La microbiota intestinal, que agrupa a centenares de comunidades de bacterias diferentes, evolucionó en los albores de nuestra especie como parte de una simbiosis fundamental: ellas consigue un lugar donde vivir y un suministro de comida abundante y, a cambio, proporcionan servicios a su anfitrión. Comenzaron ayudando a digerir la comida; con el tiempo, sus contribución a la salud general del organismo se ha vuelto mucho más vasta y compleja.

En las dos últimas décadas, estos microorganismos han sido objeto de intensa investigación en todo el mundo. Producen unas moléculas denominadas metabolitos que además de participar en la digestión, también cumplen funciones metabólicas, inmunitarias, y otras igual de básicas para la vida.

Y uno de los datos más importantes desentrañados por la ciencia es que esta relación puede pervertirse: si la microbiota se daña, por el exceso de grasas y comidas inflamatorias que comporta la llamada 'dieta occidental' o por el abuso de antibióticos, aumenta el riesgo de sufrir enfermedades metabólicas, cardiovasculares, neurológicas y oncológicas. Concretamente, tienen que ver con la hipertensión y la aterosclerosis, la rigidez de las arterias que eleva el peligro de sufrir accidentes cardíacos.

Con este hecho en mente, los investigadores están tratando de encontrar maneras de remodelar el microbioma, revirtiendo los daños y restaurando la buena salud. Un proyecto del centro Scripps Research (EEUU) plantea un método según el cual se pueden introducir pequeñas moléculas que matarían a las bacterias nocivas o impedirían su crecimiento, sin afectar por ello a los microorganismos beneficiosos.

"Nuestro enfoque usa moléculas de pequeñas dimensiones llamadas péptidos cíclicos, y se inspira en la propia naturaleza", explica uno de los autores, el Dr. Luke Leman del Departamento de Química de Scripps Research. "Nuestras células usan de forma natural una colección diversa de moléculas que incluyen péptidos antimicrobianos para regular las poblaciones del microbioma".  

Según su trabajo, publicado en Nature Biotechnology, estos péptidos creados en laboratorio fueron suministrados a ratones que habían sido alimentados con una dieta alta en grasas, y sufrían de elevados niveles de colesterol así como de una incipiente aterosclerosis. La acción de las moléculas sobre su microbiota intestinal frenó radicalmente la acumulación de depósitos de grasa en las paredes de sus arterias que conducía a la enfermedad cardíaca.

En cultivos de laboratorio, los investigadores habían identificado a los dos péptidos que reducían significativamente el crecimiento de las bacterias intestinales indeseables, equilibrando la microbiota en niveles más parecidos a la de los ratones que habían recibido una dieta saludable. Para los animales que habían consumido grasas al estilo 'occidental', encontraron reducciones "impactantes" del colesterol en comparación con los ratones sin tratar, de un 36% a las dos semanas. Transcurridas diez semanas, las placas ateroscleróticas en sus arterias se habían reducido un 40%.

Según observaron, estos péptidos cíclicos parecen interacturar con las membranas externas de algunas de las bacterias, impidiendo o dificultando su crecimiento. Además, estas moléculas transitan por el tracto gastrointestinal sin penetrar en el riego sanguíneo; los ratones los tomaron con agua, y no sufrieron ningún efecto adverso. El siguiente reto del equipo es probarlos con ratones a los que se les ha provocado diabetes, otra enfermedad metabólica asociada estrechamente con el microbioma y que alcanza niveles epidémicos en la sociedades industrializadas. 

Y vice-versa, también

Tratar el colesterol, por otra parte, conlleva una mejora de la microbiota intestinal cuando se emplea una de las medicaciones más comunes para la hipercolesterolemia, las estatinas. Así lo describe un nuevo estudio liderado por la Universidad de Goteburgo (Suecia) que publica la revista Nature.

Lo han hecho en base al proyecto MetaCardis (Metagenomics in Cardiometabolic Diseases), que reúne información de más de 2.000 ciudadanos de la Unión Europea que sufren enfermedades metabólicas y cardíacas en distinto grado. El objetivo de este macroestudio es determinar hasta qué punto el microbioma incide en las enfermedades del corazón.

La microbiota intestinal, recuerdan los autores, se divide en varios grupos principales denominados enterotipos. Uno de estos, etiquetado como Bact2, tiene menos bacterias en cantidad y composición. Y carece de aquellas que tienen efectos antiinflamatorios, como las Faecalibacterium, que contribuyen a reforzar el sistema inmune.

El enterotipo Bact2 es más común en pacientes que sufren el síndrome del intestino irritable (SII), esclerosis múltiple y depresión. En el estudio actual, los investigadores también detectaron su prevalencia en pacientes con obesidad (18%) frente a la población general (4%).

Sin embargo, los pacientes que fueron tratados con estatinas vieron decrecer la cantidad de Bact2 en su microbita, hasta el punto de normalizarse. Los autores concluyen que sus observaciones suponen un paso más en el camino para desarrollar fármacos que modulen y optimicen las poblaciones de bacterias de nuestros intestinos.

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