Jero García, presentador y boxeador.

Jero García, presentador y boxeador. David Morales

Reportajes

Jero García: "Con casi 40 años, un compañero me dijo que casi se suicida por mi culpa. Para mí, dar collejas o robar era normal"

"Mi familia era normal, pero ya me encargué yo de desestructurarla. Soy un trastornado. Tengo TDAH" // "En la mili sufrí un brote psicótico y me puse muy violento e intenté agredir a un cabo" // "Yo abracé la agresividad y la violencia porque era la única forma de sentirme bien".

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Desde lo alto del ring que preside su gimnasio de boxeo en el sur de Madrid, Jero García (Carabanchel, Madrid1970) observa con detenimiento que cada golpe que sus alumnos propinan a los sacos sea perfecto. Pocos conocen mejor que él la huella que dejan los golpes vitales, esos que duelen más que cualquier directo al estómago.

De ahí su mirada exhaustiva, consciente de la importancia de que cada gancho entre sólido. En una de las paredes, un lema: “el boxeo es vida, vive duro”, la frase que resume su historia y que dio título a su primer ensayo autobiográfico.

Allí, entre sacos y guantes, Jero recibe a EL ESPAÑOL con una sonrisa afable que contrasta con su pasado: el de un joven conflictivo, acosador de instituto por las mañanas y delincuente por las tardes, que sólo abría la boca para gruñir. “Una mala persona”, como él mismo se define, que entrenó para ser la mejor persona posible y ayudar a los jóvenes a no sufrir lo que él, muchos años atrás, hizo sufrir a otros: “No fui consciente de que era acosador hasta que me enteré de que un chico casi se suicida por mi culpa”, declara durante la entrevista con este periódico.

Presentador, escritor, actor, conferenciante y exboxeador profesional —fue campeón de España de boxeo, kick boxing y full contact—, Jero tuvo que aprender a pelear consigo mismo, “su rival más difícil”, en aquel Carabanchel hostil de los años 80 plagado de jeringuillas por las esquinas. Escenario que, ahora, no cambiaría por nada ya que le sirvió para “mirar el peligro de cara”. “Cuando tienes miedo, tienes dos opciones: o huyes o peleas. Y yo peleé”, expresa.

Aun hoy, sigue haciendo frente a su mayor batalla, la de un TDAH diagnosticado tarde que le hace no controlar, sobre todo en su pasado, su carácter impulsivo. Su mayor medicina: la dopamina que le genera el boxeo. “El boxeo no aviva la ira: la regula. Es agresividad, sí, pero reglada”, explica de la misma forma que se lo transmite a sus alumnos, los cuales se acercan para pedirle consejos sobre cómo esquivar en un ejercicio de sparring mientras él responde a nuestras preguntas.

A través de la fundación que lleva su nombre, Jero ha convertido su propia historia en una herramienta de transformación social. Trabaja desde hace más de 15 años en la prevención de la exclusión y de todo tipo de violencias. Su fundación une a niños acosados y acosadores, ofrece becas de entrenamiento en su gimnasio y promueve la campaña Sport vs Bullying mediante charlas en colegios, donde Jero comparte su experiencia —entre ellas, la de presentador de Hermano mayor— para demostrar que la agresividad puede canalizarse y que siempre es posible cambiar de rumbo.

Jero García.

Jero García. David Morales

Además, también participa en iniciativas que impulsan valores humanos y éticos, como su colaboración con la Fundación Lo Que De Verdad Importa. Allí, hace unos días, compartió espacio con figuras de distintos ámbitos como el cantante Beret o la deportista Carolina Marín para transmitir el poder transformador de las historias que transforman e inspiran. A Jero, el nacimiento de su hija le salvó la vida. De la muerte de su padre y de dos amigos aprendió a pelear contra la depresión.

Pregunta.– Creció en un Carabanchel duro, donde las jeringuillas eran parte del paisaje. ¿Qué huella emocional le dejó aquella infancia?

Respuesta.– Ese Carabanchel de los años 80 era tierra hostil. Como bien apuntas, antes de jugar al fútbol en las calles del barrio teníamos que apartar la jeringuillas que iban dejando los yonquis. Allí la droga y la delincuencia imperaba en las esquinas.

P.– Si ahora pudiera, ¿elegiría otro lugar mejor donde haberse criado?

R.– Rotundamente, no. Era una zona complicada, pero yo no la cambiaría por nada.

P.– ¿Le ayudó a entender la vida, a pesar de todo?

R.– Sí, veías venir el peligro de cara.

Jero García tiene TDAH.

Jero García tiene TDAH. David Morales

P.– ¿Se crió en una familia desestructurada?

R.– No, mi familia era muy normal, pero ya me encargué yo de desestructurarla. Soy un trastornado. Tengo TDAH, y eso fue el detonante para llevar la vida que llevé en mi adolescencia. Pero me lo diagnosticaron con 40 años. Hasta entonces, yo sabía que algo me pasaba, pero no sabía qué era. Cuando empecé a estudiar, ya de mayor, los trastornos de conducta y la salud mental, me di cuenta de que yo podía sufrir algo así. Y efectivamente, me lo diagnosticaron.

P.– ¿Hasta qué punto le influyó el TDAH en su comportamiento de niño?

R.– Siempre fui un trasto, un demonio. Era muy impulsivo. Y eso provoca que me aparten. Y cuando tú te sientes solo, te desesperas, y cuando te desesperas, empiezas a sentirte más solo aún. Y ahí empiezan los miedos. Y cuando tienes miedo tienes dos opciones: o huyes y esperas a que pase todo, o peleas. Y yo peleé.

P.– ¿Quién era su mayor rival?

R.– Yo mismo. Esa es la peor batalla. Me hacía daño a mí mismo y, de forma colateral, a mi familia. Y eso que mis padres, a los cuales siempre estaré agradecido, me insuflaron mucha disciplina. Y lucharon contra mi rebeldía, pero no fue suficiente, a pesar de todos sus esfuerzos.

P.– ¿Y en quién se convirtió?

R.– En un pequeño delincuente que con 15 o 16 años hacía puentes a los coches y los conducía sin carnet. Y me dedicaba a hacer atracos. Hasta que llegó un susto en mi vida, y pensé: esto yo no lo quiero.

P.– ¿Qué ocurrió?

R.– Hicimos un alunizaje. Llegó la policía y yo corrí y corrí y, por suerte, no me cazaron. Y eso me hizo replantearme cosas. La vida son golpes y decisiones, y las decisiones siempre vienen después de los golpes. Sin embargo, a partir de ahí, y a pesar de ser más consciente del peligro que conllevaba llevar esa vida, no podía controlar mis impulsos por culpa de mi trastorno. Tanto es así que en la mili sufrí un brote psicótico y me puse muy violento e intenté agredir a un cabo. Y me tocó estar entre rejas tres meses. Menos mal que un teniente coronel entendió que en el fondo era buena gente y me ayudó a sobrellevar la situación.

Jero tuvo una adolescencia complicada.

Jero tuvo una adolescencia complicada. David Morales

P.– ¿Y cuándo aprendió a controlar sus impulsos? ¿O eso es una batalla perdida?

R.– Lo aprendí cuando fui consciente de que se me iba la cabeza. Pero es que todavía me pasa. No me pasa ya de que me lie a hostias con alguien, pero sí que quizá aún no me controlo verbalmente. Al final yo sigo siendo un TDAH. Mi falta de madurez en la corteza prefrontal, que es la que te hace controlarte de los impulsos, no la he tenido. Ni la tendré hasta que me muera. Por ello, intento canalizar esos impulsos a través del deporte. También a través de la interpretación, de la escritura y de dar conferencias. Así que siempre he tenido que buscar esos faros en la niebla. Yo abracé la agresividad y la violencia porque era la única forma de sentirme bien.

P.– Y, aparte, ¿tiene recetada medicación?

R.– Yo no abogo mucho por la medicación continua. Lógicamente, si tienes mucha hiperactividad, necesitas medicación. Pero a mí no me gusta que se tome de forma continua ya que vamos a empezar a crear adictos. Y no hay nada más sano que el deporte como forma de sobrellevar el TDAH.

P.– Usted fue adicto a las drogas.

R.– Solamente al hachís. Nada más. Piensa que cuando soy consciente de que mi vida iba encaminada a acabar en la cárcel de Carabanchel, pensé que tenía que cambiarlo todo. Y entonces me refugié en los porros para así evitar que me dieran ataques de ira por culpa del TDAH. Me calmaba. Pero claro, llegó un punto en el que no lo supe controlar. Llegué a fumar 15 porros al día.

P.– ¿Le dejó secuelas ese consumo tan elevado?

R.– Sí, las secuelas se vieron en la mili. Yo entré adicto al hachís. Pero como me tranquilizaba, no se me notaba. Hasta que estalló en forma de brote psicótico.

P.– Y, sin embargo, no probó la heroína, tan frecuente en aquella época.

R.– No, porque veía las consecuencias que tenía. Muchos de mis amigos murieron por la heroína. Y veía la delincuencia que conllevaba. Además, con 12 años tuve que llevar a un amigo mío a una casa de socorro porque se había pinchado con una jeringuilla jugando al fútbol. Entonces entendí desde muy temprano que las consecuencias de esa droga eran terribles. Así que nunca he probado la heroína ni ninguna otra droga aparte del hachís.

P.– Habla de que el deporte fue su mayor medicina. ¿Qué vio en él?

R.– Yo siempre he hecho deporte. Y poco a poco me fui dando cuenta de que el deporte me generaba la dopamina que mi cuerpo me demandaba por culpa de mi TDAH. Con 18 años jugaba en Preferente al fútbol. Se me daba muy bien. Jugaba de lateral izquierdo y ese año fui el máximo goleador del equipo. Tenía futuro.

P.– ¿Y qué arruinó ese futuro prometedor?

R.– Pues que partido sí partido también me expulsaban. Yo tengo el récord Guinness de la expulsión más rápida de toda la regional madrileña. En un partido, a los 45 segundos me expulsaron. Sacamos de centro y, nada más sacar, me llegó el delantero de ellos y me hizo una entrada con las dos piernas por delante. Mi reacción fue pegarle un puñetazo. El árbitro no se atrevía ni acercarse para expulsarme.

Jero García durante la entrevista, en el ring.

Jero García durante la entrevista, en el ring. David Morales

P.– Ahí nació el Jero García boxeador, entiendo.

R.– Bueno, a mí pelear siempre se me ha dado bien, desde muy pequeño. Mi abuelo me llevaba de niño a ver veladas de boxeo. Además, mi padre trabajaba de camarero en el Palacio de los Deportes. Así que muchos viernes me iba allí con él a ver combates. Y ahí descubrí que tenía que dedicarme a deportes de contacto menos violentos que el fútbol.

P.– Y llegó a ser campeón de España de full contact, kick boxing y boxeo. ¿Cuál fue la clave para llegar a la cima?

R.– Todos los que tenemos TDAH somos unos portentos en el deporte. No podemos estar quietos. Y luego el físico me acompañaba. Así que dejé el fútbol y me dediqué de lleno a los deportes de contacto. Eso sí, no es lo mismo ser peleador que boxeador. Peleador puede ser cualquiera, pero boxeador es alguien que trasciende. Y yo no hacía caso a mis entrenadores; fumaba y bebía. No tenía disciplina para llegar a ser boxeador. Pero, de repente, la vida me trajo dos ojos verdes. Mi hija. A la cual tuve con 22 años.

P.– ¿Ser padre le otorgó la disciplina que necesitaba?

R.– Exacto. Ahí me enteré de lo que era la motivación por algo. Y entendí que las cosas se hacen con responsabilidad. Así que cuando nace esa niña, me caso con la madre, la que era mi pareja entonces, y lo dejo todo por cuidar de mi hija. Y eso lo extrapolé al deporte.

P.– ¿Fue buscada esa hija?

R.– Para nada. Un penalti por la escuadra.

P.– ¿Y nunca se barajó la posibilidad de abortar?

R.– En la vida. Mi mujer y yo nos amábamos. Éramos unos críos pero no lo dudamos.

P.– Esa niña le cambió la vida.

R.– Me la salvó. Porque me enseñó todo. Y ahí pasé de ser peleador a boxeador.

P.– ¿Qué valores le enseñó el ring?

R.– La constancia, el sacrificio y, por encima de todo, la pertenencia a un grupo. Sentirme parte de algo, de una familia. Y todos esos valores y principios me enseñaron a tener la capacidad para controlar mi ira y mi violencia.

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P.– Puede resultar paradójico. ¿Por qué el boxeo, lejos de avivar la ira, la regula? ¿Qué ocurre internamente durante un combate?

R.– La agresividad va implícita en este deporte. Pero es una agresividad reglada. Y no podemos decir lo mismo de otros deportes. Nos tachan de violentos, pero es que en el boxeo intentamos controlar y canalizar la agresividad. Y esa es la clave y ahí radican los valores de respeto al rival de este deporte.

P.– Ha contado que, en el instituto, llegó a ser un acosador. ¿Cómo pasa uno de ser un bully a combatirlo?

R.– Yo es que no me enteraba que era un acosador. Me entero casi con 40 años cuando un ex compañero mío de clase me escribe por redes sociales diciéndome que casi se tira desde un quinto piso por culpa mía y de un grupo de chicos que le estábamos puteando. Para mí, dar collejas o robar era lo más normal. Me ponía en la puerta del instituto y le quitaba la pasta a la gente. Y eso me hacía sentirme bien. Nunca pensé que podía haber provocado tanto daño. Y cuando este chico me dijo eso, me rompió en dos. Yo ya tenía la fundación y daba charlas sobre acoso escolar.

P.– ¿Cómo reaccionaste?

R.– Le pedí perdón. Pero es que no recuerdo a nadie de mi clase de aquellos años. Mi mente parece que lo haya querido borrar.

P.– ¿Siente que ha sido una mala persona?

R.– Sí, yo fui una mala persona. Pero en esta vida todo pasa y todo se entrena. Y yo entrené para ser buena persona. Y creo que lo he conseguido. Por eso mismo, a los chicos jóvenes que vienen al gimnasio les digo que no quiero escuchar eso de que "yo soy así y no puedo cambiar". Si quieres, puedes cambiar.

Jero García.

Jero García. David Morales

P.– ¿No cree en la maldad natural?

R.– No, un niño no nace malo; un niño se hace malo. En mi caso fue un problema de salud mental. Pero hay otros que tienen un problema de violencia en casa.

P.– Precisamente, en Hermano Mayor se enfrentó a chavales violentos que no empatizaban con su entorno, que generaban conflicto en casa. ¿Cuál era la clave para llegar a cambiarlos?

R.– A través de la empatía. Esos chavales se rompían cuando empatizaban con el daño que hacían a sus padres. Pero claro, era duro, muchos de esos jóvenes tenían ese comportamiento anclado a su personalidad. Íbamos picando hasta romper esa barrera. Mi idea era que ellos sintieran lo mismo que sentían sus padres cuando los puteaban. Hasta que se daban cuenta.

P.– ¿Sintió miedo de verdad alguna vez tratando a esos jóvenes?

R.– Sí, pero el miedo hay que superarlo. A mí me han llegado a sacar cuchillos, pistolas, me han rociado de spray, he tenido que reducirlos... Y reducir a alguien sin poder agredirle es complicado. Era una película de terror. Pero claro, yo venía de donde venía, y eso me ayudó mucho.

P.– ¿Qué caso del programa le dejó una marca imborrable?

R.– Alejandro. Y fue porque la productora no le hizo un estudio psicopedagógico necesario para saber si el chaval o la chavala sufría de algún tipo de psicopatía o tenía algún problema de adicciones. Y a Alejandro no se le hizo. ¿Por qué? Pues a día de hoy no lo sé. Pero Alejandro tenía psicopatía e intentó tirar una piedra enorme a su madre que la podía haber matado. Yo lo tuve que reducir varias veces.

P.– ¿Qué se le dice a un chaval que acosa a otros en el colegio? ¿Cómo se puede erradicar el bullying?

R.– En primer lugar no hay que hablar con él, hay que hablar con sus padres. Ellos son los mayores responsables. Es un problema educacional, aunque existen factores de riesgo, como la salud mental. Ese fue mi caso, y alguien tiene que saber verlo. ¡Ojo, el primer responsable fui yo!, pero alguien lo tenía que haber visto. Hace cuarenta años era diferente, pero ahora si unos padres o los profesores no se enteran de que su hijo o su alumno es acosador o es acosado, es que no están mirando donde tienen que mirar.

P.– A pesar de todo, se sigue echando en falta una Ley Orgánica contra el acoso escolar efectiva. ¿Qué vacíos legales existen hoy?

R.– Son muchos años los que llevo hablando con directores de colegios. Y todos tienen en común el miedo a hablar con la consejería educativa. Así que durante mucho tiempo he intentado hablar con la consejería para abordar este tema y no lo he conseguido. La realidad se encuentra en que los colegios tienen miedo de que tras una falta grave o un caso de acoso en sus aulas les quiten las subvenciones. Según los colegios, esto es una realidad, pero según la consejería, es una leyenda urbana. Entonces, lo que ocurre es que el sistema educativo va por un lado y la administración va por otra. De esta forma, no se persigue el acoso escolar como se debería.

Jero García creó una fundación que combate el acoso escolar y la exclusión social.

Jero García creó una fundación que combate el acoso escolar y la exclusión social. David Morales

P.– ¿Qué le llevó a fundar la Fundación Jero García y ayudar a jóvenes víctimas de acoso?

R.– El saber que, desde mi experiencia, podía ayudarles. Sin embargo, siempre se me quedará grabada una huella de una chica que estaba en mi fundación y que sufría violencia de género. Y no supe ver que ella sufría esta violencia hasta que me lo contó. Ahí fui consciente de que lo estaba haciendo fatal. Desde ese día, supe que quería destinar todos mis esfuerzos en lograr que a ningún entrenador o monitor de este país le pasara lo mismo que me pasó a mi. Y por eso le encuentro tanto sentido a seguir dando charlas en institutos y a concienciar a los chavales. Y lo hago a través del boxeo.

P.– ¿Qué golpe fuera del ring ha sido el que más le ha dolido?

R.– La muerte de mi padre y de dos grandes amigos; uno de ellos, el periodista David Gistau. Fueron muy seguidas. En dos años fallecen los tres. Y yo, como vivo de forma muy frenética, no lloré a Raúl, un amigo de la infancia, no lloré a mi padre ni tampoco lloré a David. Pero llegó la pandemia y nos encerraron en casa a todos. Y ahí, como un buen TDAH, no sabía donde meterme. Así que empiezo a llorarles y me sumerjo en una depresión muy grande.

P.– ¿Cómo detectó que sufría depresión?

R.– Cuando un día uno de mis hijos, de 3 años, me dijo: "Papá, ¿por qué estás triste?". Y le dije: "No, cariño, es la alergia". Pero el niño, que es muy inteligente, supo que no era verdad. Y se puso a llorar conmigo. Así que esa empatía de mi hijo me hizo reflexionar y pedí ayuda psicológica. Y la psicóloga me recomendó escribir. Así empecé a escribir mi primera novela, 'Cola de lagartija', que era mi apodo de niño, y que tiene como personaje principal a un niño con TDAH.

P.– ¿Le sirvió la depresión para quitarse la coraza que aún le quedaba?

R.– Totalmente. Yo era tímido, aunque no lo pareciera. De joven hablaba con monosílabos y a gruñidos siempre. También me sirvió mucho estudiar interpretación. Ahí se me empezaron a romper todas esas murallas y empecé a sentir. Se me fue la timidez. Y, sobre todo, aprendí a saber comunicarme para que otros empatizaran también conmigo.