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David Uclés (Úbeda, Jaén, 1990) pide agua antes de hablar con EL ESPAÑOL. No necesita mucho más. Ni bebe ni fuma ni se droga. Tiene, aparentemente, pocos vicios. Si acaso, pintar, tocar —el acordeón, el arpa o el piano—, escuchar música clásica y, ahora, tomar una pastillita para dormir.  "Si me ayuda, pues ya está", reconoce, entre risas. Pero, sin duda, su mayor adicción, en esta vida, ha sido escribir 'La península de las casas vacías', la novela más vendida del año —que ya va por la decimoquinta edición—.

El jienense hizo 25.000 kilómetros y tardó 15 años en acabar su tercera obra, una novela sobre la Guerra Civil en clave de realismo mágico que cuenta todo el conflicto a través de la historia de la desintegración de una familia de Jándula (Quesada, en Jaén) —su particular Macondo—. “Tenía mucha fe en que se publicara porque no había nada igual escrito en las letras íberas”, explica a este periódico. Y así fue. Durante años, pulió, pulió y pulió su particular “Quijote” mientras vivía de lo que ganaba tocando el acordeón durante el verano en La Coruña. “Todos los años la presentaba a concursos, editoriales...”.

Y, al final, encontró su premio. Consiguió publicar cuando ya menguaba su fe. “Hasta había hablado con un profesor para hacer una tesis”, confiesa. Ahora, ya como escritor consagrado, recibe a EL ESPAÑOL en Siruela, la editorial que le dio la oportunidad de su vida, con un gran proyecto entre manos y muchos pequeñitos. “Ya nadie me va a dar 15 años para hacer algo así. Ahora tengo lectores y editores”. Y una agenda que ni el Rey de España...

P.— Almería, Úbeda, Torrelavega, Granada, Praga, Dublín... He contado hasta 20 presentaciones en diferentes ciudades entre marzo y junio. ¿Le pasa ya como a los Rolling Stones? ¿Sabe dónde duerme?

R.— Yo tengo problemas de insomnio y esto me ha ayudado, porque antes el único sitio donde dormía bien era mi cama. Ahora como duermo siempre en camas ajenas, duermo mejor. Pero sí, vamos hasta a Praga porque estoy nominado al Premio de la Unión Europea, que es como el Eurovisión pero de los libros. Cada país elige uno y ese va a la final.

P.— Con el lenguaje que utiliza en su libro no debe ser fácil traducirlo.

R.— Supongo que es complicado. Pero es problema suyo (risas).

P.— Con esta agenda no me extraña que el otro día anunciara su muerte en una columna en el periódico. Dijo que le quedaban siete años. ¿Cómo lo lleva?

R.— No, no me voy a morir. Era un guiño a la situación actual y hacia Lorca (en referencia a que él no sabía siete años antes de morir que eso iba a pasar).

P.— Con todo este éxito. ¿Le ha dado para salir de la precariedad y vivir de la literatura? Pasó años viviendo de lo que ganaba tocando el acordeón en La Coruña.

R.—Vuelvo este verano, pero ya no creo que toque en la calle. Si lo hago, será por placer, pero no por necesidad. Y sí, a corto plazo, ya me da para vivir de la literatura, pero a la larga no lo sé. Al fin y al cabo, esto es un trabajo artístico y en los trabajos artísticos tienes años de barbecho, en los que estás produciendo pero no cobras, y luego otros años en los que ganas dinero. Creo que hace 30 años, con este libro, ya me habría asegurado una carrera literaria casi de por vida. Ahora mismo, no porque la oferta literaria es tan grande, hay tantos escritores... Pero al menos para un par de años me da ahora.

David Uclés en la entrevista con EL ESPAÑOL.

David Uclés en la entrevista con EL ESPAÑOL. Sara Fernández

P.—¿Considera que ha escrito su Quijote?

R.— Sí, sin duda, es la obra de mi vida. Antes no tenía na’. Por eso pude estar 15 años escribiendo el libro. Pero ahora nadie me va a dejar ese tiempo porque tengo lectores y editores.

P.— ¿Se imaginó algún día esto el David Uclés niño de Quesada (Jaén)?

R.— No, no. Me imaginaba lo que podía ser la fama, que en resumen consistía en poder publicar cada cierto tiempo, que te compraran el libro y salir en el periódico. Pero no imaginaba que la fama te abriera el abanico de posibilidades que me ha abierto: charlas, cursos... Soy músico y me ofrecen grabar un disco; pinto y me ofrecen hacer exposiciones. Muchas cosas.

P.— ¿Le ha desbordado todo esto?

R.—Simplemente tengo que decir que no a todo lo que me proponen porque no tengo hueco. Si esto es la fama, yo no sabía que era esto.

P.— ¿Y le gusta?

R.—Sí, me gusta, pero me sorprende que sea esto.

P.— ¿Cuál es la primera fotografía que tiene en la memoria de Quesada?

R.— Un pueblo blanco, donde está prohibido pintar una casa de otro color. Luego las calles de piedra, que están como mal asfaltadas... Esa es la imagen que me viene a mí del pueblo. Y luego el olor a chimenea en invierno y a polén y a madera, y a embutido, y a matanza, y a sangre, y a aceituna en las cooperativas....

P.— Dan ganas de vivir allí.

R.— Sí, dan ganas. Pero el campo es muy duro. De lejos es muy bello, pero de cerca duele.

P.— ¿Duele?

R.— Sí, porque hay una ola de adultos que se están intentando ir al campo, pero es muy complicado. Tengo dos amigos en Córdoba que lo han intentado hacer y se están volviendo ya a la ciudad. El campo es un trabajo corporal y muy difícil.

P.— Es hijo de un guardia civil y una ama de casa. ¿Fue difícil para usted declararse homosexual en casa?

R.— A los 18 lo dije por primera vez y mi madre dijo que era cosa de la edad. Así que me callé y lo dije años más tarde. Y fue bien. Mis padres son gente que pone el amor antes que las ideas preconcebidas que pudieran tener por su educación. Y en general, de adulto, ha sido fácil con todo el mundo, pero de pequeño me pegaban por tener pluma, aunque yo no sabía si era homosexual. No tenía desarrollada la homosexualidad.

Entonces aprendí que la maldad es inherente al ser humano hasta que no se le doma. Y eso es lo que aprendí de pequeño. Pero lo asumí y no lo traumaticé. Hay gente mala, ellos son malos y yo me defiendo de ellos y ya está.

P.— Aunque lo tuviera más o menos fácil para declararse homosexual, me da la sensación de que sigue siendo más difícil decir abiertamente que se es gay en los pueblos y en la España vacía. ¿Por qué?

R.— Sí, porque lo que pasa en el pueblo es que el pueblo en sí mismo se convierte en el universo del lugareño. Es decir, conoces a casi todo el mundo y tu vida ocurre ahí, y todo el mundo habla sobre ti y, por tanto, te afecta mucho lo que dicen tus vecinos de ti. Eso en las ciudades grandes no pasa. Por eso es más complicado.

P.— Su padre era guardia civil. ¿Quiso que siguiera sus pasos?

R.— Sí. Él se hizo guardia civil porque quería ser funcionario y tener un sustento. Y él quería lo mismo para mí: que tuviese un sueldo fijo todos los meses, pero no para que jurase todo por la patria ni nada de eso. Pero yo no quería, no quería... No me gustaba lo militar.

P.— ¿Y sigue sin gustarle?

R.— Es que no va conmigo. Es un trabajo que respeto mucho porque la guardia civil hace la labor de la policía en los pueblos. No soy anarquista ni nada de esto. Tiene que haber un orden y está bien y lo respeto. Pero no va conmigo. 

P.— ¿Cómo eran (son) su padre y su madre?

R.— Mi padre ha cambiado. Antes tenía más genio, pero se ha reblandecido con los años. Es muy bueno, y mi madre igual. Son gente de campo, muy tranquila, muy noble, muy buenos, con mucho amor.

P.— ¿De quién sacó usted la constancia? 15 años con un libro. Ni Pedro Sánchez y su 'Manual de Resistencia'.

R.— De ninguno de los dos. No hay corrientes artísticas en mi familia ni consumen cultura tipo literatura y tampoco han hecho ningún proyecto en el que hayan necesitado de tanta constancia. Son gente con paciencia, pero no ha sido una cosa heredada.

Supongo que mi constancia viene de que he sido muy iluso y siempre creía que estaba cerca la publicación. En todo momento, en estos 15 años, pensaba que se publicaba. Lo intentaba todos los años con premios, con editoriales... Me decía: ‘Venga, vamos a trabajarlo un año y seguro que te lo publican’. No tiraba la toalla. Creía mucho en el libro.

David Uclés

David Uclés Sara Fernández EL ESPAÑOL

P.— La mayoría, eso sí, habríamos abandonado.

R.— Sí, pero yo creía mucho en el libro porque no había nada parecido en las letras íberas. No existía un libro que contara toda la guerra, que viajara por toda la península y por eso confiaba en que iba a tener suerte, en que tenía que haber un hueco.

P.— Supongo que en todo este tiempo ha perdido muchas cosas, entre ellas, parejas. ¿Ha vuelto algún ex a decirle: 'Ojalá siguiera a tu lado'?

R.— Sí, mi ex. Nos casamos en París y nos divorciamos hace dos años. Él era el rico y yo era el pobre. Él es funcionario y me pagaba las cenas, el 70% del piso donde vivíamos. Yo no podía hacer más. Lo que ganaba con el acordeón se lo daba y ya está. Y ahora me dice: ‘No me tenía que haber divorciado’ (risas).

P.— Anda que.... Podría estar recorriendo el mundo contigo.

R.— Sí, se ha arrepentido (risas). Pero no hay que forzar el amor cuando no está.

P.— En estos 15 años, supongo, habrá sentido la presión de sus padres, la de la vida —por el mero hecho de tener que ganar para comer— y la presión psicológica. ¿Cómo lo ha afrontado mentalmente?

R.— Hubo momentos. Pero no me dejaba influenciar mucho por los juicios externos e intenté no deprimirme mucho. Por lo demás, ha sido una vida maravillosa. He podido vivir donde he querido y he necesitado poco para hacerlo. Me mudaba con mi instrumento y con eso sobrevivía. Y eso te curte mucho. Aprendí idiomas, fui a Alemania sin saber alemán y sólo tocando el instrumento y me pasé allí dos años. Así que sí, han sido maravillosos. ¡Y es que si no haces estas cosas con esa edad, cuándo lo vas a hacer! Es verdad que había momentos en los que me ponía a llorar. Me decía: 'No tienes nómina, no tienes seguro medico que te ampare, no tienes nada'. Y mi padre me decía: ‘David, si enfermas, nadie te va a pagar. Haz unas oposiciones y así te puedes dar de baja’. Pero yo no pensaba mucho en eso.

P.— ¿Cuál fue su momento de mayor bajón?

R.— Los últimos años ya contaba con que no se publicaba. En Santiago, que es donde paso los veranos, hasta hablé con un catedrático para hacer una tesis. No quería, porque no me gusta la investigación; pero lo hablé y lo tenía todo preparado.

Aunque tengo que decir que primero me puse como meta los 30 para publicar. Después, a los 33, me dije que tenía que aguantar hasta los 35. Y puede que a los 35 me hubiera puesto como meta los 40. Pero insisto. El no tener nada te da una libertad muy bonita: no tener casa, no tener pareja, no tener nada.... Ahora mismo sólo tengo instrumentos musicales en mi casa, ni siquiera mis libros, que están en casa de mis padres, así que puedo ir donde quiera.

P.— A pesar de todo, sí que está yendo al psiquiatra. Y lleva unos cuantos.

R.— Bueno, es que uno se murió, otro era tonto, otro un inepto... (risas) Y al final he dado con uno bueno. El de ahora es bueno.

P.— En su situación, ¿es indispensable trabajar lo mental?

R.— Depende. Hay muchos autores que llevan muy bien los viajes. Y luego hay otra parte que está como yo, que no lo lleva tan bien. Pero no es que el libro me haya hecho ir al psiquiatra. Es que desde hace años arrastro un problema de insomnio y ahora se ha visto más agravado. La mitad del año estoy en hoteles y eso hace que duerma peor y que necesite ayuda externa. Y para eso no me privo. Nunca he bebido, nunca he fumado, nunca me he drogado, pero si necesito ayuda para dormir mejor, pues ya está.

P.— ¿Hay que desestigmatizar al psiquiatra?

R.— Sí, eso que dicen de ‘Boys don’t cry’ (los hombres no lloran).

P.— Pero lloran igual.

R.— Bueno, hay algunos que quieren llorar y se taponan los ojos y les sale por otro lado.

P.— ¿Eso nos pasa más a los hombres?

R.— A los de otra generación sí, a nuestros padres les pasa más. Yo sé de mucha gente que está deprimida y no va al psicólogo porque es cosa de... No sé. Mi padre nunca ha ido. Y no digo que le haga falta. Es un hombre muy feliz y vive muy bien. Pero bueno, yo siempre he contemplado la opción y he ido mucho a hablar. Fui hasta a uno que me dijo: ‘Con esa agenda no te puedo arreglar. David, vete al psiquiatra’. Y con este estoy muy bien.

P.— Hablando de la novela. Me da la sensación leyendo algunas de sus entrevistas que se la ha tomado peor la izquierda que la derecha. ¿Por qué?

R.— No, no creo. Se la han tomado mal —en el sentido de que la comprendían menos— los muy radicalizados. Esos sí que se han manifestado con comentarios a pie de página en los artículos de los periódicos y en blogs privados. Pero en los medios de comunicación, tanto en los de izquierdas como en los de derechas, las críticas han sido buenas. Ninguna profesional negativa. Y yo he estado en muchos medios de izquierdas y también de derechas. El otro día me compartió Unai Sordo, Pablo Iglesias también lo hizo en su momento... Y hay lugares como El Gato Gourmet donde he ido y las críticas han sido buenas.

Lo que pasa es que la gente está muy polarizada, y hay algunos que sólo tienen una visión de lo que pasó y no quieren escuchar otros testimonios de la guerra que no sean los suyos. Esos sí tienen problemas en cuanto a lecturas y lo manifiestan en los comentarios. Así, desde la extrema derecha me llaman producto del grupo Prisa, hijo de Pedro Sánchez y bolchevique; y desde la extrema izquierda me dicen revisionista y equidistante. Y no soy ninguna de las dos cosas. Pero bueno: ‘Ladran, Sancho, luego cabalgamos’.

David Uclés

David Uclés Sara Fernández EL ESPAÑOL

P.— Alguno le habrá dicho hasta que es de Ciudadanos.

R.— No, no. Se ha extinguido. Pero sí, tenía miedo a las críticas de ambas ideologías y han sido buenas.

P.— En cualquier caso, se siente más identificado con la izquierda.

R.— Soy progresista.

P.— ¿Con la izquierda actual se siente identificado?

R.— No tengo tiempo. Cuando yo hablo con mis amigos sobre un tema, intento hacerlo desde el punto de vista filosófico, literario, artístico, sociológico... e intento basarme en autores. Lo último que hago yo es ponerme el traje político que todos tenemos. Y lo que yo veo en los debates en la televisión es que lo primero que se hace a la hora de discutir de un tema es citar a los políticos del Congreso. Pero yo soy un ser muy poco político, porque soy un ser muy sociológico, filosófico y artístico.

P.— Hablando de otras cosas. La novela también es una oda a las costumbres (el trabajo en el campo, la matanza...). En ese sentido, ¿se siente conservador?

R.— Sí que me gustaría que no se extinguiesen esas costumbres. El campo es muy importante, todo lo que comemos viene de ahí. Pero el progreso no está alejado del campo. Es verdad que lo asociamos a las ciudades, pero el campo también es progreso, y que quieras que se mantengan las costumbres no te hace conservador. Pero sí, no me gustaría que se extinguiesen las costumbres y se están perdiendo y homogeneizando a través de las redes sociales, del éxodo a las ciudades... Me da pena.

P.— ¿Le preocupa que se pierda la memoria?

R.— A ver... La memoria se pierde porque todos morimos. No hay que obsesionarnos por mantener toda la memoria, pero hay que intentar mantener lo posible de la memoria. Yo he trabajado en eso con este libro, porque lo que ocurrió en Jándula (localidad ficticia desde donde parte todo en su libro) también pasó en otros muchos pueblos de España durante la guerra. Entonces yo intenté coger todas esas historias y meterlas en un libro para que perdure un poco más, pero, sobre todo, para que nuestra generación sepa lo que pasó, que no se repita...

P.— ¿Le da miedo que sin memoria se reaviven los fantasmas del pasado?

R.— Esa es mi tesis. Lo dicen muchos filósofos, mucha gente. Es lógico y creo que está pasando y que puede pasar. Cuando yo era joven a mí no se me ocurría entrar en clase y decir: ‘¡Arriba España!’. Era algo superado, que pertenecía a una época y que separaba en vez de unir. Pero ahora los niños se ríen y se trivializan todas esas cosas. Y eso pasa porque no se ha narrado la historia de forma homogénea sin miedo y teniendo en cuenta la memoria democrática. Y la culpa la tenemos todos. Eso está latente y es peligroso.

P.— ¿Hace falta enseñarlo mejor en los colegios? No voy a hacer spoiler, pero en el libro mueren dos personajes porque usted no quería que despertasen 40 años después en una sociedad que, en lugar de "tratar la guerra con una firme memoria histórica, firmará un pacto de silencio y dedicará únicamente un par de páginas en los libros de texto al conflicto”.

R.— Sí. Es que la Transición no fue perfecta, pero lo digo yo que no la viví. A lo mejor no podía haberse hecho de otra manera porque había mucho miedo a que hubiera otro golpe de Estado. Y, de hecho, lo hubo un año más tarde. Yo recuerdo el testimonio de mis padres y estaban cagados. Mi madre estaba trabajando en Navarra en una fábrica de conservas de espárragos y tenía mucho miedo a que Franco muriese porque creía que iba a haber otra guerra.

David Uclés.

David Uclés. Sara Fernández EL ESPAÑOL

Entonces, con ese miedo, con la izquierda cogiendo fuerza, con la derecha queriendo pervivir, la Transición no fue fácil. No la he estudiado tanto como para posicionarme, pero es verdad que se podrían haber hecho cosas mejor, o quizá no. Yo no estuve allí. En cualquier caso, ha pasado tiempo suficiente para que se reforme la Constitución...

P.— Y para que se enseñe la Guerra Civil en los colegios.

R.— Yo lo que haría es adelantarla. Porque se da en segundo de Bachillerato, y los chavales es lo último que ven en un año en el que están saturados. Yo la daría entre cuarto de la ESO y primero de Bachillerato bien dada. La historia reciente la tienen que tener clara.

P.— Porque si no, pasa lo que dice usted que ocurre en los colegios...

R.— Sí, hoy el auge es el fascismo. Cuando éramos jóvenes sí que yo recuerdo a gente a mi alrededor, más mayores, que tomaban algunas posturas comunistas. Pero ahora no. Ahora los jóvenes están yéndose hacia el fascismo. El otro día, una alumna en un instituto, le dijo a una madre: ‘En cuatro años voy a votar. ¿Y sabes qué? Que mi clase va a votar a Vox’. ¡Eso en un colegio público de León! Y el otro día iba por Plaza España andando y vi a 40 niños cantando ‘El Cara al Sol’. Eso hay que señalarlo.

Pero sí, ahora lo que está de moda entre algunos jóvenes es resucitar el fascismo. Y también en otros países. El populismo de los países occidentales se está viendo en Hungría, Estados Unidos, Francia, Alemania, los países escandinavos. Allí los partidos más polarizados son de extrema derecha. Y hay que tener cuidado: hace 100 años estábamos todos con el fascismo al cuello.

P.— El otro día, en su columna, hacía referencia a que Lorca, 7 años antes de que lo mataran, no sabía que lo iban a matar. ¿Teme que ocurra lo mismo?

R.— Yo no sé lo que va a pasar. Todo es posible. Y esa reflexión exagerada no la hice como agorero, sino como un recurso para despertar al lector desde la exageración. E hice esa reflexión porque ahora estoy recibiendo las primeras amenazas de mi vida de la Nueva España, y amenazas con arengas fascistas. Esas amenazas sí que tengo que decir que me han venido siempre desde la derecha. De la izquierda me han llegado críticas, pero nunca amenazas. Desde la derecha, sí: insultos por mi condición sexual, por mi físico y amenazas. Las tengo guardadas. Y claro, pienso, oye, si un día hay un colapso porque el capitalismo se hunde, porque a Trump y a Musk se les va la cabeza o lo que sea y se lía una tercera Guerra Mundial, todos resucitaremos nuestros viejos fantasmas. Y el nuestro es la Guerra Civil. No creo que ocurra, pero no soy optimista frente al futuro.

P.— Así es imposible que duerma bien. ¿Le da miedo?

R.— No, no me da miedo. A los 7 años aprendí que hay gente que es mala y te ataca. No es nada nuevo para mí. Pero bueno, sí, estoy conociendo a un chico y no voy con él de la mano por la calle nunca. Me han pegado de chico y me da miedo que me tiren una botella a la cabeza.

P.— ¿Incluso en Madrid?

R.— Sí, cuando me monto en el taxi, me suele dar la mano mi pareja y se la quito.

P.— Da la sensación de que nos pasamos el día odiando: al inmigrante por venir a buscarse la vida, al vecino por ser de derechas o de izquierdas, al homosexual por querer ser libre... ¿Por qué odiamos tanto?

R.— No creo que odiemos tanto. Pese a todo, somos un país en el que se vive bien (por ahora) y donde hay muchas libertades alcanzadas que ya quisieran en otros países. Lo de que yo no vaya de la mano con mi pareja es porque hay individuos a los que se les puede ir la mano. Por ejemplo, en Hungría no le daría la mano por la calle, o en Rusia. Aquí, sí. Mi abuela sabe que soy gay y está contenta. Yo creo que España es un buen país. Pero sí hay una cosa común en el español. Nos gusta mucho hablar y no escuchar. Para el español todo es negro o blanco y nunca gris, y hasta que no logremos que exista un gris, habrá conflicto.

P.— Ya por último. Si le dan 15 años más, ¿qué haría?

R.— Estoy en un proyecto que me va a llevar muchos años. Pero es un proyecto, eh. Una segunda parte en la que contar la posguerra con el mismo tono, pero que me va a llevar muchos años. Mientras tanto, publicaré otros libros.