Un efectivo de la Unidad Militar de Emergencias (UME) (i) en la localidad de A Espasa, durante el incendio forestal que permanece activo en Chandrexa de Queixa (Ourense).

Un efectivo de la Unidad Militar de Emergencias (UME) (i) en la localidad de A Espasa, durante el incendio forestal que permanece activo en Chandrexa de Queixa (Ourense). Brais Lorenzo / Efe.

Reportajes

Con la UME en la zona cero del incendio de Orense: "Este fuego es traicionero. El viento cambia y en nada lo tienes a tu espalda"

Trescientos efectivos están desplegados en la zona, realizando turnos de 12 horas y durmiendo en el polideportivo municipal. Mientras, los conatos aumentan.

Más información: Viaje al triángulo de fuego entre Orense y Zamora, donde el cielo es negro y no se puede respirar: "Esto es el infierno"

Tierra de Trives (Orense)
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La carretera que conecta Orense con el macizo central es un corredor de emergencia. Por ella circulan sin descanso los vehículos de la Guardia Civil de Tráfico, los camiones de bomberos, las furgonetas de Protección Civil y los convoyes rojos de la UME. Su sonido es el de una frontera improvisada: a un lado, la normalidad de la vida rural; al otro, un paisaje que ya pertenece al fuego.

El humo dibuja esa frontera con precisión. Al principio es una bruma, luego un olor agrio que se clava en la garganta y en los ojos. A medida que el coche se adentra en la zona, el aire se vuelve irrespirable. Lo cotidiano —un cartel que señala la OU-536, un viaducto ferroviario, una aldea dispersa— se convierte en advertencia: todo aquí puede ser lo próximo en arder.

En Puebla de Trives, sin embargo, la vida sigue con apariencia de calma. Los vecinos caminan por las aceras, las terrazas se llenan, los niños chapotean en la piscina municipal. Apenas unos metros más allá, en el polideportivo, decenas de militares de la Unidad Militar de Emergencias duermen sobre colchonetas.

Unos treinta efectivos de la UME descansan en el Polideportivo de Trives.

Unos treinta efectivos de la UME descansan en el Polideportivo de Trives. Julio César R. A.

Frente a la piscina municipal, los vehículos permanecen aparcados, preparados para volver a salir.

Frente a la piscina municipal, los vehículos permanecen aparcados, preparados para volver a salir. Julio César R. A.

Vienen de un turno de doce horas, volverán a otro en cuanto el sol se esconda un poco. La rutina es mecánica: trabajo, comida rápida, descanso breve, nueva salida. "Son doce horas de humo, de calor, de viento loco", comenta uno, ya con las chanclas puestas.

Otro añade, entre bocado y bocado: "Piensas que controlas un foco y, a los cinco minutos, nace otro doscientos metros más allá". Es como si el monte encendiera solo sus heridas. Un tercero, más serio, resume la sensación general: "Este fuego es traicionero. El viento cambia y en nada lo tienes a tu espalda. No lo ves venir hasta que ya lo tienes encima".

Un incendio histórico

El epicentro está en Chandrexa de Queixa. Allí, dos focos se han unido en un único frente de 10.500 hectáreas. Es ya el segundo mayor incendio de la historia de Galicia, sólo superado por el de Folgoso do Courel, que en 2022 devoró 12.800. La comparación no es sólo estadística: quienes conocen el monte repiten que la magnitud de este fuego lo convierte en un hito negro.

Orense concentra trece de los diecisiete incendios activos de Galicia. La cifra es más que un dato: es la constatación de que toda la provincia se ha convertido en zona cero. A media tarde del jueves, la superficie calcinada en Galicia supera las 22.000 hectáreas.

Un número tan grande que pierde forma, pero que cobra cuerpo cuando se recorre el terreno: cunetas ennegrecidas, laderas enteras reducidas a ceniza, casas de piedra que ya sólo son fachadas.

La orografía multiplica el desastre. El macizo central es un mosaico de valles estrechos, montañas escarpadas y aldeas dispersas. Cada curva es una trampa, cada carretera un posible callejón sin salida. Lo que en los mapas son líneas de relieve, aquí son obstáculos: laderas imposibles para los vehículos, sendas cortadas por brasas, frentes que se multiplican con cada ráfaga de aire.

Un efectivo de la UME, durante la intervención en Chandrexa de Queixa.

Un efectivo de la UME, durante la intervención en Chandrexa de Queixa. Brais Lorenzo / Efe.

En A Mezquita, el incendio avanza hacia Zamora con un frente de veinte kilómetros. En Maceda, dos fuegos se han unido en uno solo que arrasa más de 2.000 hectáreas. En Oímbra, la superficie devastada supera ya las 5.000.

En Larouco, Vilardevós o Viana do Bolo, cada hora aparecen nuevos focos. Los militares lo resumen con una frase seca: "Aquí no hablamos de control, hablamos de resistir hasta que cambie el viento".

Cortes y evacuaciones

La Delegación del Gobierno actualiza a cada momento la lista de carreteras cortadas: la A-52 en Verín, Trasmiras, Cualedro, A Mezquita y A Gudiña; la N-525 en varios tramos; la OU-522 y la OU-636 en el entorno de Trives. La provincia queda seccionada, con pueblos enteros aislados por las llamas.

Los confinamientos y desalojos se suceden. En Monterrei, más de un centenar de vecinos pasan la noche en un pabellón habilitado por Cruz Roja. En Chandrexa, una residencia de mayores ha sido evacuada a toda prisa.

En Verín, cincuenta camas alineadas bajo focos blancos acogen a quienes no tienen dónde quedarse. El listado crece con el paso de las horas: Albarellos, A Madanela, A Bouza, Casas dos Montes. La lógica es la del humo: donde se vuelve irrespirable, toca marcharse.

Varias personas luchan contra las llamas del incendio de A Gudiña (Ourense), este jueves.

Varias personas luchan contra las llamas del incendio de A Gudiña (Ourense), este jueves. Efe.

El fuego no sólo devora monte. También corta el pulso de Galicia. La línea de alta velocidad con Madrid ha quedado interrumpida, con trenes detenidos en Chamartín y en estaciones gallegas. Renfe improvisa autobuses entre Puebla de Sanabria y Orense, pero el tránsito es incierto.

En Chamartín, decenas de pasajeros pasan la noche en el suelo, rodeados de maletas. En Orense, la estación se convierte en sala de espera sin horizonte.

Es un caos que muestra la magnitud del incendio: no afecta sólo a las aldeas, sino a la red que conecta Galicia con el resto del país. El humo se convierte en frontera física y simbólica.

Primera línea de fuego

En una ladera de Chandrexa, un soldado de la UME sostiene la manguera con ambas manos. La descarga de agua choca contra un muro de llamas altas como casas. Otro levanta con una pala un montículo de tierra para frenar la propagación.

El sonido es doble: el rugido del fuego y el chasquido de las ramas al quebrarse. "Esto no se apaga en un día ni en dos", dice uno, con la cara tiznada. "Galicia es distinta: cada valle es un riesgo, cada pino una chispa. Cuando crees que conoces el terreno, el fuego ya se ha adelantado".

Otro efectivo de la UME, durante las labores de extinción del incendio en Chandrexa de Queixa.

Otro efectivo de la UME, durante las labores de extinción del incendio en Chandrexa de Queixa. Brais Lorenzo / Efe.

El comentario no es sólo técnico, también es humano. Hablan agotados, mientras beben agua tibia de una botella de plástico. La sensación es que el incendio no se combate: se acompaña, se intenta frenar, se busca que no llegue más allá.

El fuego deja un rastro de negativo fotográfico. Las cunetas ennegrecidas son cicatrices; los prados, manchas oscuras; los bosques, esqueletos de árboles. En algunos pueblos sólo quedan muros en pie y tejados hundidos.

El ganado muerto en corrales abandonados recuerda que la pérdida no es sólo forestal: también es económica, vital, cotidiana. En Monterrei, Oímbra o A Mezquita, el paisaje ya no es verde, sino gris. Y la pregunta, más que cuánto se ha quemado, es cuánto queda por arder.

Una provincia en suspenso

Orense late en un compás extraño. En Verín, los supermercados registran colas. En Xinzo de Limia, el aire se mide como “muy malo”. La normalidad es apenas una ilusión: un decorado que contrasta con la devastación de las laderas cercanas.

La UME regresa al polideportivo al final del turno. Se quitan las botas, se tumban en las colchonetas. Afuera, la provincia entera sigue ardiendo. En cuestión de minutos, cualquier descanso puede convertirse de nuevo en primera línea.

El viento convierte un foco en varios, cambia la dirección de las llamas, corta carreteras en minutos. Es lo que explica que los conatos se multipliquen en todas partes, que cada valle esconda un nuevo frente. Y es también lo que convierte a Galicia en un territorio indomable, distinto a otros. "Aquí el monte juega en contra", admite uno de los militares.

Un helicóptero de control de incendios sobrevuela el cementerio la localidad de Vilar durante el incendio forestal que permanece activo en Chandrexa de Queixa (Ourense).

Un helicóptero de control de incendios sobrevuela el cementerio la localidad de Vilar durante el incendio forestal que permanece activo en Chandrexa de Queixa (Ourense). Brais Lorenzo / Efe.

La cifra global —más de 22.000 hectáreas quemadas en Galicia, la mayoría en Orense— es enorme, pero la sensación en el terreno es otra: lo que arde no se cuenta, se respira. El humo es la medida real. Lo impregna todo: la ropa, la comida, el agua.

En Puebla de Trives, al caer la tarde, los niños siguen chapoteando en la piscina. Los camiones de la UME arrancan motores. El humo se espesa y el viento sopla sin aviso. Lo que parecía bajo control vuelve a convertirse en amenaza.

La tregua es apenas un espejismo. El incendio, como repiten los soldados, no se deja domesticar: es traicionero, cambia de sitio, se multiplica. Y convierte a una provincia entera en escenario de una lucha sin descanso.