Image: Doris Lessing, Premio Príncipe de Asturias de las Letras

Image: Doris Lessing, Premio Príncipe de Asturias de las Letras

El Cultural

Doris Lessing: "No soy una traidora a la causa del feminismo"

La escritora, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, recibe a El Cultural días antes de recoger el galardón en Oviedo

24 octubre, 2001 02:00

Hablamos una tarde húmeda, en la sala de estar de la casa de Londres de Doris Lessing (Irán, 1919). Sus modales son bruscos, en ocasiones bastante ásperos, pero, cuando le pregunto si es consciente de su fama de ser intimidatoria, replica: “¡Eso he oído, pero yo creo que soy un gatito!”. A sus 81 años, su lengua es tan afilada como la aguja de un dentista. Sin embargo, hoy muestra su entusiasmo por el premio Príncipe de Asturias que recibe esta semana. “Estoy encantada”, dice. “Me encanta España. Así son en España, ya ve, recibí una carta de los Reyes, del Príncipe y el alcalde, felicitándome. ¿Se imagina a Isabel II enterándose siquiera de que alguien ha obtenido un premio literario? No, sólo le interesan las carreras de caballos”.

Todo un carácter. Lo que le hace a uno pensar en sus últimos arrebatos, a vueltas con el feminismo. Consiguió ponerle los pelos de punta a Jeanette Winterson y ser protagonista varios días de editoriales en los periódicos. Algo que no viene nada mal cuando uno acaba de publicar una nueva novela, The sweetest dream. Como Lessing debe de saber, no hay nada como un poco de controversia para vender libros.

¡Qué tontos éramos!

Lo interesante de Lessing no es que no sea feminista, sino que insista en que no es feminista. Comunista no practicante, sí (“¡Qué tontos éramos!”), pero feminista, nunca. Lessing es inflexible a este respecto, negándose todavía firmemente a que se diga que es un icono feminista, décadas después de que su conocido libro El cuaderno dorado, fuese aclamado como uno de los grandes textos emancipadores de los 70.En marzo de este año, al recoger el premio David Cohen a una vida sobresaliente, Lessing llegó incluso a denunciar que las mujeres de hoy en día son “engreídas y farisaicas”, y están demasiado prestas a “denigrar” a los hombres. Más recientemente hizo algo parecido, causando un enorme revuelo en los medios de comunicación al afirmar, en el festival del libro de Edimburgo, que las mujeres de hoy en día “ponían a los hombres por los suelos” y los “intimidaban”. “Ellos son incapaces de defenderse -dijo-. Y ya es hora de que lo hagan”.

“El asunto es que yo no he cambiado en absoluto”, me informa Lessing sin muestras de arrepentimiento, mientras compartimos una Coca- cola light en su sala de estar. “No soy una especie de traidora a la causa. Siempre he pensado igual. Es simplemente que, como cualquier obseso político, las feministas tienden a valerse de cualquiera que consideran uno de ellos. Siempre me describen con opiniones que jamás en mi vida he mantenido”.

Crónica de la generación hippie

El nuevo libro, The sweetest dream, podría describirse como una crónica de la generación hippie. Abarca décadas y continentes, y recoge la epidemia de sida de áfrica. Es la vigesimoquinta novela de Lessing. ¿O la vigesimosexta? Es difícil mantenerse al día con esta prolífica autora. Además de novelas, ha escrito una avalancha de ensayos, poesía, ópera y teatro (y ella es una gran aficionada al teatro). “No sé por qué tengo que escribir”, dice. “Si no escribo un buen rato, me pongo muy irritable. Si tuviese que parar, probablemente empezaría a vagar por las calles, contándome a mí misma historias en voz alta”. Cuando le comento que parece muy entregada, Lessing me ofrece una sonrisa irónica. “Llevo toda mi vida trabajando”, dice. “Tienes que hacerlo si quieres que las cosas se hagan. Hoy en día, hay mucho talento para la escritura, pero muy pocos parecen dispuestos a perseverar”.

Naturalmente, teniendo en cuenta su amplitud, la calidad de la obra de Lessing varia. Mientras que en su primera obra, Canta la hierba, es como si la sagrada agua literaria se vertiese en el polvo de áfrica del Sur y diese vida a los personajes, uno puede perfectamente dejar o tomar la ecofábula Mara and Dann, o cualquiera de los títulos del sangrientamente futurista Canopus, en la serie Argos. Junto con Canta la hierba, y La buena terrorista, mi favorita es El quinto hijo. Para mí, The sweetest dream no brilla a este nivel, aunque es enormemente interesante.

A vueltas con la memoria

Se puede decir que una de las cosas más interesantes del nuevo libro es la nota que la autora incluye al comienzo, donde revela que no va a publicar un tercer volumen de su autobiografía que cubra el período de los 60, porque “podría herir a personas vulnerables”. Sin embargo, dice, esto no quiere decir que The sweetest dream sea una “autobiografía novelada”. Todo lo cual hace referencia al hecho de que uno de los principales personajes del libro, Frances, hace de “madre tierra” para un puñado de adolescentes vagabundos, al igual que Lessing hizo en los 60, y ella no quiere que las confundan. ¿Es por cortesía? “No, no es por cortesía”, dice Lessing, siempre brusca. “Pero esta gente está en su mediana edad, y algunos de ellos son muy conocidos. Simplemente no quería avergonzarlos”.

La gran pregunta es: ¿Por qué quería Lessing pasar los 60 haciendo de “madre” de un montón de adolescentes, de los cuales sólo uno (su hijo Peter) era verdaderamente su responsabilidad? Lessing pone reparos cuando describo a Frances (y por asociación a ella) como “engañada”. “Usted dice ‘engañada’, así es como lo ve, pero puede que ella lo estuviera disfrutando”. Sin embargo, desde el punto de vista de cualquiera, atender las necesidades de neuróticos adolescentes hippies no parece la mejor forma de divertirse para una próspera novelista de más de 40 años. “¿Por qué no?”, dice Lessing, bruscamente. “No veo por qué una cosa iba a excluir la otra”.

La misión de Lessing no es glorificar los años 60. “¿La marcha de Londres?”, se burla. “Nunca llegué a verla. Tiene mucha más marcha ahora que entonces. ¡Todo el mundo estaba en la cama a las 10!”.

-¿Le desanima que los jóvenes parezcan políticamente mucho más apáticos hoy en día?
-No. Es mejor que estos grandes y apasionados movimientos de cruzada. Es mejor a que todos vayan de un lado para otro siendo comunistas y cosas por el estilo. La gente siempre idealiza los 60, pero hubo muchas víctimas, gente que entraba y salía de clínicas psiquiátricas, y esas cosas. Mi diagnóstico personal es que fue la influencia de las guerras; los jóvenes de los 60 eran hijos de la guerra, por eso fue una época tan difícil. Después llegaron las drogas, que no fue lo mejor que ha sucedido en este país.

-¿Se drogó alguna vez?
-Fumaba marihuana como todos. Y esnifé, pero no me sentaba bien. También tomé mescalina una vez. Interesante, pero no volvería a hacerlo. Soy demasiado cobarde. Una amiga mía la tomó, y se pasó todo un año viendo cabezas cayéndose de los hombros, y sangre por todas partes. ¡Todo un año!”. Lessing se estremece teatralmente. “Si tomas estas drogas, pierdes el control. Y yo siempre he necesitado mantener el control”.

Lessing se crió en la granja familiar en Rodesia (la actual Zimbabue). Su padre era mutilado de guerra y “un soñador”. Su madre, una mujer eficiente con la que Lessing nunca se llevó bien. “Ahora pienso muchísimo en ella”, dice. “El problema es que la pena es un sentimiento muy condescendiente, pero lo siento mucho por ella. No debería haber salido de Inglaterra; su idea de la dicha era haber sido esposa de un banquero en Richmond. Así, tuvo la vida más horrible. A menudo pienso que hizo un gran trabajo con muy poca ayuda”.

Lessing también odiaba Rodesia. Inconformista y ávida lectora, creció enfrentada al protocolo racista, lo que en términos locales se conocía como ser “amante de los cafres”. Su matrimonio con Frank Wisdom, a los 19 años, fue un esfuerzo por “comportarse de manera convencional”. “De hecho, hacía cosas convencionales bastante bien”, dice, con una sonrisa forzada. “Eso es lo que hacían las mujeres. Pero después me fui. No podía soportarlo”.

Un matrimonio político

Se fue con Gottfried Lessing, un comunista estricto a quien conoció entre los intelectuales de Rodesia. A pesar de tener un hijo, Peter, la pareja era incompatible, pero eso no importaba, porque era un “matrimonio político” para salvar a Gottfried de ser enviado a un campo de internamiento. (Más tarde, Lessing tuvo verdaderas relaciones amorosas, pero nunca llegó a casarse). Una versión sarcástica de Gottfried aparece en The sweetest dream, con el nombre de Johnny, ex marido de Frances. “Los hombres como Johnny han pasado a la historia, pero por aquel entonces abundaban mucho”, dice Lessing. “Cuando se les reprochaba que no pagasen la pensión alimenticia, o que no viesen a los niños, ellos contestaban: ‘Lo único que cuenta es la revolución, los asuntos privados no son importantes”. Ríe con ganas. “En lo que a excusas se refiere, ésta era probablemente la más maravillosa”. El legado más duradero de Gottfried fue alejarla del comunismo para siempre: “¡Me casé con un comunista cien por cien, y créame, eso te cura rápidamente!”

Cuando dejó a Wisdom, Lessing dejó también a sus dos hijos pequeños, John y Jean, un capítulo de su vida del que detesta hablar. Ciertamente le dedica poca atención en los dos volúmenes de su autobiografía, Dentro de mí y Un paseo por la sombra. Lessing suspira. “La verdad es que a la gente le disgusta que no hable extensamente de lo terrible que fue irme sin mis hijos. Lo que debería haber hecho es escribir diez páginas, diciendo: ‘Oh, ¿cómo puede haber hecho una cosa así? ¿soy tan horrible y perversa?’ y entonces les habría encantado. Por el contrario, estoy muy orgullosa de haber tenido las agallas para hacerlo. Siempre he dicho que si no hubiese dejado esa vida, si no hubiese escapado del intolerable tedio de los círculos coloniales, me habría hundido, convertido en una alcohólica. Me alegro de haber tenido el maldito sentido común de comprenderlo. Ni siquiera entiendo a qué se deben esos golpes de pecho, pero forma parte de lo que admiramos en esta cultura. Es el equivalente de los circos romanos”.

Finalmente, Lessing se reconcilió con todos sus hijos. Peter (agricultor) ya no vive con ella, pero sigue cerca de ella. John, también agricultor, murió hace unos años de un ataque cardiaco. Su hija Joan dedicó su carrera a enseñar a los niños pobres africanos. “Es una mujer notable, la admiro mucho”, dice. En cualquier caso, hay aquí algunas ironías: la mujer que deja a dos de sus hijos, acaba cuidando a un montón de hijos de otros. Y, por supuesto, está el hecho de que la misma parte de la sociedad que podría haber apoyado a Lessing en su decisión de abandonar a su joven familia, son las mismas que ella tan públicamente deplora y desprecia: las feministas.

-¿Realmente cree que los hombres reciben un trato tan injusto?
-Sí, se ha convertido en algo absolutamente automático. Si fuese una cruzada polémica, podría ser algo, pero parece que si las jóvenes tienen diez minutos libres, bien pueden pasarlos despreciando a los hombres. Forma parte de la cultura actual. En nuestra sociedad hay un sesgo inconsciente: las chicas son maravillosas; los chicos son terribles. Y ser un muchacho que está creciendo, y tener que escuchar todo esto debe de resultar doloroso.

-¿Debemos creer que ha conseguido todo lo que tiene, con frecuencia pisando los mismísimos callos de la convención, sin una sombra de sentimiento feminista en su ser?
-Sí. Les habría gustado presentarme como símbolo del feminismo, después de El cuaderno dorado, pero me negué. Siempre me ha disgustando enormemente.

“No tengo nada en común con las feministas por su inflexibilidad”, comentó en 1994. “Para mí”, añade, “el problema es que ciertas mujeres, polémicas y que hablan demasiado, sólo se fijan en los hombres cuando éstos no se portan bien. No se fijan en ellos cuando se portan bien, porque, por supuesto, sólo las mujeres se comportan bien”. Todo generalizaciones y tonterías, por supuesto, y me pregunto por qué Lessing se molesta en decir tales cosas, si de hecho toda su declaración podría ser una enorme broma.

“No cambies nunca”

No lo es, desde luego, y acabamos discutiendo amablemente: “Estáis en una fortaleza, ¿sabes?”, me riñe Lessing, con ojos risueños. “Todo lo que decís describe algo defensivo, que repele a los hombres, esas criaturas malignas”. No son malignos, contesto yo, sólo les gusta creer que lo son.

Y Lessing me brinda otra de esas temible sonrisitas y refunfuña: “No cambies, no cambies nunca”.

La entrevista termina. Antes, me habla animadamente del premio Príncipe de Asturias y me entrega un ejemplar de la continuación de El quinto hijo, titulada Ben in the World. “Pobre Ben, pobre, pobre Ben, lo siento mucho por él”, dice, escribiendo una dedicatoria en la primera página. Dice: “Te deseo lo mejor, Doris Lessing”. Una lástima. Habría preferido algo un poco más personal, como: “Eres una insoportable y aburrida feminista, vete de mi casa de una vez y no vuelvas. Con cariño, Doris”. Cuando por fin llega el taxi, me apresuro a bajar, para que Doris Lessing no tenga que cansarse mientras espera a que yo me vaya. Cuando vuelvo a mirar hacia la ventana, ya ha desaparecido.