Las pensión de muchos jubilados no superan el salario mínimo.

Las pensión de muchos jubilados no superan el salario mínimo.

Sociedad

María, jubilada y viuda: “La calefacción no la pongo desde hace años, pero el cuerpo ya no aguanta igual que antes"

María Isabel, como tantas otras mujeres mayores en España, arrastra una vida de esfuerzo sin reconocimiento.

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María Isabel, de 78 años, vive sola en un piso antiguo sin ascensor en Vallecas. Las paredes necesitan pintura, y los muebles, heredados de cuando compartía la vida con su marido, llevan años sin cambiarse.

Desde que él falleció, hace ya más de cinco años, su única fuente de ingresos es una pensión de viudedad que no llega a los 800 euros al mes.

"Toda mi vida he tirado para adelante como he podido, trabajando en casas, cuidando a mis padres o limpiando escaleras… Pero en aquella época no había contrato y por eso ya no tengo nada mío los años que me queden", explica María.

Un problema generacional

Como muchas mujeres de su generación, María Isabel encadenó trabajos invisibles, sin cotización, mientras sacaba adelante a sus hijos y cuidaba del hogar.

Nunca tuvo un empleo estable con nómina, y por eso, al fallecer su marido, su sustento quedó limitado a una pensión de viudedad calculada sobre una base reguladora muy baja.

En 2024, la pensión mínima de viudedad para mayores de 65 años se situó en 11.552,80 euros anuales, lo que equivale a unos 825 euros mensuales.

Sin embargo, esta cifra no siempre se alcanza si no se cumplen ciertos requisitos o si se perciben otros ingresos, por muy pequeños que sean.

En su caso, la pensión que recibe es insuficiente para cubrir con tranquilidad todos los gastos básicos del día a día, lo que le impide llevar una vida estable y sin preocupaciones económicas.

"A mí no me da la vida. Hago la compra pensando en cada euro. Miro las ofertas y compro lo justo", relata María.

Sus rutinas están marcadas por la contención. Enciende la luz solo lo necesario y en invierno se abriga con varias capas para no tener que encender los radiadores.

"La calefacción no la pongo desde hace dos años. Me abrigo y punto. Pero el cuerpo ya no aguanta igual que antes", cuenta.

María Isabel ha aprendido a vivir con lo justo. No se compra ropa nueva, su dentadura postiza necesita arreglo y arrastra un dolor en la pierna desde hace meses. No ha ido al médico porque no puede pagar uno privado, y la cita por la Seguridad Social tarda demasiado.

"Me dijeron que me verían dentro de mucho tiempo, y pues ya pasará, me imagino", cuenta María, quien ve cómo su situación económica le impide buscar una alternativa mejor para cuidar de su salud.

Por otro lado, tiene claro que no quiere molestar a sus hijos. Según explica, ellos la ayudan cuando pueden, pero tampoco están en una situación fácil: hipotecas, trabajos precarios y nietos que cuidar.

"Ellos ya tienen bastante. Yo no quiero ser una carga. Mientras pueda andar y calentarme la comida, voy tirando", relata.

Una vida digna

María Isabel no habla con rencor, sino con resignación. Dice que no necesita lujos ni grandes cambios, sólo un poco más de respiro. Sueña con hacer la compra sin apuros, con no preocuparse por cada factura, con dormir tranquila.

"Yo no quiero viajes, ni ropa nueva, ni un aparato de esos que tenéis. Solo poder comer bien, no pasar frío… y vivir tranquila estos años que me quedan", afirma.

Su historia no es un caso aislado, sino un espejo de una realidad silenciosa que atraviesa a cientos de miles de mujeres mayores en España. Mujeres que trabajaron toda su vida, pero que el sistema no supo reconocer. Y que ahora, en la vejez, sobreviven gracias a una pensión que apenas alcanza para lo básico.