Hay restaurantes que no necesitan presentación porque ya forman parte del paisaje de una ciudad. Casa Paca es uno de ellos. Está a dos pasos de la Plaza Mayor de Salamanca y lleva ahí tanto tiempo, que no encontrarlo sería incluso extraño.
Fundado en 1928, este restaurante emblemático, hoy sigue siendo más que una dirección clásica para comer bien. Es un pedazo de historia viva, de esa que lleva gestándose durante años en la ciudad. Es una casa de comidas en el sentido más amplio del término, de esas en las que comer bien y el servicio a la altura están más que asegurados.
La versión actual de Casa Paca nace en 1999, cuando un grupo de profesionales de la hostelería, con Germán Hernández al frente, decide devolver la gloria a un local que llevaba décadas acumulando capas. La idea no fue modernizarlo, sino justo todo lo contrario, devolverle el lustre y quitar todo lo añadido.
Un edificio con un pasado (y hasta con un búnker)
El edificio que ocupa Casa Paca es modernista, levantado allá por 1932 y originalmente concebido como joyería de la familia Cordón. Basta con admirar su fachada para apreciar esos balcones geométricos, herrerías y motivos Art Nouveau charro, que aún conservan ese aire de principios del siglo XX, tan bello como elegante.
Durante la Guerra Civil, sus sótanos sirvieron como refugio para aviadores alemanes. Un dato que añade una capa más a la narrativa del lugar y que refuerza esa sensación de estar comiendo, aunque a veces no seamos conscientes, sobre la propia historia de la ciudad.
Fue en 1999 cuando el hostelero Germán Hernández asumió el mando tras haber trabajado en varios espacios de la ciudad y abierto varios bares de copas. Surgió la posibilidad de coger el local que hoy ocupan y no lo dudó, pero esta vez, lo convirtió en un restaurante.
Antes de volver a abrir, durante la rehabilitación se eliminaron añadidos modernos para dejar al descubierto todo eso que hace único al interior de Casa Paca: vigas de madera, paredes de ladrillo visto y hasta una antigua caja fuerte, testigo de su vida anterior.
Al primer local añadieron uno contiguo que precisamente era una casa de antigüedades. El interiorismo, firmado por Ángel Bajo, es uno de los grandes aciertos del proyecto. Hay objetos que llaman la atención, como un cabecero de cama reutilizado, muebles procedentes de tiendas históricas de Salamanca o incluso los sillones de terciopelo de un teatro que hacen de sillas.
El conjunto funciona, con una identidad muy propia, de esas que ya es fácil encontrar en lugares decorados por grandes nombres. Este tiene alma, una que se vive a través de cientos de cachivaches como percheros de madera, lámparas rescatadas de anticuarios y fotografías en blanco y negro.
¿Barra o salón?
Llegados a este punto, solo falta decidir dónde vamos a disfrutar de su propuesta. La barra es de las más animadas de la ciudad. De hecho es lo primero que nos encontramos nada más entrar. A barra con solera no le gana ninguna, con sus jamones colgando, sus grifos de cerveza y una colección de vitrinas donde se muestran infinitas opciones de tapeo.
Aquí el vino importa, se sirve con conocimiento y se acompaña como manda la tradición, con tapa. Esta es una forma de entender la hospitalidad que sigue muy viva en Salamanca y que en este restaurante no se ha perdido.
Además de la que incluye la bebida, la barra hace gala de una gran variedad de tapas: tortilla de patata, farinato con huevos revueltos, cazuelas de albóndigas, pimientos rojos rellenos de bacalao, ensaladilla, bocatines, gildas... No falta de nada.
Incluso hay días en los que, siempre en temporada, se puede probar la chanfaina, un plato emblemático de la cocina castellana, particularmente en Salamanca, que se prepara con ingredientes como manitas y callos de cordero, arroz, ajo, cominos, pimentón y un sofrito base.
Desde ahí se entiende mejor todo lo que viene después. La carta es amplia, pensada para que cada uno encuentre su sitio, pero siempre con una base clara: cocina castellana tradicional, producto de calidad y elaboraciones reconocibles. Y trabajan con diligencia dando de comer, a veces, a más de 180 personas por servicio.
Los platos de cuchara tienen un peso propio y un calendario marcado. Lentejas con chorizo y morcilla, fabada asturiana, cocido al estilo Casa Paca, patatas guisadas con cabrito o fabes con almejas van rotando a lo largo de la semana. A eso se suman guisos como los callos de la casa, con pata y morro.
En los entrantes y platos para compartir, la carta se mueve entre el producto local y el producto de temporada. Alcachofas confitadas y pasadas por la brasa, boletus a la plancha con huevo campero, pimientos rellenos de rabo de toro, mollejas de vaca salteadas con piquillo...
El pescado es otro de los pilares de la casa, algo poco habitual tierra adentro, pero que aquí se trabaja con mucha calidad. Merluza de pincho, rodaballo -el favorito de Germán-, lenguado, besugo o cocochas aparecen según mercado, junto a mariscos y bivalvos que se ofrecen al vapor, a la marinera o simplemente a la plancha.
En el apartado de carnes y asados, Casa Paca juega en casa. Chuletas de vaca madura, solomillo y entrecot a la parrilla conviven con clásicos como el cabrito asado, el cochinillo con patata panadera o el cochifrito, crujiente por fuera y jugoso por dentro, uno de esos platos que justifican una visita por sí solos.
No podemos olvidarnos del pan candeal, que acompaña cada comida y es casi adictivo, y de los postres, que siguen la misma línea que el resto de la carta en clave tradicional. Trufas de chocolate, flan de huevo, natillas caramelizadas, leche frita o la torrija al estilo de la casa cierran la comida.
Un calendario de jornadas y solidaridad
Aún siendo tradicional, Casa Paca no es un restaurante que no se mueve. De hecho, a lo largo del año, su carta se adapta al calendario gastronómico con jornadas y productos protagonistas.
Uno de los ejemplos más reconocibles son las Jornadas del Bonito de Gijón, que se prolongan hasta agosto. No son las únicas. Las hay dedicadas al rabo de toro, a la ternera morucha, al arroz...
Más allá de la mesa, el restaurante tiene un papel activo en la vida social de Salamanca. Desde hace casi dos décadas participa de forma continuada en la subasta benéfica de capones de Cascajares, uno de los eventos solidarios más relevantes del calendario gastronómico.
En los últimos años, incluso en contextos complicados como la escasez provocada por la gripe aviar, el restaurante ha contribuido a recaudar cifras récord. En 2025, la subasta alcanzó los 140.000 euros destinados a asociaciones como Nuevo Futuro. En 2024, se recaudaron 130.000 euros para proyectos de bienestar infantil y ayuda social en Castilla y León.
A ello se suma la organización de iniciativas como la Cena a Ciegas, un evento solidario que financia proyectos de investigación contra el cáncer en colaboración con el Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca.
En una época de aperturas fugaces y conceptos cambiantes, Casa Paca es marca Salamanca. Un restaurante que entiende la tradición como su máxima a la hora de trabajar. Y en el mundo rápido en el que vivimos, cada vez tiene más sentido.
