Como su madre estaba enferma, Karlos Arguiñano comenzó a ocuparse de hacer la comida en casa desde bien pequeño. Al principio hacía cosas sencillas: poner la mesa, pasar una salsa y así fue tomando cada vez más responsabilidad hasta ser capaz de darle de comer a una familia.

Sin embargo, no fue esta obligación la que le despertó su vocación de cocinero, aunque algún poso le dejó. Trabajó como chapista en la fábrica de trenes de Beasain (CAF) y aunque no pasó allí muchos años, fue una etapa que recuerda con cariño y algunas maquetas de trenes en el plató de su programa de cocina. “Un día vino al taller un maquinista y preguntó quién hacía las puertas. ‘Yo’, contesté. ‘Se me abren en las curvas’, me respondió él. Y me tuve que hacer cocinero”.

Entre chistes, gafas fantasía, narices de goma y cocina con fundamento, Arguiñano lleva colándose en la casa de todos los españoles más de treinta años. “Entré en televisión por saber euskera, si no, le hubiesen dado el programa a Subijana o Arzak” cuenta cuando habla de sus primeros pasos en la televisión vasca.

No sólo ha hecho tele en España, durante una época la compaginó con la televisión de Argentina, donde se ganó a las amas de casa por tratarlas con la simpatía que siempre trata a su público y hacer una cocina para todos los bolsillos. “Competí en Argentina con el Gato Dumas, a los dos años me hice con toda la audiencia. Él hacía cosas muy caras y ese público no es el mío. A mí el que tiene dinero no me preocupa porque ya sé que va a comer bien. Él Gato Dumas iba de rey y decía en antena ‘fijaros cómo serán las mujeres que me tuve que casar cuatro veces’, y eso no puede ser, hay que mandarles cariño a las amas de casa. Y eso hacía yo, gané todos los premios”.

Ganó premios y divulgó una dieta saludable y variada, algo que le agradecieron desde la Casa Rosada. “Los argentinos si no comen carne se creen que no han comido, y yo insistí con la verdura, el pescado, la legumbre… y vieron que esas recetas eran sabrosas y les conectaban con la cocina de sus abuelas”.

De esa conexión con la cocina de casa saca inspiración para las recetas de sus programas y de sus libros, que también son éxitos editoriales. De hecho, desde hace ocho años, la Navidad no la anuncian los turrones del supermercado ni el alumbrado en las calles. La Navidad la anuncian los libros de Arguiñano con la Editorial Planeta.

Su último libro, La cocina de tu vida. 950 recetas fáciles rápidas y saludables (Planeta, 2021) acaba de salir a la venta. “La cocina de tu vida” son los recuerdos que tenemos todos de momentos en casa de tus abuelos o tus padres. La ensaladilla rusa y la sopa de gallina que comía en el caserío cuando era pequeño son las mismas que las que comen mis hijos y mis nietos. Espero que cuando ya no esté se acuerden de esa ensaladilla y esa sopa que les hacía su abuelo”, dice el cocinero.

Con estas 950 recetas no te van a faltar ideas para comer variado. “Lo de la jamada me parece tan importante porque en la comida se basa la salud. Una familia bien alimentada es una familia sana, feliz. Este libro es una vuelta a los sabores que te traen recuerdos maravillosos, de casa”.

A Arguiñano le preocupa la obesidad infantil, por eso insiste mucho en la alimentación de los más pequeños. “Me pone de los nervios que en un país como España, que tenemos de todo en verduras, frutas, carnes, pescados, mariscos, haya obesidad infantil. No entiendo los menús para niños: si los padres han comido lentejas y almóndigas, el niño lo mismo, pero en ración pequeña. Con pan para que unte. Y luego un postre”.

Y no sólo le preocupa lo que hay en el plato del niño sino quién se lo pone. “Es fundamental que los niños hagan al menos una comida al día con alguno de sus padres. En la comida tú ves cómo come, lo que le gusta, lo que no y además cómo está de ánimo y qué problemas tiene. Los niños se educan en casa”.

Tampoco entiende las dietas imposibles para que los adultos bajen peso. “Mi receta del régimen es la CLM: comer la mitad, haciendo la misma comida. Es un mensaje con el que me quedé para no pagar una consulta para adelgazar”. Para estar en su peso a sus 73 años, “sin un asterisco en los análisis”, como él mismo dice, recomienda también moverse. “Si alguna vez me ves correr, párame. Yo no hago deporte, hago ejercicio. Como sano y camino entre ocho y doce kilómetros todos los días”.

En el libro hay recetas también para los que no tienen tiempo. “Quien diga que no come bien porque no tiene tiempo, miente. Porque si no tienes media hora para cocinar es que eres la hostia de importante en esta vida. Eres el que hace la gasolina. Unas judías verdes con patatas, en quince o veinte minutos lo tienes hecho, no me vuelvas loco”.

Karlos Arguiñano vive la cocina con pasión, de tal manera que mientras habla de cualquier otra cosa o te argumenta alguna idea, deja caer alguna receta o una propuesta de menú. Tanto es así, que no solo habla de las recetas de su vida, sino de lo que comería justo antes de su muerte: “150 gramos de kokotxas frescas, una botella de txakolí K5, una paletilla de cordero al horno con patatas finitas, dos dientes de ajo y cebolla y de postre me metería una tarta de ciruelas acojonante que hace mi hijo Joseba y un helado de vainilla de mi hermana Eva. Eso sabiendo que voy a cascar, si no, como cosas más sencillas”.

Después de la presentación de su libro, fuimos a comer a la Sidrería Izeta. Una sidrería asador que él mismo eligió porque es donde le gusta ir. Nada más entrar ves un comedor lleno de gente comiendo a la carta o el menú del día que tienen por 12 euros. Antes de llegar, nos contó lo que comeríamos: sopa, bacalao en salsa verde, txuleta y postre a elegir (yo tomé panchineta). Durante la comida, ejerció de anfitrión, nos ponía la ración en el plato y nos preguntó varias veces: “¿Os gusta? ¿Os estáis quedando bien? ¿Pedimos más?”. No comimos lo que él cocinó ni aquella era su casa, pero se pareció mucho.