La mallorquina, de 53 años, posa para la cámara de EL ESPAÑOL sentada en su habitación, un espacio alzado sobre las ruinas de la cocina de la antigua prisión balear, en la que reside desde hace tres años.
Aurora y 400 sintecho han convertido la antigua cárcel de Palma en una 'ciudad okupa': "Si nos echan entraremos en pisos"
Hace un mes que la Policía Local les dio diez días para abandonar las ruinas de la prisión, pero los residentes se niegan a irse sin una orden judicial.
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La antigua cárcel de Palma, al norte de la capital, ubicada justamente a escasos metros de donde se levanta el nuevo centro penintenciario, está rodeada de silencio y también maleza. Desde fuera se observa un lugar abandonado, completamente olvidado por el tiempo y por las instuciones después de que se dejara de utilizar en el año 1999.
Dentro, sin embargo, late otra historia: la de Aurora, la de Jesús, la de Ousmane y la de cientos de personas más que han transformado las ruinas de la prisión en lo más parecido a un hogar; en un archipiélago donde los precios del alquiler se han disparado y acceder a una vivienda digna es, para muchos, un imposible.
Ese refugio improvisado enfrenta ahora un desalojo inminente. La Policía Local les dio un plazo de diez días para abandonar el recinto. Ya ha pasado un mes. Aurora tiene 53 años y los ojos brillantes de quien ha aprendido a resistir. Está sentada sobre una cama, vestida con un conjunto de verano, en la que fue la cocina de la cárcel. Hace tres años que ella y su pareja, Jesús, okuparon este espacio.
Al entrar en la antigua cárcel de Palma hay varios accesos. Al fondo de las alas que rodean la edificación se acumula la basura y las ruinas se convierten en restos.
La 'alcaldesa' del lugar
"Todo esto estaba lleno de escombros, lleno de basura", dice, mientras señala el techo desconchado y los muebles remendados. "Nosotros lo limpiamos todo. Lo hicimos habitable. Hemos puesto puertas, luz… hasta tenemos un par de gallos. Esto, comparado con otras partes, es la suite de la cárcel".
La suite de la cárcel. Así llama Aurora —a quien apodan “la alcaldesa” de la prisión por su proactividad a la hora de atender a los medios, a la Policía y a las figuras políticas— a su rincón en este laberinto de pasillos rotos y celdas tapiadas, donde ahora viven, según estimaciones, entre 350 y 400 personas.
La cifra exacta es incierta. "Muchos sólo vienen a dormir", explica ella. "Salen temprano con sus mochilas. Aquí hay gente que trabaja, gente que cuida, gente que lucha por seguir adelante". Pero no todos lo hacen. El ambiente ha empeorado. Los conflictos se han multiplicado últimamente. La convivencia, dicen, ya no es lo que era.
En algunas alas de la antigua prisión todo está patas arriba: basura, peleas, incendios provocados. Cuando EL ESPAÑOL llegó al recinto, dos coches patrulla se encontraban estacionados en la entrada. Buscaban a alguien tras una niña. "Aquí ha entrado mucha gente nueva que no quiere vivir en paz. Y, claro, pagamos todos por ellos", lamenta Aurora.
Aurora posa para la cámara de EL ESPAÑOL en la que fuera la cocina de la antigua cárcel de Palma, ahora reconvertida en el salón donde convive con su marido.
Vida a la cárcel
Su relato se entrecorta con anécdotas duras: enfrentamientos entre grupos, redadas, una pistola, desalojos parciales, un incendio. "Pero yo no me muevo. Yo me porto bien, recojo mi basura, tengo mi luz, mi cama, mi espacio. ¿A dónde quieren que me vaya?", pregunta. Lo hace mientras enseña su habitáculo, improvisado en lo que antes debió de ser el almacén para los productos alimentarios que se consumían dentro de la prisión.
Relata que cobra una pensión mínima y dice que ha buscado vivienda "mil veces", sin éxito. "Es imposible pagar 700 euros de alquiler con lo que gano. ¿Qué hago? ¿Ocupar un piso de alguien que sí lo necesita? Por eso estoy aquí". Y no está sola. Su marido, Jesús, dominicano de 51 años que reside hace más de 20 años en España, le da la razón desde un rincón.
Y fuera de la edificación, Ousmane, un joven senegalés, se despide antes de ir a trabajar. "Aquí vivimos con lo justo, pero vivimos", comenta a este periódico. Para muchos, la cárcel vieja es un último refugio en una ciudad y una isla donde la vivienda se ha vuelto un lujo.
Aurora muestra a EL ESPAÑOL los dos gallos que viven en el patio interior que utiliza ahora como su vivienda.
La historia de Aurora ha llegado incluso a la televisión. Un reportaje de 24 horas en el interior del recinto, grabado por un amigo suyo, circula por YouTube y TikTok. "A veces me da coraje que la gente no sepa por qué estamos aquí. Nos ven como delincuentes, pero lo único que queremos es vivir".
En su pequeña habitación hay una cama doble, ropa colgada, una estantería improvisada. Y sobre todo, dignidad. "Yo he cuidado este sitio como si fuera mío. No me gusta estar aquí, claro que no. Pero esto estaba muerto y ahora, al menos, tiene vida". También hay un gran patio, por el que entra luz, aunque también se cuela la lluvia y el frío. Y, al fondo, dos gallos, que despiertan pronto a todo el vecindario. "Ya una vez me echaron una bronca...", ríe.
Si se consuma el desalojo —como ya han avisado los agentes municipales, Aurora y los suyos no saben qué harán. "Tendremos que okupar pisos, que es algo que nunca hemos querido hacer porque no nos gustaría afectar a ninguna persona", dice sin alzar la voz, como quien constata una realidad inevitable.
Al otro lado del muro, justo cuando el sol comienza a caer, Palma sigue su ritmo, los turistas salen a las calles y los residentes vuelven a sus casas. Dentro, del muro, entre ruinas y gallos, casi 400 personas esperan una respuesta que no llega. No piden compasión. Piden soluciones.