El Bulli fue sinónimo de revolución culinaria durante décadas y tanto en España como internacionalmente. Ubicado en la idílica Cala Montjoi, dentro del parque natural del Cabo de Creus (Girona), este restaurante se convirtió en un auténtico laboratorio de creatividad gastronómica bajo la dirección de Ferrán Adrià.
En menos de trece años desde que tomase las riendas del local, Adrià logró lo impensable: alcanzar las codiciadas tres estrellas Michelin y situarse en la cima de la cocina mundial. Su propuesta rompía moldes y marcó un antes y un después en la alta cocina, con técnicas que hoy forman parte de la historia de la gastronomía contemporánea.
Aunque El Bulli cerró sus puertas en 2011, el legado de Ferran Adrià sigue muy presente. Y es que, su nombre sigue siendo todo un referente imprescindible cuando se habla de cocina tanto dentro como fuera de España, gracias a una trayectoria marcada por la innovación, la creatividad y una propuesta decidida por la cocina de vanguardia.
Un espacio convertido en la auténtica meca de la alta gastronomía, soñado por generaciones de cocineros como lugar de formación. Solo unos pocos lograron hacerlo realidad y aprender directamente de Ferran Adrià, uno de los grandes genios de la cocina moderna. Entre ellos, el chef madrileño Nino Redruello, que tuvo el privilegio de vivir aquella experiencia única desde dentro.
Hace un tiempo, en una entrevista de Cadena SER, Redruello compartió un recuerdo imborrable de su paso por El Bulli en 2002: "Estaba en el mejor restaurante del mundo trabajando en El Bulli y un día tuve una sorpresa porque Ferran Adrià apareció y me dijo: "Nino, estás friendo muy bien estos crujientes de flor de loto, pero no te estás secando las manos para sazonar bien esa flor de loto".
Una corrección aparentemente mínima pero que para el chef escondía una gran lección: la importancia del detalle en cada gesto y más aún cuando se trata de la cocina. "Me vino a decir que cada proceso es igual de importante. Es tan importante freír bien esa flor de loto como sazonarla bien; es igual de importante la persona que limpia el suelo, que el que fríe la merluza o el que pone el perejil", reflexiona Redruello.
Una muestra más de que los pequeños detalles lo son todo y de cómo un gesto aparentemente inofensivo como no secarse las manos antes de sazonar, puede alterar el equilibrio de un plato. Cada fase, cada proceso, desde la limpieza hasta el emplatado, tienen una repercusión directa en el resultado final.
Freír, limpiar, ordenar o aliñar no son tareas menores, todas forman parte del mismo engranaje, y todas merecen el mismo respeto. En eso radica la verdadera cultura del oficio, la que Ferran Adrià supo inculcar a toda una generación de cocineros.
