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En un mundo vitivinícola que busca cada vez más autenticidad y respeto ambiental, pocos como Sergio Ávila encarnan la pasión y coherencia de transformar el viñedo en un ecosistema vivo y cambiante.

Reconocido como Viticultor del Año por el prestigioso crítico de vinos británico Tim Atkin, Ávila comparte su visión con una mezcla de humildad y pasión, y revela la filosofía y el trabajo detrás de los vinos excepcionales de Cruz de Alba en Ribera del Duero, que honran la tierra y el tiempo con cada copa.

Este nombramiento no solo premia la excelencia de los vinos de Ávila, sino un compromiso profundo con la viticultura biodinámica, que desde hace casi dos décadas ha convertido a Cruz de Alba en un referente pionero en sostenibilidad, respeto por el terroir y expresión auténtica del viñedo.

Sergio Álvila

“Todo reconocimiento es importante y valioso, sin duda, pero cuando se refiere a la constancia, compromiso y labor de tantos años, creo que estamos hablando de algo que va más allá”, reconoce Ávila.

“Espero que sirva para impulsar a todos los que siguen apostando por lo genuino y lo original, aun sabiendo que no es el camino más corto. Porque, aunque exija más esfuerzo, es precisamente ese camino el que, con paciencia y coherencia, siempre termina llevando a buen puerto.”

Tim Atkin resalta a Sergio Ávila como “un hombre que piensa, respira y vive la biodinámica”, subrayando su conexión excepcional con la naturaleza y las viñas. “Después de 40 años escribiendo sobre vino he conocido a muy pocos viticultores con la misma conexión con sus viñas,” afirma.

En sus palabras, “el terruño es una expresión de la vitalidad del suelo,” y no es difícil entender esta afirmación luego de pasar unas horas recorriendo los viñedos junto a Ávila, caminando y sintiendo cómo la filosofía del lugar se manifiesta en cada rincón.

Tratamientos biodinámicos

Cruz de Alba inició su camino hacia la agricultura ecológica en 2006, y en 2008 empezó a adoptar las prácticas biodinámicas, adaptándolas cuidadosamente a las condiciones específicas de cada añada, a los diferentes terrenos y microclimas de la finca. En 2023 la bodega recibió el prestigioso certificado Demeter, que certifica sus estándares biodinámicos.

Esta forma de trabajar implica tanto la tierra como la vid, procurando un equilibrio armonioso. Entre los surcos crecen cultivos complementarios, como avena y leguminosas, que oxigenan y reequilibran el suelo, mientras se aplica compost elaborado a partir de estiércol orgánico y una serie de preparados minerales y vegetales (como manzanilla, árnica montana y sílice) para nutrir y proteger tanto al suelo como a las cepas.

El cuidado es minucioso y detallista: no se busca un rendimiento alto ni siquiera óptimo, sino un rendimiento equilibrado. Así, las cepas, sin presiones ni estrés adicional, responden con sutileza y alegría, haciendo visible la salud y vitalidad del viñedo.

Sergio Ávila

En bodega, el trabajo sigue el mismo principio respetuoso: se seleccionan levaduras indígenas del propio viñedo, se vinifica cada parcela por separado, las diferentes fases de la vinificación y crianza se sincronizan con el calendario biodinámico, y se usan formatos grandes para fermentar y afinar, como barricas de 500 litros, que permiten que el vino exprese plenamente el carácter del terroir.

De esta manera nacen vinos genuinos, vibrantes y expresivos, que reflejan la vida de la vid y las condiciones específicas del año.

De entre las referencias de Cruz de Alba, Tim Atkin destaca especialmente Finca Los Hoyales como “un ejemplo de pureza y precisión”, un tempranillo obtenido de una parcela de solo 1,8 hectáreas que entrega un vino fresco, vibrante y refrescante, fiel reflejo de su lugar.

“Cuando comencé hace ya 30 años en la gestión de un viñedo, llevaba conmigo esa idea tradicional de que la agricultura consiste en luchar contra la naturaleza, de aplicar productos para garantizar la cosecha y controlar el viñedo”, explica Ávila sobre su evolución y manera de entender la vid.

“Pero fue la viña y la propia naturaleza, junto a las enseñanzas de mi abuelo, las que me hicieron replantearme esa manera de pensar. Empecé a fluir con la tierra, a dejarme guiar por su pulso, a entender sus biorritmos y mecanismos naturales de adaptación, defensa y comunicación.”

Sergio Ávila

Ese aprendizaje le llevó a respetar, más que a intentar dominar, recuerda; a trabajar con la naturaleza y no contra corriente: “He aprendido que la clave reside en escuchar, observar y acompañar al viñedo en su propio ritmo. Esa filosofía ha marcado mi manera de trabajar desde entonces”.

Aunque la biodinámica es a menudo relacionada con lo espiritual o simbólico, para Sergio la base está en la observación sensible y técnica: "Nuestros antepasados tenían una universidad: la observación diaria, paciente y constante, y su gran maestra era la naturaleza.”

Lo que más le ha enseñado, reconoce, no fue solo el viñedo, sino todo lo que lo rodea: los bosques, los arroyos, los eriales… “Cada uno tiene una personalidad propia y única. Los suelos importan, y mucho, pues condicionan los aromas y sabores no solo de la uva, sino también de las setas, los espárragos o cualquier fruto silvestre que nace en ellos. También los animales que habitan esos entornos reflejan esa diversidad: cambian de color, de tamaño y hasta de comportamiento según el lugar.”

Para este enólogo consciente, esa interacción constante entre suelo, paisaje, vegetación y fauna es la auténtica expresión del terruño: “Es ahí donde uno descubre cómo hacer un vino que realmente hable de su origen.”

Esta escucha activa se traduce en una toma de decisiones consensuada con la viña: “Cuando las plantas te hablan y eres capaz de escucharlas, te están dando el minuto y resultado de lo que acontece. Cuanta más información tenemos, más fácil elegir los momentos, cantidades, podas, aplicaciones de preparados, labores, vendimia, etc.”

Vendimia Cruz de Alba

Respecto al mercado y los consumidores, Sergio reflexiona sobre una evolución hacia un gusto más auténtico y honesto. “El consumidor se cansa de la monotonía y quiere descubrir cosas diferentes, pero con un matiz importante: no basta con que un vino sea distinto, sino que debe estar bueno. Hoy valores como el respeto por la naturaleza, la ecología y la sostenibilidad no son tendencias, sino demandas reales.”

En cuanto a la influencia del cambio climático y la presión sobre los recursos, señala el papel crucial del enólogo en conservación y regeneración: “Es fundamental apostar por lo auténtico: cuidar los viñedos, el suelo y el entorno”, advierte.

“Necesitamos convertir los viñedos en espacios realmente vivos, porque la complejidad de un vino nace directamente de la complejidad del lugar donde crece. Y, en mi experiencia, obtenemos mucho más cuando respetamos la naturaleza que cuando simplemente la explotamos.”

Años de práctica responsable lo han dejado claro: “Cada añada es distinta y eso recuerda que nunca ‘te las sabes todas’. Estamos en un aprendizaje continuo, y cuanto más crees dominarlo todo, más consciente eres de lo pequeño que eres frente a la naturaleza. Y, al final, hay decisiones que no vienen solo de la técnica: muchas veces es el corazón el que marca el camino.”

Vinos Cruz de Alba

Finalmente, sobre su inspiración, Sergio Ávila asegura que, aunque el vino nace de una mezcla compleja de suelo, clima, variedades y microbiota, la filosofía con la que se trabaja y, por supuesto, la experiencia con las personas con las que se comparte, lo que más le inspira hoy es la cultura y la historia del lugar, la manera en que sus gentes han adaptado sus costumbres y formas de vida al entorno, y cómo todo ello termina reflejándose en el vino.

Con el reconocimiento de Tim Atkin, Sergio Ávila y Cruz de Alba consolidan un liderazgo en Ribera del Duero, a partir de una viticultura reflexiva, comprometida con la vida, que afirma que la calidad y la autenticidad nacen de respetar, escuchar y amar la naturaleza. La confirmación de que la biodinámica no es solo técnica, sino un arte vivo que honra la tierra e invita a redescubrir el verdadero sabor del terroir.

Tres vinos vivos para disfrutar esta temporada

“Hay cosas muy chulas, interesantes y recomendables, se nota que cada vez hay más gente que lo hace francamente bien”, comenta Sergio Ávila. De lo último que el viticultor ha probado, destaca tres vinos que le han parecido especialmente interesantes:

Clos Systey Grand Cru, tinto Demeter de Saint Emilion, armónico, complejo, profundo y bien rematado; Vinhas Velhas de António Madeira (región de Dao Sierra da Estrela, Portugal), para quien busca un Blanco singular, de variedades viejas recuperadas, fuera de los tópicos convencionales; y Recaredo Serral del Vell, un cava que no falta en mi casa, de elegante personalidad, austero pero vibrante”.