Efectivos y un camión de la UME, durante labores de extinción en la zona de Hervás (Cáceres)

Efectivos y un camión de la UME, durante labores de extinción en la zona de Hervás (Cáceres) E. E.

Reportajes

En la primera línea del incendio de Jarilla, con 12.000 hectáreas quemadas: "Somos el último mono, no hay coordinación"

Las evacuaciones en el Valle del Jerte, la llegada de bomberos extranjeros y el avance errático del fuego revelan la desconfianza de los vecinos en la gestión.

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Cabezuela del Valle (Cáceres)
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El embalse de Plasencia se ha convertido en un improvisado aeropuerto de guerra. Desde primera hora de la mañana, los hidroaviones amarillos entran y salen como insectos gigantes, alineados en grupos de tres. Aterrizan con un estruendo sordo, raspan el agua durante unos segundos y levantan el vuelo de nuevo, cargados con más de 3.000 litros cada uno.

Encima de ellos, los helicópteros pesados se turnan en una coreografía frenética, inclinándose sobre el valle, soltando el agua como una ráfaga. Los vecinos de la orilla, mientras, miran en silencio. Algunos hacen fotos con el móvil, otros apenas siguen con la mirada el movimiento repetido.

El cielo está ligeramente gris, primero; cubierto por una humareda que se adivina desde kilómetros, después, conforme la tarde avanza. Ese humo no viene en realidad de lejos: nació en Jarilla y después continuó por sí mismo en las montañas del norte de Cáceres, donde arde en estos momentos el incendio más voraz del verano extremeño.

Fotografía tomada desde el Valle del Jerte (Palacio de la Cereza, en Valdastillas) de un helicóptero que se dirige al frente de un incendio que avanza hacia Segura de Toro.

Fotografía tomada desde el Valle del Jerte (Palacio de la Cereza, en Valdastillas) de un helicóptero que se dirige al frente de un incendio que avanza hacia Segura de Toro. Eduardo Palomo / Efe.

La carretera hacia el fuego está abierta, pero no todos pueden pasar. En las bifurcaciones aparecen controles de la Guardia Civil que limitan el acceso. Jarilla ya no es el epicentro del miedo. El peligro se concentra unos kilómetros más arriba, en los valles del Jerte y del Ambroz, donde cada hora cambia la dirección de las llamas y se multiplican los desalojos.

Rebollar, la línea roja

En la reunión del CECOPI de este lunes, un nombre se repitió hasta la saciedad: Rebollar. Un pueblo de apenas 196 habitantes, encajado entre montañas, famoso por sus cerezas y su calma rural, que ahora es la obsesión de los equipos de extinción.

"Nos preocupa muchísimo. Vamos a procurar que no sufra el casco urbano ni los cultivos, que son el medio de vida de sus vecinos", dijo con voz grave el consejero de Interior, Abel Bautista. El llamamiento era también para los propios vecinos, a quienes pidió no arriesgar la vida intentando salvar lo suyo.

"Es mejor permanecer a la espera. Hay veinte medios aéreos trabajando. No se puede competir contra eso con una manguera de jardín", zanjó. Las calles de Rebollar están vacías desde hace dos noches. Los habitantes salieron deprisa, dejando puertas cerradas, persianas bajadas, cultivos y animales atrás.

En las fachadas aún cuelgan los carteles de las fiestas de agosto. Ahora sólo queda el silencio, interrumpido por el zumbido de los helicópteros que descargan sobre las laderas.

"No se deja atrapar"

El incendio de Jarilla ya ha arrasado más de 12.000 hectáreas y tiene un perímetro de 140 kilómetros. Es el que más crece en Extremadura y el más peligroso en lo que va de verano. Un monstruo, en palabras del propio Bautista, que no se deja atrapar: cada vez que parece rodeado abre un nuevo frente.

El viento es el, al igual que lo era en Orense, el enemigo invisible. Sopla hacia el Jerte, cambia bruscamente hacia el Ambroz, desciende por las hoyas de Hervás y obliga a improvisar evacuaciones. Anoche tocó desalojar viviendas diseminadas en Navaconcejo, Cabezuela del Valle, Jerte y Tornavacas.

Esta mañana, Hervás amaneció confinada: sus 4.000 vecinos no pueden salir. "En esta orografía nunca hay un incendio igual dos días seguidos", resume un militar de la UME sobre el terreno. "Son muchos diferentes, tienen sus propias reglas, cambian sin que te des cuenta", sentencia.

Actividad en el Puesto de Mando Avanzado del incendio de Jarilla, este lunes, en La Granja, Cáceres.

Actividad en el Puesto de Mando Avanzado del incendio de Jarilla, este lunes, en La Granja, Cáceres. Eduardo Palomo / Efe.

Castilla y León, en alerta

El flanco norte preocupa aún más. El fuego está a apenas dos kilómetros de la frontera con Salamanca. Allí, los responsables de la Junta de Castilla y León han ordenado vuelos de reconocimiento para evaluar si las llamas podrían cruzar hacia las gargantas de Candelario o incluso hasta las Arribes.

Si lo hacen, la orografía hará casi imposible la extinción. "Si prende en esas laderas, sería muy complicado de apagar", admite Urko Bondía, jefe del operativo en Salamanca. Por ahora, se han estabilizado los incendios de Cipérez, El Payo y La Alberca, pero el miedo no desaparece.

Este lunes, por primera vez en seis días, el incendio ofrece una tregua. El mercurio ha bajado seis grados con respecto al domingo, cuando se superaron los 40. La humedad se acerca al 70%. Son cifras que devuelven un mínimo margen de maniobra a los equipos de extinción.

Los militares de la UME, desplegados junto a bomberos extremeños, portugueses y, desde esta tarde, alemanes —65 efectivos llegados a través del Mecanismo Europeo de Protección Civil— hablan de un cambio de estrategia. "Si se confirman estas condiciones, podremos pasar de defendernos del incendio a atacarlo", dicen.

La palabra "ataque" suena extraña. Hasta ahora, todo era resistencia, aguantar, trazar cortafuegos y esperar a que el viento no hiciera saltar el perímetro. Hace tan sólo unos días, un oficial de la UME resumió a EL ESPAÑOL que se había terminado lo de "luchar en batallas" y que ahora "entraban en la guerra".

Un efectivo de la UME, en el Puesto de Mando Avanzado del incendio de Jarilla.

Un efectivo de la UME, en el Puesto de Mando Avanzado del incendio de Jarilla. Eduardo Palomo / Efe.

Los pueblos detenidos

El fuego no sólo arrasa montes: detiene la vida. Hervás, un pueblo medieval que en verano suele llenarse de turistas, lleva un día entero confinado. Nadie entra, nadie sale. En Gargantilla, evacuada junto a Rebollar, los vecinos dejaron atrás casas abiertas y animales encerrados. En Navaconcejo o Jerte, cada sirena de bomberos suena como un aviso de que lo peor puede estar por llegar.

En Plasencia, a 15 kilómetros, también se nota. El aire está cargado de humo, las terrazas tienen una bruma gris y los camareros siguen el vuelo de los hidroaviones como si fueran aves migratorias. Nadie dice nada, pero todos saben que el incendio está demasiado cerca.

La magnitud del despliegue contrasta con la frustración local. En Cabezuela del Valle, uno de los municipios desalojados en la madrugada, un vecino resume así el sentir general: "Somos el último mono, no hay coordinación. Primero nos dicen que nos quedemos, luego que nos vayamos. Nadie sabe nada y mientras tanto el fuego sigue avanzando".

Ese malestar se ha colado en las conversaciones en los pueblos del Jerte: la sensación de que los medios son enormes, pero la comunicación con los vecinos apenas existe.

El presidente Pedro Sánchez viajará mañana a La Granja, donde se ha instalado el Puesto de Mando Avanzado. Será su segunda visita a un gran incendio en apenas dos días, tras Orense.

Llega con el compromiso de ofrecer todos los recursos posibles, pero también con la realidad de un verano que no cede. Tres veces la superficie de Cáceres capital convertida en ceniza en apenas dos meses.

Imagen de un vídeo captado por efectivos de la UME que muestra el avance del incendio forestal de Jarilla (Cáceres).

Imagen de un vídeo captado por efectivos de la UME que muestra el avance del incendio forestal de Jarilla (Cáceres). E. E.

Un enemigo que vuelve

El consejero Bautista lo llama monstruo. Los técnicos hablan de megaincendio. Los vecinos lo viven como tragedia. El resultado es el mismo: montes arrasados, pueblos evacuados, cultivos perdidos.

El verano aún no ha terminado y la sensación es que lo de Jarilla no es un episodio aislado, sino el síntoma de una enfermedad mayor: la repetición de grandes incendios en Zamora, León, Orense, Cáceres. Un patrón que se repite cada año con más fuerza.

En el embalse de Plasencia, los hidroaviones siguen la misma rutina. Cargan, despegan, descargan, regresan. Una coreografía sin fin contra un enemigo que siempre vuelve a levantarse. El monstruo no duerme. Esta noche tampoco lo hará.