Jesús G. Maestro, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Vigo.

Jesús G. Maestro, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Vigo. Miguel Muñiz

Reportajes

Jesús G. Maestro, el catedrático que fustiga la ignorancia: "Hay alumnos que no saben poner las tildes a su propio nombre"

"El sistema educativo no corrige los errores de la gente, sino que los ignora. Hoy, un profesor no tiene autoridad para corregirlos" // "La generación de jóvenes actual es la más desprotegida porque se le ha privado del conocimiento" // "El Bachillerato de hace décadas era más potente que el actual".

Más información: Àlex Torío, el profesor que deja la enseñanza "decepcionado": "Un alumno de la ESO de ahora es como uno de Primaria de antes"

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El catedrático Jesús González Maestro (Gijón, 1967) está preocupado. Le inquieta que, a su juicio, “vivimos en una sociedad que ha hecho creer al ser humano que puede vivir en la ignorancia”. Cree que ya “nadie se toma en serio el valor del conocimiento”; que la gente “frivoliza” con él. Siente desasosiego.

La educación, por si fuera poco, no es ajena a esta situación. Él, como catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Vigo, lo observa día tras día, año tras año. Y ya lleva 31. “En las universidades del siglo XXI, el analfabetismo del estudiante de letras, por ejemplo, se traduce en que hay alumnos que no saben poner las tildes a su propio nombre y apellidos”, ha ejemplificado a EL ESPAÑOL.

Licenciado en 1990 en Filología Hispánica en la Universidad de Oviedo y doctorado en 1993 en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en el mismo centro, el docente ha estado impartiendo clases desde 1994 en la Universidad de Vigo. Allí ha sido testigo de la degradación del sistema educativo. Una degradación común y estructural en España. “La universidad está necesitada de alumnos y acepta lo que venga”, se entristece.

Aunque el alumnado de hoy “no está interesado” en recibir el conocimiento, para el viejo profesor los estudiantes son las víctimas de una educación que “no corrige los errores de la gente”. Sostiene que “la generación de jóvenes actual es la más desprotegida porque se le ha privado del conocimiento”; que está desarmada ante los retos de la vida. Son, por tanto, víctimas de un sistema en decadencia.

Desde Vigo atiende a este diario para hablar sobre educación, pero no ha sido la primera incursión crítica que ha firmado el catedrático sobre la sociedad actual. Ha dejado sus pensamientos negro sobre blanco en Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI (HarperCollins, 2025), un libro en el que juzga, entre otras cuestiones, la ignorancia y el estado actual de la educación, señalando cómo “ha sido reemplazada por prejuicios y mitologías”.

Pregunta.– A su juicio, ¿qué problemas estructurales tenemos en el sistema educativo en España?

Respuesta.– Los mismos que en el extranjero: no tener un criterio de educación científica. Nadie sabe exactamente lo que es la educación científica y todo el mundo cree que lo sabe. En consecuencia, la educación se improvisa tanto en España como en el extranjero.

P.– ¿Qué es la educación científica y por qué carecemos de ella?

R.– La educación científica es el conocimiento de cómo funciona la realidad. Cuando uno sabe cómo funciona la realidad, puede enfrentarse a ella. Cuando alguien ignora cómo funciona la realidad, no sabe enfrentarse a ella.

Por ejemplo, si nosotros sabemos cómo funciona un cáncer médicamente y científicamente, estamos en mejores condiciones para superarlo que si ignoramos todo acerca de la medicina. Entonces, para mí, el único secreto de la educación es que debe conducir al alumno al conocimiento de la realidad.

P.– Si no se enseña educación científica en España, ¿qué educación se enseña?

R.– La educación ideal. Tenemos una educación basada en el idealismo, pero no en el realismo. Una educación basada en una visión ideal de la realidad. Entonces, se educa a la gente para vivir en un mundo que no es el mundo que realmente existe, es otro mundo. Es un mundo ideal. Y este sistema educativo se impone básicamente desde el siglo XVIII. La educación actualmente, de esta manera, no está orientada al desengaño, sino al engaño.

P.– ¿Por qué la educación está orientada al engaño? Explíquelo.

R.– Está abierta al engaño porque se nos habla del mundo tal y como el mundo debería ser en condiciones ideales de vida, pero no para enfrentarse al mundo tal como es. Es decir, se educa a la gente para tratar con buenas personas, pero no se le enseña a saber distinguir las buenas personas de las malas personas. Se ofrece al ser humano una educación roussoniana. Una educación ilustrada, que es una manera de engañarlo para que fracase en la vida. La educación debe estar orientada no hacia el fracaso, sino hacia el éxito. Y el éxito sólo se consigue conociendo realmente cómo funciona la realidad.

P.– Lleva 31 años siendo profesor universitario. ¿Cómo ha evolucionado el alumnado en estas tres décadas?

R.– Los alumnos han evolucionado en consonancia con la sociedad. Del mismo modo que también han evolucionado los profesores. Es decir, la evolución del alumnado y del profesorado ha ido en consonancia. Esta evolución ha sido determinada por muchos acontecimientos, entre los cuales el más importante, a mi juicio, es el deterioro de la calidad de los contenidos de la enseñanza.

P.– ¿Y eso?

R.– Los miembros de mi generación y yo recibimos una educación científica fuerte y valiosa. Recibí una buena formación y, sin embargo, yo no puedo transmitir a mis actuales alumnos la buena educación que yo recibí, porque no están interesados en asimilarla. No les interesan esos contenidos porque la sociedad actual ha prescindido de ellos y ha optado por otro tipo de contenidos.

Es decir, yo no puedo explicar la literatura que estudié porque hoy nadie está dispuesto a leer esa literatura ni a interesarse por esa literatura. En consecuencia, el alumnado no es el único responsable de esto. Pero el alumnado de hoy tiene otras preocupaciones, otras exigencias y, sobre todo, otras distracciones. De tal manera, el conocimiento en general se ha devaluado mucho y el conocimiento de la literatura, en particular, prácticamente ha sido exterminado.

El catedrático Jesús G. Maestro.

El catedrático Jesús G. Maestro. Miguel Muñiz

P.– ¿Podría comparar a los alumnos de antes, que, como usted, recibieron una educación científica con los actuales? ¿Ha aumentado el desinterés por el conocimiento?

R.– Hoy en día nadie se toma la vida en serio. Nadie se toma en serio el valor del conocimiento. La gente frivoliza con el conocimiento, la gente hace chistes con el conocimiento. ¿Por qué? Porque vivimos en una sociedad que ha hecho creer al ser humano que puede vivir en la ignorancia, que puede vivir de espaldas al conocimiento. Pero claro, sin el conocimiento el ser humano no puede sobrevivir. De tal manera, nos encontramos con generaciones a las que se les ha privado del conocimiento.

P.– ¿Se refiere a las nuevas generaciones?

R.– Sí, y ocurre algo muy particular: se dice que la generación de chavales más jóvenes, la llamada generación de cristal, es una generación híper protegida. Yo sostengo todo lo contrario. Sostengo que es la generación más desprotegida desde las guerras mundiales.

P.– ¿Por qué?

R.– Por dos razones básicas. En primer lugar, la generación de jóvenes actual es la más desprotegida porque se le ha privado del conocimiento científico que generaciones anteriores recibieron. Se le ha privado de un régimen de estudio fuerte y de unos contenidos científicos fuertes. El Bachillerato de hace décadas era mucho más potente que el actual. Entonces, eso ya es desproteger enormemente a los jóvenes, porque los ponemos a vivir por debajo de las exigencias que la realidad les requiere.

P.– ¿Es desarmar a los jóvenes ante la vida?

R.– Totalmente. Si yo no enseño a alguien a leer y a escribir correctamente, lo estoy mutilando para el resto de su vida. Entonces no se puede decir que están híper protegidos cuando se les ha privado de conocimientos fundamentales para abrirse camino en la vida.

En segundo lugar, no se puede decir que la juventud actual es una generación híper protegida cuando se le ha empujado, sin ningún tipo de protección, al consumo en Internet de todo tipo de productos que deterioran sus posibilidades de interpretación del mundo en el que viven y su salud mental. El resultado: problemas de salud mental galopantes, tendencias a las lesiones, a los suicidios y a saturar las salas de los psiquiatras...

P.– El catedrático Ramón Espejo, colega suyo, me contó en una entrevista que “el analfabetismo ha llegado a la universidad”, que en su facultad “hay quien no sabe leer ni escribir”. Usted ha publicado que “confirma estos hechos”, que no lo desmiente por lo que ha vivido. ¿Qué ha vivido?

R.– El analfabetismo tiene muchos grados. Es como la graduación de la vista. Se puede tener una o dos dioptrías o se puede tener media docena. Pero lo que resulta francamente sorprendente es que, en las universidades del siglo XXI, el analfabetismo del estudiante de letras, por ejemplo, se traduce en que hay alumnos que no saben poner las tildes a su propio nombre y apellidos. O que simplemente no saben cómo escribir un correo electrónico porque no saben cómo dirigirse a su profesor.

Muchos alumnos no saben distinguir a un profesor de un amigo, de un colega, de un confidente, de un hermano, de un padre, de un tío, de un cura, de un psiquiatra... Es decir, no están contextualizados. No dominan la multiplicidad de registros y no distinguen la comunicación personal con el chateo de Internet.

A mi juicio, el alumnado universitario de hoy desaprovecha una etapa fundamental de su vida, entre los 17 y 25 años. La desaprovecha de una manera feroz cuando va a la universidad a perder el tiempo y no a estudiar.

P.– ¿De verdad hay universitarios que no saben ni escribir su nombre?

R.– La mayor parte de los universitarios sí saben escribir su nombre, pero hay muchos que no. Aun así, siempre hubo universitarios con problemas de comunicación, pero hoy en día los errores no se corrigen. La cuestión no es que haya universitarios que sepan o no escribir su nombre. La cuestión es que los errores no se corrigen. El sistema educativo actual no corrige los errores de la gente, sino que los ignora. Esa es la clave de todo. Hoy un profesor no tiene autoridad para corregir un error.

P.– ¿Por qué los profesores no tienen autoridad para corregir los errores?

R.– Porque no se toman en serio los errores y la ignorancia. No se toma en serio vivir en la ignorancia, porque se frivoliza con la ignorancia. El conocimiento, hoy día, es un chiste. La gente se burla del conocimiento porque no lo valora. Entonces, hoy en día un profesor no tiene autoridad para corregir los errores de un estudiante.

Si un profesor tuviera autoridad para corregir los errores de un estudiante, el estudiante no se enquistaría en el error. Pero como no pasa absolutamente nada ¿qué más le da al estudiante aprobar que suspender? ¿Equivocarse, acertar…? La universidad está necesitada de alumnos y acepta lo que venga.

Jesús G. Maestro.

Jesús G. Maestro. Miguel Muñiz

P.– Antes ha dicho que “el Bachillerato de hace décadas era mucho más potente que el actual”. ¿Por qué piensa eso?

R.– Hay una diferencia cuantitativa y una diferencia cualitativa. Yo tuve un Bachillerato de tres años más uno. Los tres de Bachiller y el llamado COU, el Curso de Orientación Universitaria. Es decir, eran cuatro años de Bachillerato. Ahora hay dos.

Por otro lado, los contenidos que antes se impartían y se exigían eran mucho más potentes y mucho más fuertes que los que se imparten hoy. Antes, cuando íbamos al instituto nos tomábamos el aprendizaje en serio porque no había otra alternativa. No se podía frivolizar con el estudio. Hoy día, sin embargo, nadie se toma el estudio en serio. La gente va a la universidad y a los institutos a divertirse. El estudio es una cuestión muy secundaria. Se ha convertido el estudio en un ocio, en un entretenimiento.

Por lo tanto, el Bachiller de antes era el doble de tiempo –cuatro años frente a dos– en un régimen de estudio muy exigente y en un contexto en el que los errores se pagaban con suspensos y con horas extraordinarias de trabajo hasta superarlo. En aquellos tiempos, el error de la ignorancia era un error muy caro. Hoy en día no, ya no hay errores porque la gente no reconoce que se equivoca.

P.– ¿Ese cambio en la Secundaria vino con la aplicación de la actual ESO y Bachillerato desde mediados de los 90?

R.– Sí. Cuando entran en la universidad los alumnos procedentes de la ESO y el actual Bachillerato tengo la impresión de haber hecho un viaje en el tiempo a otro mundo. A un tercer mundo semántico.

P.– ¿Qué mundo es ese?

R.– Vienen de un mundo que les ha dado una educación insuficiente para enfrentarse a la vida. Por eso digo que no se puede considerar híper protegida a una generación que ha recibido una educación que los ha incapacitado para vivir. Son una generación que han desarmado educativamente. Los han hecho muy vulnerables porque les han limitado su capacidad intelectual de vida.

P.– En el libro que ha publicado este año, Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI, entre varias tesis, sostiene que nuestra sociedad se ha vuelto “ignorante”. ¿Por qué la sociedad es más ignorante?

R.– Porque cree que no necesita el conocimiento. Es una sociedad que cree que tal como ha nacido, así va a poder vivir y va a poder morir. Cree que las cosas que ha conocido se mantienen siempre, duran para siempre y no sufren alteraciones, pero eso es un enorme error. Y hay que invertir en conocimiento científico. Una sociedad que no invierte en conocimiento científico es una sociedad que está destinada a fracasar.

P.– ¿Nuestra clase política es la que debe invertir en la educación y en la producción del conocimiento científico?

R.– No lo sé, pero creo que eso supone sobrevalorar mucho a los políticos. Yo creo que los intereses de los políticos se orientan hacia el poder, pero no hacia el conocimiento. Las personas que trabajan en el conocimiento son los científicos. Los políticos trabajan por el poder.

P.– ¿Qué debería ocurrir en España para mejorar la educación?

R.– No hay una fórmula, pero la única forma de mejorar el conocimiento científico es la que cada persona tiene al alcance de su mano y de su propia formación. Si esperamos a que la solución venga de otros terrenos, creo que esperamos en vano. Es decir, el conocimiento no puede esperar a soluciones ideales. El conocimiento avanza porque determinadas personas se empeñan en hacerlo avanzar.