El Cultural

Francesco Clemente

Entre la épica y los graffiti

20 febrero, 2000 01:00

El rey y el cadaver, 1992

Museo Guggenheim. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 4 de junio

Esta es una retrospectiva de envergadura, globalizadora, una muestra total. Se contempla como un torrente de imágenes cambiantes y de color en movimiento. Es un laberinto de temas metafísicos, religiosos, alegóricos y científicos, un Panteón politeísta lleno de divinidades del Mediterráneo y de la India (tomadas de los bestiarios medievales, de la pintura renacentista, así como de la imaginería budista y del arte mandálico), y un universo trufado de citas poé-ticas Beat (Ginsberg, Foye, Corso y Creelay, amigos del pintor) y de artistas dominantes de la posmodernidad (nuevos amigos y referentes de inspiración: Boetti, Beuys, Warhol y Twombly). Se mezclan tiempos (pinturas de 1975 con otras de 1999) y cultura (baja y alta cultura), desarrollándose la exposición atendiendo a los grandes ciclos temáticos del pintor: Yo, Nonato, Pinturas de la India, Estancias… Se subraya, así, la manera de trabajar de Clemente, basada en la fragmentación y en el nomadismo, en la diversidad y en la mezcla, en la discontinuidad y en el sentimiento de desorientación propios de la narrativa oriental, pero también de unas fuentes clásicas antiguas preferidas del pintor: los relatos entrecortados, de historias solapadas, caóticos, El Satiricón, de Petronio y El asno de oro, de Apuleyo. El propio Clemente declara el sentido deseado al adoptar esta organización -no cronológica- de la exposición, basada en la trayectoria de su narrativa: "El ciclo Yo es la base de la muestra. Primero, estableces el Yo. Después lo abandonas por el Nonato. A continuación atraviesas un campo de transformación (Bestiario). Seguidamente tomas posesión de tus poderes (Transformación en ella). En ese punto puedes recoger tus armas (Amuletos y oraciones). Y por último, todo se desintegra en la nada (Cielo). Una vez iniciado el viaje, ya no hay retorno". Lo que pasa es que la pintura y su narrativa, sus imágenes heráldicas y su misma lógica interna, son tan abiertas que admiten otras lecturas. También lo ha declarado el pintor: "No creo en una verdad, sino en muchas verdades". El ambicioso proyecto expositivo es el de interpretar nuestra época -los últimos veinticinco años- a través de la obra global de uno de sus artistas destacados.

En efecto, el arte, la cultura y la biografía de Clemente pueden servir de arquetipos del nomadismo (geográfico, cultural y estilístico), del eclecticismo de conceptos y de tendencias, así como de esa cierta iconoclastia y -a la vez- asombrosa facilidad de lenguaje que cuentan entre las características del arte de final de siglo. Nacido en 1952 en Nápoles, hijo único de una pintora y de un juez, desde su infancia viajó por Europa. En sus años de estudiante se aficionó a la literatura griega y latina, a la filosofía y a la historia antigua. En 1970 se trasladó a Roma para estudiar arquitectura. En 1972, a raíz de conocer a Boetti, aprendió a pensar en imágenes, a amar lo arcano y a practicar la artesanía popular. Se interesó por la teosofía y por las enseñanzas del gurú indio R. P. Kaushik, decidiéndose a afrontar una experiencia espiritual transformadora. A partir de 1973 comienzan sus muchos viajes y largas estancias en la India. En 1975 se celebró su primera exposición, su epifanía. Su presencia fugaz en Italia en 1980 sirvió al crítico Achille Bonito Oliva para incluirlo en el grupo de nuevos figurativos italianos de la transvanguardia. Entre todos ellos, Clemente servía de modelo de artista transcultural. Pero Clemente se estableció en Nueva York en 1981, desarrollando un arte marcadamente personal, fuertemente narrativo, cultivado entre criterios de distancia y de dislocación, hecho de sutileza, amplitud y complejidad, a caballo entre misticismo oriental e imaginería mitológica clásica, mezclando con sus temas el retrato, el repertorio de asuntos humanos y sociales preferidos por el neoexpresionismo, y la iconografía más directa del arte erótico.

La exposición es fiel a ese complejo discurso; algunos de sus "capítulos" resultan esplendorosos, como el de las obras "índicas", dispuestas como un gran zócalo en la sala de paredes inclinadas de la segunda planta del museo; la falta de selección es notoria, pero tiene esta vez la virtud de dar la pulsación continuada de una práctica artística que se ejerce como un fenómeno de energías físicas y espirituales, y, además, pone -por contraste- en su valor obras que a veces se han discutido, como el decorativo conjunto de murales de La estancia de la madre que, en los fondos del Guggenheim Bilbao desde su inauguración, ahora se comprende en su fastuosa dimensión. éste es el arte de Clemente, que se produce como una catarata de imágenes y vida, en que el sexo y la muerte batallan de nuevo, cuerpo a cuerpo, entre un nuevo tipo de pintura épica y los graffiti.