Eso de que la fruta escarchada de los roscones no le gusta a nadie es otro bulo de la ultraderecha. Para empezar, a mí me gusta la fruta escarchada y ¿acaso yo soy nadie? Porque, que yo sepa, yo soy alguien. Pago impuestos, cumplo la ley, voté varias veces para salvar a Rosa en OT. Vamos, que alguien soy.

Lo que no me gustan son las guindas, ésas no, pero el resto de fruta, sí. Especialmente me gusta la naranja escarchada. Ojalá más naranja en los roscones, señores productores de roscones. Además, las frutas escarchadas están ahí por algo, primero para satisfacerme a mí y, segundo, para simular las joyas de la corona, que es un poco lo que viene a representar actualmente el roscón de reyes. Y qué le vas a poner para que simule las joyas, ¿ositos de goma?

De lo que yo me quejo no es de lo de fuera de los roscones, sino de lo que llevan dentro. Vamos a ver. Si tanto nos gusta la tradición, que aquí se gestan guerras civiles cuando uno se pone a innovar en las recetas de la tortilla o la paella, sepan ustedes que el roscón merece el mismo respeto, y lo de rellenarlos de nata es del último tercio del siglo pasado y, al parecer, el roscón nos viene de la Antigua Roma. O sea, que meterle natita, tradición no es. Y ya no hablemos de los rellenos fantasía de los últimos tiempos: crema, trufa o mazapán. ¿Pero qué sindiós es éste?

Lo de rellenar el roscón se le debió de ocurrir a alguien a quien lo que le gustaba no era la nata, sino romper familias, porque eso sí que es un foco de conflicto en los hogares españoles. En cuanto hay alguien prorrelleno, se acabó la paz y la democracia, automáticamente el roscón se compra relleno “pirqui si ni ti guisti li niti, si li pidis quitir”. Ya es hora de dejar claro que esto no funciona así: mi problema no es con la nata, que sí me gusta. Mi problema es con ponérsela al roscón porque, aunque se la quites, le resta toda la gracia, fastidia la textura y pierde el aroma a azahar. Por gustarme, también me gustan los callos y no digo que le metan callos al roscón “porqui si li pidis quitir”.

Hay otra cosa que tampoco me gusta que le metan a los roscones, aunque esto sí que es herencia de los romanos: las figuritas y las habas. Otra fuente de conflicto. Otro destruye familias. Pero vamos a ver, señores hacedores de roscones, los romanos vivían otros tiempos y este dulce se repartía entre los esclavos y las clases bajas y quien encontrase la sorpresa era “rey de reyes” por un día, para ellos era un juego, porque sólo jugaban un día, se lo merecían. Pero nuestra situación es distinta. Que llevamos desde el día 24 haciendo un intensivo de reuniones familiares. Que hemos llegado hasta aquí, día 6 de enero y los ánimos están ya a flor de piel. Que el niño ya está cansado de tantas vacaciones y el resto de la familia lleva quince días viendo la Patrulla Canina sin tregua. Que estamos agotados, ¿de verdad tienen que meter la puntilla de esta mala manera poniendo una figurita, una, en un roscón?

No hace falta ser Supernanny para entender que un niño puede acabar de recibir los diecisiete juguetes carísimos que puso en su carta a los Reyes, pero sería capaz de vender a su padre por la figurita del roscón. Figurita que abrirá, dirá lo que decimos todos cuando abrimos la figurita del roscón “¡qué fea! ¿qué es?” y la dejará. Pero si no le toca a él la figurita y le toca al abuelo, a la madre o al hermanito, hay pitote en casa. ¿Hace falta cerrar las fiestas así, explotando por una figurita que es fea y no sabemos qué es?

Además, ¡qué ganas de hacer sufrir a los TOC de la familia por la dichosa figurita! Cuando hay un niño cerca de un roscón, todo el mundo sabe que el roscón no se va a ir consumiendo a corte, no. Se va a ir cortando por donde el niño, jugando a ser Dios, crea que está el regalo. Da igual que eso sea el trozo que toca o el centro del roscón. Se corta sin orden y punto.

Y por no decir que, una vez cortado el trozo y comprobado que ahí no está la sorpresa, el niño va a querer otro trozo y otro, y otro… y mientras tanto la familia engullendo roscón a toda velocidad. Sin saborear, sin disfrutar. Pidiendo al borde del llanto que acabe todo ya.

Por el amor de Dios ¿es que nadie va a pensar en los niños? O, mejor aún ¿nadie va a pensar en las familias de esos niños?