Fidel Castro, en la izquierda; y su nieto Sandro, en el centro y en la derecha, junto a un grupo haciendo un baile para TikTok.

Fidel Castro, en la izquierda; y su nieto Sandro, en el centro y en la derecha, junto a un grupo haciendo un baile para TikTok. Diseño E. E.

Reportajes AMÉRICA

Sandro, el nieto capitalista e 'influencer' de Fidel Castro que el régimen detesta: "Cuba llora mientras él nada en dinero"

Dueño de una de las discotecas más populares de La Habana, el treintañero presume en redes sociales de un alto estatus, heredado del castrismo, mientras el oficialismo lo critica.

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En la isla donde alguna vez se prometió que nadie tendría más que nadie, el nieto del hombre que hizo esa promesa brinda con whisky en un bar privado del Vedado, una de las zonas más prestigiosas de La Habana. Se pasea por la capital en un bólido de Mercedes, organiza fiestas mientras Cuba se oscurece y asegura, sin temblarle el pulso, que tiene "más ganas de beber que de vivir".

Sandro Castro no ha heredado la voz ronca ni la dialéctica de su abuelo, pero sí el apellido. Y en un país donde ese nombre aún impone silencio o aplauso, ha decidido convertirlo en marca: la de un influencer tropical, entre el reguetón, el ego viral y la nostalgia oxidada de un poder que se oxida desde adentro.

Nació el 5 de diciembre de 1991 en La Habana, cuando su abuelo, Fidel Castro, ya tenía 66 años y el país se deslizaba en la resaca del Periodo Especial —una crisis económica muy profunda que vivió Cuba a finales de los 90, justo después de la disolución de la Unión Soviética—.

Sandro Castro, en una imagen compartida por él mismo, posa en Cuba con una camiseta en la que se puede leer 'borracho'.

Sandro Castro, en una imagen compartida por él mismo, posa en Cuba con una camiseta en la que se puede leer 'borracho'. E. E.

Hijo de Alexis Castro Soto del Valle, uno de los cinco vástagos que Fidel tuvo con Dalia Soto del Valle, y de Rebecca Arteaga, Sandro creció lejos del desabastecimiento y la libreta de racionamiento.

Fue criado en el círculo cerrado del poder, entre los muros de Punto Cero, la residencia blindada donde la austeridad era un discurso y el salmón una rutina.

Mientras sus compañeros de generación hacían cola por un cartón de huevos o soñaban con escapar en una balsa, Sandro aprendía que había más de un tipo de queso. Que el apagón era una metáfora ajena.

Un apellido en stories

Hoy, a sus 33 años, Sandro Castro es el Castro más visible. Tiene más de 115.000 seguidores en Instagram y ninguna causa revolucionaria que defender.

Es dueño del bar EFE, un antro de luces bajas y paredes bien abastecidas en El Vedado, donde las noches no conocen apagones. Allí se celebra incluso cuando hay duelo nacional. Allí se celebra, sobre todo, cuando hay duelo nacional.

Se ha filmado conduciendo a 140 km/h en un Mercedes-Benz mientras entonaba la siguiente frase: "Cuando tú eres un revolucionario, tú vives bien". Ha hecho reels con estrofas de Bad Bunny mientras Cuba ardía en protestas. Ha mostrado su tanque lleno de gasolina durante la crisis energética. Y, en una isla donde Halloween fue demonizado por imperialista, él se ha disfrazado de Batman.

En uno de sus videos más virales, se dirige a Donald Trump para pedirle que le dé "vida al inmigrante". En otro, ironiza sobre los cortes de luz: "Si yo te cojo, te doy como la UNE [Unión Eléctrica Cubana], cada cuatro horas, de lunes a lunes". La sátira, como el privilegio, le fluye sin consecuencia.

Hay algo grotesco y fascinante, sin embargo, en la figura de Sandro. No es el primero en su familia que se ha dejado ver entre lujos —su tío Antonio fue fotografiado en yates por las islas griegas, su prima Mariela luce bolsos de Louis Vuitton, incluso el propio Fidel presumía de variedad de Rolex—, pero sí el primero que lo ha convertido en contenido. En espectáculo. En relato. Su revolución es la del algoritmo.

Y eso le ha llevado al estrellato, pero también a la crítica. "Ese es el de Sandro Castro", responde un disidente cubano en el exilio al ser preguntado por el bar EFE, que sostiene que Sandro es una caricatura final de una épica que prometió redención y terminó siendo una farsa. "Él no es un error del régimen, sino su síntesis", sentencia.

Los más viejos, los que marcharon alguna vez por el Moncada, callan o escupen. "Si tu abuelo te viera…", le escriben en comentarios. Pero, en Cuba, no hay nadie que no lo vea.

Las reprimendas

Sandro no ha estado exento de reprimendas. Su propio tío, el fotógrafo Alex Castro, lo llamó públicamente "papa podrida". Ernesto Limia, intelectual oficialista, lo ha calificado de "imbécil" y de "arma de doble filo". En los pasillos del poder, donde los secretos de familia suelen lavarse en silencio, él ha logrado irritar incluso a los que no suelen inmutarse.

El escándalo, sin embargo, no lo frena. Cada crisis nacional es, para Sandro, una oportunidad de diferenciarse. Cuando los cubanos hacían colas para conectarse al wifi, él posteaba desde una avioneta. Cuando la pandemia clausuraba fiestas, él las organizaba. Cuando el país lloraba a 13 jóvenes reclutas muertos, él promocionaba otra noche en EFE, su discobar.

Cartel del cumpleaños de Sandro Castro en diciembre de 2024, un mes en el que Cuba sufrió diversos apagones nacionales y cortes persistentes.

Cartel del cumpleaños de Sandro Castro en diciembre de 2024, un mes en el que Cuba sufrió diversos apagones nacionales y cortes persistentes. Redes.

Lo que representa Sandro va más allá del nieto díscolo. Es la imagen misma de una élite que ya no necesita esconderse. El hijo pródigo de un sistema que proclamó la igualdad mientras blindaba sus privilegios. Y también, tal vez, la primera grieta visible en un apellido que se ha construido sobre el silencio.

Un "revolucionario"

En una Cuba que se desangra en el éxodo más grande desde 1959, donde cada día decenas de cubanos se marchan por mar o aire, Sandro se queda. No por lealtad, sino por comodidad. Por derecho heredado. "No tiene cargos, ni militancia. Sólo el nombre", dice otra cubana exiliada en España. "Pero Cuba llora mientras él nada en dinero".

EL ESPAÑOL ha tratado de contactar con Sandro Castro a través de dos vías: la primera, en un mensaje directo. La segunda, a través de fuentes cercanas a su entorno. La intención era de la de alimentar este artículo con su voz. En ninguna de las dos este periódico ha recibido una respuesta.

Sandro no parece tener un plan más allá de la farándula. Se define como "revolucionario" y "común y corriente", mientras cita a Martí en algunos reels y a continuación lanza promociones de sus fiestas privadas. No quiere liderar nada, sólo likes.

Pero su figura ha logrado lo que pocos discursos: despertar en el cubano común la sensación de que algo se ha roto. Que ese apellido, el más vigilado y reverenciado durante seis décadas, ya no impone respeto sino vergüenza. Que la Revolución, en su tercera generación, ya no es ni siquiera ideología. Es contenido.