre la complejidad de lo contemporáneo. Ello pasa por extraer de la tradición todo cuanto te suscite ideas y te resulte valioso para releerlo hoy, y actualizarlo. Son procesos que viajan en todas direcciones". Pregunta.- Teniendo en cuenta su profesión de físico, parece inevitable que su poesía esté impregnada de referencias científicas, de matemáticas y bosones de Higgs, pero ¿qué hace del lenguaje científico uno plenamente poético? Respuesta.- Bueno, el uso que hago del lenguaje científico es puntual, imágenes concretas en la cuales detecto que hay un hallazgo metafórico. El grueso de mi poesía bebe de mi experiencia cotidiana, en la cual la visión de las cosas en clave científica convive de un modo natural con la lectura en clave popular y culta. Utilizo el lenguaje científico sólo cuando en él veo estructuras o terminología que además de ser metáforas en sí mismas -como lo es toda la ciencia- también son capaces de crear una metáfora en otros territorios, es la generación de una traslación del sentido original, que cobra otras resonancias en un nuevo contexto. Dicho de otro modo: en la literatura, la ciencia no me interesa como argumento de una acción o una peripecia -como sí hace la ciencia ficción-, sino como un campo que convenientemente estetizado puede crear metáforas de carácter emocional. Quizá por eso, Fernández Mallo no considera que la ciencia sea la gran épica de nuestro tiempo, aunque algo de eso haya, y no le guste nada, "porque de héroes y mesías andamos sobrados", dice. Aunque para él, físico en excedencia tras años de trabajo como radiofísico en el Hospital Son Dureta de Palma, lo más llamativo sea que la ciencia se haya convertido en "el relato oficial al cual la gente vierte la casi totalidad de sus esperanzas". P.- ¿Todas, está seguro? R.- Sí. Hace siglos, digamos en la premodernidad y en parte de la modernidad, los pueblos encomendaban sus deseos, miedos, ilusiones y fantasías a leyendas y mitos populares. En la segunda mitad del siglo XX -y tras un fuerte rechazo producto principalmente de las bombas atómicas y de la supuesta cosificación ejercida por la tecnología- eso cambia totalmente y hoy nos encomendamos a la ciencia, que aparece como verdadero discurso de salvación y legitimador de cuanto toca. Basta ver cualquier revista generalista, en la cual no deja de haber un artículo de ciencia, o el modo en que nos excitamos con las manipulaciones genéticas -que por una manía antropológica asociamos a lo fantástico-, o en un modo más prosaico, la construcción del cuerpo como un templo dedicado a la tecnología -gimnasio, retoques estéticos, quiméricas dietas que prolongan la vida-, o esa tan graciosa y vacía coletilla que dicen en los spots de detergentes: "científicamente probado". Quiero decir que para bien y para mal, la ciencia se ha instalado como relato legitimador no sólo de lo fáctico e instrumental sino del deseo. Para bien como un corpus que aporta bienestar y conocimiento, y para mal cuando es invocada por baratos esoterismos. P.- Volviendo al libro, explica Pablo García Casado en el prólogo que en su poesía conviven el lenguaje científico, el amatorio, el cinematográfico. Yo añadiría el cómic, el pop, las redes... ¿son las bases de una nueva poética, de la postpoesía? R. - Sí, y es que yo no veo conflicto entre esos códigos y registros. Si la poesía estaba en los pucheros o en una magdalena de Proust, también puede estar en una teleserie, en el estudio de una red o en una vaca. Mi lectura es trasversal, y creo que la esencia de lo poético también lo es.

Tanto me inspira la lectura de poetas como Vicente Valero, Eduardo Moga, Antonio Gamoneda o el propio García Casado, como una anodina conversación que cojo al vuelo en la TV. Pensar que hay registros más poéticos que otros es, en sí mismo, una idea inculta, además de contradicha por la experiencia. Lo que hace a una cosa susceptible de generar poesía es la mirada, y es en esa transformación donde aparece la metáfora, la cual relaciona dos objetos o dos ideas que estaban tan separadas que nadie antes las había visto unidas. Cuando Newton ve caer una manzana y a partir de ahí desarrolla la Teoría de Gravitación Universal está haciendo un acto radicalmente poético: mirar una manzana como antes nadie la había mirado. No creo que a nadie se le ocurra desacreditar a Newton por inspirarse en una manzana o porque su teoría también incluya a las manzanas. Lo mismo ocurre en la poesía, todo material, del más humilde al más excelente, es susceptible de hacer brotar una imagen nueva con tal de tener el ojo atento y la sensibilidad educada para ello. P.- ¿Qué desea de la poesía y qué debe dejar atrás, (y por qué)? ¿ha llegado la hora de "resetearla"? R.- La poesía si no se resetea a cada instante no es poesía. En la poesía el trueno ha de darse al mismo tiempo que el relámpago. Sobre todo porque ese reset nunca es total, de un modo inconsciente quedan huellas de las fuentes, que no han de aparecer explícitamente pues entonces estamos en el amaneramiento o la impostura, pero han de estar como inevitable huella. Si pensamos en todos los poetas importantes, los que han perdurado, son quienes han reseteado algo de lo que se daba por dicho y hecho en su tiempo, así que tuvieron en primer lugar el talento y en segundo lugar la valentía para a través de su voz proponer espacios nuevos, ampliar la semántica de las cosas, que es lo mismo que ampliar el mundo pues el mundo es construido por el lenguaje. Por otra parte, creo que la poesía es hoy el ámbito de las letras donde se están dando las propuestas más creativas, nuevas búsquedas, lo cual con independencia de que haya cosas que me gusten más o menos, es muy de celebrar.

La experiencia de la muerte

P.- Sin duda es éste su libro más íntimo y personal, en el que la presencia de la muerte adquiere un protagonismo esencial... ¿hay, tiene razones para el pesimismo? R.- La verdad, no veo en la muerte motivo de pesimismo. Al contrario, es una experiencia tan brutal, tan inédita y para la que nadie nunca está preparado, que cuando de algún modo te toca te das cuenta de que genera sentimientos de afirmación que hasta entonces desconocías. Se trata de una cara B de la muerte que no acostumbra a ser puesta de manifiesto en los relatos, pero que es tan real como aquella que la tiñe de pesadumbre o pena. Quiero decir que cuando alguien cercano se muere, con el paso del tiempo empiezas a descubrir cosas del fallecido que antes eran totalmente inadvertidas. Te das cuenta de que, por así decirlo, esa persona muere para renacer en ti de otro modo, y es esa resurrección lo que me parece tremendamente extraño y al mismo tiempo vital en tanto dota de sentido al acto de no existir nunca más. La muerte me parece muy misteriosa por ello, afirma y despliega sentimientos en toda clase de direcciones. Por ejemplo, la parte final de Ya nadie se llamará como yo, que lleva por título, "Veo Un Bosque Y Algo Más Vivo Dentro (Oración)", toda ella son reflexiones de orden biológico, antropológico o incluso económico llevadas a la idea de la muerte como renacimiento, y funciona como una oración para un duelo, de un modo muy emocional y afirmativo.
"El poema deja de ser poema cuando hay cabida para el sentimentalismo. Entonces pasa a ser un guion de telefilme o un panfleto"
Te cuento una anécdota que me hizo pensar en este tipo de cosas: hace años tuve que ir a un funeral, un compromiso, y entonces vi que los rostros de los hijos e hijas del fallecido, un tanto desfigurados por haber llorado y sin su aspecto diario, se parecían más que nunca al rostro de la persona fallecida cuando estaba viva, como si en ese momento los "genes" del fallecido resplandecieran de tal modo que la familia, a través de los rostros, reivindicara una especie de silueta subterránea y común. Como si de pronto todos participaran de una misma radiografía. Ese eco, esa voz en diferido del muerto me pareció un claro símil de cómo algo muere para de algún modo renacer en ti. P.- Y, sin embargo, el libro proclama, desde las palabras iniciales de W. C. Williams, que en un poema nada cabe de naturaleza sentimental... ¿no es una contradicción, verso a verso? R.- En mi opinión, creo que lo que William Carlos Williams quiere decir con eso es que el poema si es perfecto funciona también como una perfecta máquina de generar emociones. Cuando hay cabida para el sentimentalismo, la redundancia, el subrayado, etc, es cuando el poema deja de ser poema, deja de ser efectivo, deja de ser una red de conexiones que el lector crea in vivo y pasa a convertirse, según casos, en un guión de telefilme o en un panfleto. Por otra parte, creo que la poesía siempre o casi siempre va del detalle, de la anécdota que pasaba inadvertida, a lo general. Como te he comentado, creo que la poesía está en el ojo de quien mira y para ello no hace falta irse a lugares lejanos, todo está aquí mismo, al lado. La máquina a la que se refiere Williams es precisamente esa: la que hay en cada cosa y que el poeta de algún modo -casi siempre por descontextualización- acierta a construir. P.- Heisenberg creía que lo importante son los estados iniciales y finales de todo: ¿intuye en qué puede acabar su aventura literaria, a través de géneros muy diversos pero que, para usted, son poesía con distintos disfraces? R.- Sí, con esa cita de Heisenberg trabajé en mi novela Limbo, pero para dar a entender que no estoy de acuerdo con ello: me importa más lo que hay en medio, los procesos, el camino. Y no, no puedo saber cómo acabará mi "aventura literaria", y prefiero no reflexionar demasiado acerca de los géneros ni tipificar lo que hago porque ello me impediría escribir lo que realmente quiero escribir. Normalmente se me ocurren ideas o imágenes, todo parte de un detalle que puedo leer, ver u oír donde sea, y aquello toma un camino que más o menos se ve definido en forma de ensayo, poema o novela. En realidad ese camino responde a la arbitrariedad del momento, del instante, que supongo que depende tanto del estado de ánimo como de las posibilidades plásticas que se intuyen en cada cosa, o incluso de la condiciones materiales que te rodean. Eso sí, para mí, con independencia de la forma que tome, todo lo que hago tiene que ver con la poesía en el sentido de que nace de una misma pulsión, que es poética. De modo que ni me planteo "en qué puede acabar mi aventura".

Lo que al final queda de cualquier conjunto de libros no son aquellas buenas o malas críticas de las que fueron objeto, ni las declaraciones o intenciones del autor, sino algo mucho más general, las corrientes que crearon o ayudaron a crear, el modo en que esos libros se inscribieron en un inconsciente literario colectivo, cómo son significativos de una época, etc. Por otra parte, creo que lo mejor es no plantearse esas cosas. Una excesiva reflexión acerca de la trayectoria literaria de un mismo es perjudicial pues te lleva a recrearte en los éxitos o a la insoportable autocompasión en los fracasos, y ello te impide avanzar. Hay que escribir lo que en cada momento crees que debes escribir, y ya está.

Respetar e ignorar al lector

P.- ¿Sigue creyendo que el mayor acto de respeto al lector es ignorarlo? ¿Sus editores le dejan? R.- Por supuesto, y me parece de pura lógica. Escribir para agradar a los demás es tan ofensivo para el lector -y malo para la obra- como escribir para desagradar a los demás. El lector no debe existir cuando escribes. Al menos esa es mi opinión. Yo escribo para desarrollar mi propia poética, para investigar las cosas a través de un lenguaje que considero propio. Me parece que es la forma honesta de hacer las cosas. Además, es lo que me divierte y me estimula, la dimensión doméstica del trabajo. Si después el resultado gusta a los lectores, pues fenomenal. Y si no gusta, pues mala suerte. P.- Por cierto, ¿qué recuerda ahora de la polémica que rodeó la llamada "generación Nocilla"? ¿Por qué algunos reaccionaron con tanta ferocidad? R.- Bueno, la verdad es que no recuerdo polémica alguna. La polémica es algo demasiado constructivo y respetable como para calificar así algunas manifestaciones cuya pobreza intelectual habla por sí misma. Recuerdo más bien pataletas que nada tenían que ver con la literatura sino con las cuotas de poder que algunos de pronto ven amenazadas. Pero da lo mismo, esto es una carrera de fondo, y el tiempo ha demostrando la valía de esta clase de propuestas, serias y arriesgadas, objeto de estudio aquí y allá, con miles de lectores y con muchas puertas aún por abrir. P.- Comenzó editando en una pequeña editorial independiente como Candaya, y ahora publica sus novelas en Alfaguara, la poesía en Seix Barral y el ensayo en Anagrama: ¿aciertan los que afirman que los editores a la vieja usanza están en peligro de extinción y que predominan los expertos en marketing? R.- No lo sé, No lo sé, no he detectado esos movimientos, al menos en la literatura que se da en llamar "literaria". Quizá funcione en el ámbito de best seller, y no me refiero al libro que llega a ser una gran éxito de ventas porque gusta al público y a la crítica sino a esa otra clase de literatura que desde su origen se programa como un laboratorio de ventas. En las editoriales que has citado nunca he visto mi obra sujeta o manipulada por figuras meramente administrativas; todos los editores y editoras con quienes trato han cuidado y cuidan mi obra bajo criterios literarios, no de ventas o marketing. P.- Antes hablábamos de resetear la poesía: ¿qué habría que resetear de nuestra cultura, o al menos de la política cultural? R.- La verdad es que no dedico mucho tiempo a pensar en la cultura -para empezar no sé bien qué es-, y mucho menos en pensar en la política cultural, que es su más extraña metafísica. Me preocupa algo más básico, la educación. Me escandaliza que en un informativo serio se dé crédito a cosas como que el limón cura el cáncer, que la imposición de unas cuantas piedras sobre tu cuerpo mejore la salud, que gente supuestamente informada hable de las "energías positivas y negativas de las personas", y disparates antiilustrados de esa índole, que son puro pensamiento mágico, y que no hacen sino constatar el fracaso del sistema educativo occidental. @nmazancot

Poetas con ciencia

José Ignacio Montoto La ciencia ha estado casi siempre presente en la poesía de José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979) de modo trasversal, aunque quizá se haga más palpable en poemarios como Tras la luz (La Garúa, 2013) y en la primera parte de Estamos todos, aquí no hay nadie (Renacimiento, 2015). "El porqué de esta presencia es sencillo", dice, "siempre me ha gustado adentrarme en nuevos campos semánticos". Para el autor de Mi memoria es un tobogán/Espacios insostenibles (2008), Superávit (2010), La cuerda rota (2014, Premio Andalucía Joven de Poesía), el secreto de convertir el lenguaje científico en uno plenamente poético radica en "el uso que el poeta haga del mismo, la combinatoria que ofrece a la hora de plasmar ciertas imágenes para ahondar en su plasticidad". Poema extraído de Estamos todos, aquí no hay nadie Una bolsa de plástico llena de aire. El profesor dibuja un círculo en la pizarra. Los alumnos miran atentamente la circunferencia que lo envuelve. Se supone que contiene al círculo. Ese círculo contiene la nada o algo que se aproxima a ella, lo que no deja de ser algo: el aire que rellena la bolsa. No dar crédito a esa idea. Hay una órbita que expande sus ojos. La fosforescencia de la tiza rellena la vacuidad del axioma. Los lunares suelen tender a infinito. ¿No crees? Seguramente, ese lunar que realza tus labios sea el mismo que el de tu madre, tu abuela y así hasta la primera generación, siempre es el mismo, como la nada. Se perpetúa hasta el infinito y al final. Al final explota. Sí, el aire de la bolsa. El interior de la circunferencia. El círculo. El conjunto. Tiene su fin: lo representamos como O.
Rafael Courtoise Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958) ganó en 1996 el Loewe de poesía con Estado sólido (Visor), un poemario derramado verso a verso en lenguaje científico. Estudioso de las matemáticas y de la física cuántica, Courtoisie encontró en estas materias "un universo poético maravilloso, una mirada más allá de las apariencias, hacia el fondo -nunca alcanzable del todo- de lo que llamamos 'realidad'". Y recuerda que "el discurso científico, como el filosófico, como todo discurso que ordena un saber, conlleva un sistema metafórico, una poiesis. Está allí, al alcance de quien quiera emplearla para resignificar su su expresión del mundo. El principio de incertidumbre de Heinsenberg, la dualidad onda-partícula y otras formulaciones me abrieron la puerta a una dimensión poética inagotable". Metales La gramática del bronce y de otras aleaciones es simple. Es una gramática de dos, de tres, o de cuatro. La gramática del hierro, en cambio, es más compleja pues consiste en un solo elemento con todas sus variedades y verdades. El hierro es la melodía y la composición del uno. En la complejidad y el silencio terroso de sus óxidos está el otoño, está el recuerdo de la madera viva, está al vinagre. El vinagre se manifiesta en los puentes, en las vigas y en las torres, al costado de los buques por corrupción y  herrumbre, pues el hierro es un vino espeso y duro. El hierro deviene vinagre por la acción del agua, sobre todo de la salobre: se trata de un vinagre polvoriento, terroso,  con los atributos de la declinación y el sacrificio. Un clavo de hierro recuerda al espíritu. Un clavo de hierro recuerda la cruz y las llagas. Pero también la posibilidad de una resurrección. Los parientes del bronce, en cambio, constituyen las frases complejas de las aleaciones, los complementos directos e indirectos que hacen a la palabra de cualquier metal, aunque pulida, burda. El bronce se presenta menos dispuesto que el hierro  a la corrupción y al meteoro, pero exhibe una impudicia: con esta materia se componen las estatuas de los héroes. Una fortaleza pervertida se advierte en los miembros, en las poses estáticas, en las manos y en los pies de bronce. El hierro rara vez imita al cuerpo. El bronce, en cambio, se parece a la carne en su moldeado. El bronce se presta a la ortopedia. Las imágenes, los contornos y los volúmenes brindan en él una parodia. Este material se aproxima, simula la carne para desmentirla, es falaz hasta el ridículo. El bronce persistente sostiene la forma de una burla y a veces, de un simulacro o sacrilegio. Su rigidez, su exudación de una verdosidad venérea, recuerdan hasta qué punto lo sustancial y animado, lo cierto en grado mayor puede prostituirse. Espadas, hombres, y caballos.
Javier Moreno Entre la literatura y las matemáticas, Javier Moreno (Murcia, 1972) ha urdido una sólida obra que se despliega en novelas como 2020 (Lengua de trapo), libros de relatos como Atractores extraños (InEditor) y en La imagen y la semejanza (La Garúa), su poesía reunida. Moreno razona que la ciencia y la tecnología son lenguajes preponderantes en nuestro mundo y que "orillarlos empobrecería el propio lenguaje de la poesía que debería ser omniabarcante". "La ciencia", continúa, "al menos la teórica, y sobre todo las matemáticas, tiene como uno de sus objetivos la formalización. Otro tanto ocurre con el lenguaje poético. Y si hablamos del proceso de invención, la ciencia, como han manifestado matemáticos como Poincare y Alain Connes, debe recurrir a metáforas y analogías en su camino hacia el descubrimiento. En esencia las raíces del hallazgo científico son las mismas que la del hallazgo poético". Esta tiza Esta tiza  -dicen- está hecha de átomos, a su vez compuestos de electrones integrados por quarks que es microcósmico homenaje a Joyce (Three quarks for Muster Mark, etcétera...). Con ella escribo las fórmulas que dictan el devenir de la materia; y ese rastro blanco de átomos y electrones y quarks ordenan a su vez -de alguna manera- la substancia anonadada de mi cerebro. En el fondo, quizás detrás de todo instinto de conocimiento resida el poético deseo de alojar en nuestro cráneo  una porción -siquiera metaforizada- del universo. Y todo mientras la tiza, esta tiza , danza y se desvanece.
María Mercromina "No separo la ciencia de la poesía, ni siquiera ésta de mi día a día como veterinaria de campo. Creo que es un error separarlas, para mí todo forma un todo y todo tiene que ver con todo", afirma María Mercromina (Córdoba, 1989), convencida de que cualquier lenguaje "sea científico o no, puede convertirse en poético" y que la clave "es la forma en cómo encajamos las piezas, las palabras. Un científico, como un escritor, prueba y persigue, hasta que consigue lo que quiere". Para la joven poeta y traductora, presente en antologías como Apuestas (La Bella Varsovia) y que prepara junto a João Guerreiro, Intervalo, una selección de poesía joven en portugués y español, "la ciencia no es algo que se pueda separar de la humanidad. No es un ente abstracto. Por sí sola no puede marcar nuestro camino. La ciencia como progreso debe ir de la mano de las humanidades, de los derechos humanos y de la ética". Escribo nido no pecho no cielo no carne Porque vosotros con esta parte de mi cuerpo os comportáis como pájaros porque a todos vosotros os cobijé en la misma región anatómica, y aunque solo sepa de cuerpos y enfermedades de animales, podría equipararme con cualquiera de ellos y decir: tengo el corazón de vaca tengo los dientes de un perro tengo la placenta de una yegua tengo el vientre lleno de leche de gato para las crías que invento porque yo los he abierto para aprender a delimitar de manera concisa y exacta qué trozo de carne debo tocar para que un cuerpo no se derrame por eso os digo que yo, que me he quedado dormida mientras os amamantaba, yo que he sido ofrenda y alimento, rastrojo y desperdicio, sal y lágrima puedo deciros otra vez la razón por la que seguís comiendo de mí, sí profesores, sí amantes habéis aprendido como esa especie de pájaro a construir solo el nido en árboles que sabéis que se preparan para morir. Habéis elegido lo que se esconde y lo que hace latir, el mismo fluido incansable infinito del color de la leche mientras os lloro mientras con mi propio cuerpo os doy de comer.