Todos sabemos que la publicidad y el marketing son un factor primordial a la hora de comercializar un determinado producto, por ello debemos tener mucho cuidado y saber interpretar los mensajes que nos mandan los etiquetados de cada producto.

Dentro del etiquetado podemos encontrar declaraciones nutricionales y declaraciones de salud. Las primeras hacen referencia a propiedades nutricionales beneficiosas para la salud, estas “asignaciones” están permitidas bajo estrictos valores cuantificables, algunos ejemplos son:

  • “Bajo en grasas”: menos de 3 gramos de grasa por cada 100 gramos del producto.
  • “Fuente de fibra”: al menos 3 gramos de fibra por cada 100 gramos del producto.
  • “Fuente de proteína”: al menos el 12% del valor energético proviene de las proteínas.

En el caso de las declaraciones de salud indica un beneficio obtenido tras la consumición del alimento, para poder usar estas declaraciones se necesitan una determinada autorización.

Hasta aquí todo perfecto, el problema es que siempre hay resquicios legales que permiten a determinadas compañías hacer uso de estrategias cuanto menos dudosas. Algunos ejemplos de estos “trucos” son:

  • Añadir al producto una determinada cantidad de vitaminas o minerales, en torno al 15% de la cantidad diaria recomendada, pudiendo incluir el producto esta declaración sin demostrarse realmente el beneficio aportado a nuestro organismo.
  • Incluir frases ocurrentes que insinúan determinado beneficio para la salud sin que este haya sido realmente demostrado, por ejemplo: “Olvida el número de tu doctor” o  “Buen aspecto desnudo”.

Por todo ello, no debemos fiarnos al pie de la letra de lo que nos muestra el etiquetado, es necesario conocer lo que consumimos y no creer en productos “milagro”, la verdadera ciencia de una buena alimentación es llevar una dieta equilibrada, tan sencillo y complicado como eso.

Fuente | Mi dieta cojea