Al izquierda, Quique, y, a la derecha, Ainhoa, la víctima.
Habla la madre de Ainhoa, la asesinada por su novio Quique en Librilla: "Tenía miedo de que entrara en su piso y lo dañara"
Los WhatsApps de la víctima del crimen machista a su madre, antes de ser estrangulada el sábado 25 de octubre: "Quique se ha ido muy nervioso de aquí. No sé muy bien para que ha venido". "El lunes, sí o sí, a cambiar la cerradura".
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Encarnación sujetaba con fuerza la mano de Juan Antonio para no derrumbarse, este lunes, a su llegada a los juzgados de Totana, para prestar declaración por el terrible crimen machista que sufrió su hija: Ainhoa. Los padres de esta joven, de 19 años, estrangulada por su exnovio, Quique, iban arropados por otros familiares para pasar por un trago tan duro que no existen palabras para describirlo.
Posiblemente, en la mente de Encarna revoloteaba la última conversación que mantuvo por WhatsApp con su hija, el sábado 25 de octubre, tan solo unas horas antes de que se produjera este crimen machista. Habían transcurrido cuatro días desde que Ainhoa rompió la convivencia con Quique, y a las 15.17 horas de aquel sábado, le pidió a su madre 50 euros prestados, para salir con unos amigos a cenar y a jugar a los dardos, para despejarse de la toxicidad de su exnovio.
“Ainhoa me pidió que cuando ella estuviera fuera con sus amigos, que me acercara a su casa para evitar que Quique entrara al piso a hacer algún destrozo porque seguía teniendo las llaves”, tal y como esta mujer relata a la Guardia Civil, consciente de que su pobre hija se había quedado corta en las represalias que iba a emprender Manuel Enrique G. T. (1998), por no aceptar la decisión de Ainhoa de romper la relación y cesar la convivencia de ambos en el número 2 de la calle Totana en Librilla.
“Cuando Ainhoa y Quique dejaron la relación, mi hija me comentó que quería cambiar la cerradura del piso porque Quique no le quería devolver la llave, a pesar de que ella se lo había pedido. Ainhoa tenía miedo de que Quique entrara al piso cuando ella no estuviera y le hiciera algún destrozo porque ella quería seguir viviendo allí”.
Por desgracia, este joven, de 27 años, entró al piso de la calle Totana, para dejar sin aliento a su exnovia, y destrozar a sus suegros de por vida, arrebatándoles a su única hija. Tal pérdida no se repara ni con la mayor de las condenas de cárcel que es lo que van a pedir estos padres en el proceso penal, después de contratar al conocido abogado Raúl Pardo-Geijo.
El conocido abogado Raúl Pardo-Geijo, este lunes, en los juzgados de Totana.
Este lunes, el penalista Pardo-Geijo acompañaba a Encarnación y a Juan Antonio, para afrontar el difícil trámite de testificar por la muerte de Ainhoa. La declaración de los progenitores se ha prolongado una hora y su contenido se desconoce, debido al secreto de sumario.
Pero EL ESPAÑOL ha podido saber por fuentes de la Guardia Civil lo que estos padres explicaron a la Policía Judicial, en el cuartel de Totana, después de que Encarnación se enterara a las bravas de que su hija no había salido el sábado con sus amigos, debido a que su exnovio la estranguló con sus propias manos en el piso que compartieron durante dos años en el número 2 de la calle Totana.
Esta madre, de 51 años, le leyó a la Policía Judicial los WhatsApps que le envió su hija, el sábado 25 de octubre, y los chats denotan que el veinteañero que había sido su yerno no encajó bien la ruptura. Prueba de ello es el contenido de los mensajes que le envió Ainhoa a Encarnación, a las 17.10 horas del sábado, y donde alerta de que su exnovio se ha presentado en su casa.
- WhatsApp de Ainhoa: Es que Quique se ha ido muy nervioso de aquí. No sé muy bien para que ha venido, la verdad. Y yo me voy esta noche con mis amigos y a él le jode porque son sus amigos también y no quiere que forme parte del grupo.
Entonces, me dio su llave, pero sigue teniendo una en casa de su madre y no quiero que entre y que haga cualquier destrozo en el piso. Mientras yo no estoy, por si tú puedes estar aquí, con la llave puesta por dentro, para que él no entre. Y bueno, el lunes, sí o sí, a cambiar el bombín porque no quiero que entre.
No hubo tiempo ni de cambiar la cerradura ni de evitar que Quique entrara en la vivienda ni de que perpetrara un destrozo irreparable: la vida de esta chica, de 19 años, de intensos ojos azules, cariñosa con sus padres, risueña con sus amigos, y siempre trabajadora detrás de la barra, ya fuese como camarera del restaurante del Grupo Primafrío o en el bar La Bodega de Librilla donde empezó su carrera en la hostelería y su noviazgo con el cocinero, convertido a la postre en su verdugo.
Ainhoa y Quique empezaron su noviazgo cuando trabajaban en el bar La Bodega de Librilla, ella de camarera y él de cocinero.
“A las 19.19 horas [del sábado] le respondí a mi hija que no entendía a qué tenía que ir Quique al piso, pero Ainhoa ya no me contestó”. Posiblemente, su hija ya había sido estrangulada por su exyerno. Pero esta no es la peor parte de la desgarradora declaración de Encarna, ya que narra a la Policía Judicial que ella fue quien descubrió el cadáver de Ainhoa el domingo 26 de octubre, en el piso del número 2 de la calle Totana que estaba a solo cinco minutos de su casa.
“Estaba en el bar que hay junto a mi casa, cuando recibí una llamada de Carmen, una hermana de Quique, y me preguntó por Ainhoa. Le dije que no sabía nada de ella desde el sábado y no me contestaba al teléfono. Carmen me contestó que fuera al piso de Ainhoa porque era posible que Quique le hubiera hecho algo”.
Manuel Enrique se comportó como un maltratador de manual de principio a fin, ya que ni siquiera fue capaz de suicidarse tras asfixiar a una chica inocente. Fracasó atiborrándose de pastillas y terminó en el Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia.
Allí acudieron a visitarle sus tres hermanas Carmen, Gertrudis y Antonia, debido a que en marzo también intentó quitarse la vida y en junio dejó su tratamiento psiquiátrico. Durante esa visita, Quique le confesó a su hermana Antonia que había matado a Ainhoa, y por ese motivo, Carmen telefoneó a la madre de la joven aquel domingo.
Encarnación fue como una exhalación al piso de alquiler de su hija y nadie respondía al timbre. Mala señal. En la puerta del bloque se presentaron también las tres hermanas del asesino machista y confirmaron que su confesión era real. “Llamaron a la casera para que les facilitara las llaves, pero no eran válidas para abrir la puerta, por lo que Carmen accedió al patio de Ainhoa a través del patio de un vecino, entró al piso y abrió la puerta”.
El portal del número 2 de la calle Totana en Librilla se encontró el cadáver de Ainhoa, el pasado domingo 26 de octubre.
Esta madre no dudó en pasar a buscar a su chiquilla y se dio de bruces con la tragedia: “Yo entré al salón donde estaba mi hija tirada en el suelo […]”. “La cara la tenía tapada con la manta del sillón, se la retiré y ya no recuerdo lo que pasó”.
El mundo se le vino abajo como reflejaba su mirada este lunes, inundada de pena, antes de adentrarse a los juzgados de Totana, y cruzarse con las hermanas de Quique, las cuales también han sido citadas a declarar.
El magistrado quiere escuchar a todo el círculo familiar de la víctima número 33 que este año se ha cobrado la violencia machista en España, con el objetivo de aclarar si la muerte de Ainhoa fue el colofón a un noviazgo marcado por un delito de malos tratos continuados, lo que agravaría la condena de Quique.
Todo apunta a que la relación era tóxica. Valga como botón de muestra lo que la madre de Ainhoa relató en el cuartel de la Guardia Civil de Totana y por lo que este lunes le han vuelto a preguntar en sede judicial: “Llevaban juntos unos dos años, pero desde que tuvieron una primera ruptura, la relación ya no ha ido bien del todo. Discutían a menudo. Ainhoa se venía a mi casa y Quique a la de su madre”.
En la misma línea apuntó Juan Antonio en su comparecencia en el cuartel de la Guardia Civil, justo 24 horas después del domingo 26 de octubre, el día que no olvidará ninguno de los 6.000 vecinos de Librilla porque trascendió la muerte de una zagala inocente y dos familias del pueblo dejaron de hablarse hasta el fin de los tiempos.
“Es cierto que discutían con bastante frecuencia, pero era discusiones banales”, tal y como afirmó el padre de Ainhoa a la Policía Judicial. “Yo nunca vi agresiones físicas de Quique sobre mi hija, ya que si hubiera visto algo me interpondría en esa relación, no consintiendo que le hicieran nada a mi hija”.
Por desgracia, Ainhoa está dentro de la estadística que dice que 7 de cada 10 víctimas sufren en silencio la violencia de género y no denuncian al teléfono 016. Así lo admitía su padre: “Desde hace poco tiempo, observaba que discutían con más frecuencia, pero en nunca escuché de mi hija que fuese amenazada por Quique”.
Una foto de Quique junto a Librilla, la localidad murciana donde se produjo este crimen machista.
Una y otra vez, ella le dio oportunidades, hasta que se cansó de pagar el alquiler mientras él se dedicaba a jugar a la PlayStation o rechazaba las ofertas de trabajo que le llegaban. Cuando Ainhoa quiso poner tierra de por medio, Quique la estranguló sin miramientos.
“Dos días antes de que ocurrieran los hechos, aproximadamente el jueves, supe que mi hija rompió la relación con Quique. Esto ya había pasado varias veces, pero a los pocos días volvían otra vez. En esta última ocasión, Quique fue a la vivienda donde convivían, acompañado de una de sus hermanas, para recoger sus efectos y se marchó a casa de su madre”.
Pero el veinteañero regresó el sábado 25 de octubre, para vengarse supuestamente porque no supo aceptar la ruptura. En aquella fecha, los padres de esta chica, de 19 años, ya hablaban con preocupación sobre lo mal que su exyerno estaba gestionando el cese de la convivencia. “En una conversación que tuve con mi mujer, ella me comentó que últimamente estaba preocupada por el estado de nuestra hija con la relación sentimental con Quique”.
Este padre, de 51 años, muy querido en su pueblo por la carnicería que antaño regentó en la plaza de la Constitución, tiene que convivir a diario con dos recuerdos que martillean su conciencia. El primero: la última conversación que mantuvo con su querida Ainhoa. “La última vez que vi con vida a mi hija fue el viernes por la tarde-noche y me comentó que iba a salir con unas amigas y el sábado iría a vernos a casa, pero eso nunca llegó”.
El segundo recuerdo es una pesadilla y lo comparte con su mujer porque Juan Antonio, aquel domingo, también entró al piso de la calle Totana: “Mi hija tenía tapado el rostro con una manta, yo se la quité y le di varios golpecillos para que despertara, pero no despertaba. Aprecié rojeces en el cuello, percatándome de que el móvil lo tenía muy próximo a su mano y tuve la sensación de que quiso llamar por teléfono”. Pero Quique no le dejó a Ainhoa pedir auxilio.