Image: Silvia Marsó

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El Cultural

Silvia Marsó

"Casa de muñecas no se puede etiquetar, es infinita"

16 abril, 2011 02:00

Silvia Marsó. Foto: Belén García.

Protagoniza Casa de muñecas en el Teatro Fernán-Gómez hasta el 1 de mayo

Silvia Marsó (Barcelona, 1963) no sonríe cuando recibe los aplausos por su interpretación de Nora en Casa de muñecas, de Henrik Ibsen. Está seria, el gesto permanece grave. Su mente parece estar todavía más en el personaje que en ella misma. Meterse en la piel de esta mujer es un viaje profundo del que se tarda en salir tras caer el telón. "Me empiezo a recuperar cuando llego al camerino", confiesa. A lo largo de las poco más de dos horas que dura la versión de la obra firmada por Amelia Ochandiano (hasta el 1 de mayo en el Fernán-Gómez), tiene que atravesar tres estratos de la psique femenina. La niña asustada y juguetona, la mujer valiente y decidida y, por último, la víctima de un autoengaño que no reacciona hasta que la mentira en la que vive no se manifiesta con toda su crudeza. La actriz no tiene dudas: "Es el papel más intenso que he hecho en toda mi carrera".

Pregunta.- La obra sigue poniendo el dedo en la llaga de muchos matrimonios. Cuenta que después de la función a su camerino le llega gente llorando, porque se han reconocido en la obra...
Respuesta.- Es más grave todavía. El dedo lo pone en la llaga de toda la sociedad entera, una sociedad responsable de haber anulado a un ser humano. En Casa de muñecas no sólo está el problema de la relación patriarcal que Nora mantiene con su marido, sino también una mujer que ignora las leyes, que no puede pedir un crédito por sí misma y que no puede entender la moral establecida en su entorno. De ahí el alegato de Ibsen. En este tiempo de gira tan largo se han desahogado conmigo personas que se sentían humilladas en su trabajo, otras en sus matrimonios, y que no han sido capaces pronunciar las últimas palabras de Nora. Esta obra es infinita y da pie a debates interminables.

P.- Por eso reducirla a un alegato feminista es una visión muy obtusa, ¿no?
R.- Es absurdo etiquetarla con una sola frase. Es verdad que el feminismo la ha utilizado como estandarte, porque Nora es un símbolo de mujer que se rebela contra un entorno que la encasilla a ser una muñeca de compañía. Pone en cuestión todo lo que los hombres habían establecido hasta la fecha. Pero va más allá, porque también es crítica con la religión, la educación...

P.- Decía Ibsen que hombres y mujeres tienen códigos de moral y conciencias diferentes. ¿También lo ve así?
R.- Sí, no tenemos nada que ver uno con otros. Ahora hemos alcanzado la igualdad en la educación pero en esencia somos diferentes. Ibsen lo plantea cuando Nora no alcanza a entender por qué pueden juzgarla y encarcelarla sólo por evitar el dolor de su marido.

P.- ¿Qué cree que aporta esta versión de Ochandiano a la innumerable lista de montajes que se han hecho de Casa de muñecas?
R.- Ella quería que todo fuera muy directo, muy cercano y más radical. La obra suele durar tres horas y ella la ha acortado a poco más de dos. Su pasión y su conflicto están más concentrados. Y en la escenografía ha intentado crear un clima inquietante, casi de terror, muy similar al estilo de Hitchcock. La casa está llena de jaulas con pájaros disecados. Y el marido la está llamando constantemente palomita, alondra...

P.- El de Nora debe de ser un personaje-desafío para cualquier actriz: parece infantil pero luego demuestra una tremenda entereza moral.
R.- Es la gran prueba de fuego para cualquier actriz. Tiene varios estratos y en todos ellos hay mucha verdad. Está la Nora que parece una muñeca coqueta, encantadora, lúdica. Pero luego está también una oculta, a la que su entorno impide expresarse, y que ni ella misma conoce. Y el último, que tanto se ha estudiado, es la Nora que se autoengaña, que no quiere ver lo que el público está viendo: que su mundo se asienta en un ficción interesada.

P.- Cuando sale a recoger los aplausos todavía está muy seria, no sonríe apenas. ¿Es el papel que más desgaste psíquico le ha provocado en su carrera?
R.- Creo que sí. No por extenso sino por intenso. Se me empieza a pasar cuando llego al camerino. Es una lucha brutal la que libra contra todos y el final es una especie de catarsis. Cuando cae el telón y recibimos los aplausos todavía no me he desprendido del personaje del todo.

P.- ¿Se sintió una muñeca en sus tiempos de celebridad televisiva?
R.- Sí, pero duró poco. Yo me había preparado para ser actriz y las circunstancias me llevaron, cuando todavía era muy jovencita, a ser muy popular por mis trabajos en televisión. La gente me quería mucho pero yo no estaba contenta con los programas que hacía, puros divertimentos un poco frívolos. Yo también me rebelé contra aquello, muy pronto. No esperé tanto como Nora.

P.- Acaba de terminar el rodaje de Los muertos no se tocan, nene, adaptación de la novela de Azcona y dirigida por José Luis García Sánchez. Es una película histórica, al fin y al cabo cierra una trilogía que completan El pisito y El cochecito.
R.- Ha sido una experiencia única: es la primera vez que ruedo en blanco y negro. En el rodaje había que estar muy metida en el papel porque casi todo son planos secuencia y había momentos en que estábamos quince personajes en una misma habitación. Es una película muy divertida pero con un poso amargo, porque es un retrato de perdedores bajo el franquismo.

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