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Esto va de personas
Más allá de ideologías, muchos ciudadanos nos sentimos hoy excluidos, preocupados por pactos que quiebran la convivencia y una deriva política que no representa el sentir común.
Vivimos tiempos en los que la política ha invadido todos los espacios: las noticias, las sobremesas, las redes sociales, las conversaciones con amigos. Nunca se ha hablado tanto de política y, sin embargo, pocas veces nos hemos sentido tan desorientados. Más que informados, estamos saturados. Más que representados, muchos nos sentimos excluidos.
Durante años nos acostumbraron a dividir el tablero entre derecha e izquierda, como si esa dicotomía fuese suficiente para comprender lo que realmente está en juego. Pero ya no se trata de ideologías. Esto va mucho más allá. Va de principios. De coherencia. De respeto. De personas. De saber quién está dispuesto a defender el país con responsabilidad y quién lo instrumentaliza en función de intereses propios o de grupos muy minoritarios pero muy ruidosos.
Muchos ciudadanos hoy no reconocemos el país que ayudamos a construir. Vemos cómo se normalizan pactos con quienes jamás han ocultado su deseo de romper la unidad del Estado, de erosionar las instituciones o de reescribir el pasado sin asumir el dolor que causaron. Pactos silenciosos, que no se explican abiertamente antes de las elecciones, pero que se ejecutan después como si los votos lo avalaran todo.
Cada vez somos más los que nos sentimos ajenos. Como si no contáramos. Como si nuestras preocupaciones reales no tuvieran cabida en el debate público. Como si defender la unidad del país, el respeto al marco constitucional y la convivencia democrática fuera algo antiguo o incluso sospechoso.
Y no. No lo es. Es urgente y necesario. Porque sin un suelo común, sin reglas claras, sin una base de respeto mutuo, no hay política posible. Solo enfrentamiento y ruido.
Por eso hoy más que nunca hace falta exigir responsabilidad. Transparencia. Que, si las circunstancias lo demandan, se convoquen elecciones. Que los partidos digan con claridad qué programas ofrecen, cómo elaboran sus listas y, sobre todo, con quién están dispuestos a pactar. No se puede seguir votando a ciegas. No se puede jugar con la confianza de los ciudadanos como si todo valiera con tal de alcanzar el poder.
No se trata de uniformidad. Ni de pensamiento único. Se trata de sentido común. De trazar líneas rojas mínimas. De decir hasta aquí cuando lo que está en juego es el modelo de país que queremos dejar a las próximas generaciones.
Lo repito una vez más: esto no va de siglas. Ni de bloques. Esto va de personas. De buenas o malas decisiones. De convicciones o cálculos. De construir o destruir. Y muchos, muchísimos ciudadanos, ya no estamos dispuestos a quedarnos callados mientras se tuerce el rumbo sin contar con nosotros.
Es el momento de alzar la voz. Con serenidad, pero con firmeza. Porque este país nos pertenece a todos. No a unos pocos.