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Hace unos años ya desde que Aixa de la Cruz volteó la mesa literaria con Cambiar de idea (Caballo de Troya), su ensayo autobiográfico y bien punki, bien extremo. Esa fue su catarsis de los 30, y un espejo para toda una generación que compartía tribulaciones: “Soy hija de los miedos de mi madre, quien afirma que ser madre es descubrir el miedo”, decía entonces. Pues bien, ahora ella es madre, y se reivindica señora: “Me encanta serlo. Llevo muy bien la edad, pero reconociéndola”, dirá en esta charla con EL ESPAÑOL. Está en otra etapa, y su literatura también.

Acaba de publicar Todo empieza con la sangre (Alfaguara), que cuenta el recorrido vital de Violeta, un alma insaciable que avanza por los años buscando amor, pero como si tuviera un colador en el pecho. Esto ya es pura ficción, pero algo queda de Aixa -y de cualquier autor- en cada uno de sus libros, así que la imagino también como esa buscadora sedienta. Ríe cuando le leo extractos suyos, parece tímida, y es muy dulce. Y es genial que no necesite abandonar esa dulzura para hablar con tanto peso.

Pregunta.– Escribe en Todo empieza con la sangre “la pareja solo tiene sentido si es un muro de contención contra la enfermedad y la muerte”. Toma ya. Pero luego está lo de que todos, al final, morimos solos. ¿Hay alguna manera de vivir de forma independiente de la muerte?

Respuesta.– Creo que no. Yo no tengo esta fantasía de que ojalá viviéramos para siempre gracias a la tecnología. Yo no creo que la muerte sea más que una transición, creo que hay algo después y que vamos a continuar de alguna forma, y por eso la muerte lo que hace es ponerle una estructura ficcional a la vida, porque la vida no tendría sentido estructural si no tuviera principio, desarrollo y fin. Y para que la vida esté dotada de sentido creo que debe tener esa estructura de novela, así que a favor: ¡a favor claramente de la muerte! (Reímos).

Aixa de la Cruz.

Aixa de la Cruz. Daniel Pérez EL ESPAÑOL

P.– En la novela está la figura holográmica de una madre que atosiga sin entregarse, que traspasa preocupaciones a su estirpe, entiendo yo que para no tener que preocuparse ella de más. ¿Hay fuga para esto, existe algún modo de sacudirnos estas herencias familiares?

R.– Yo creo que no hay fuga, y ahora que soy madre he entendido lo difícil que es ser madre y no legar a los niños nuestros temas no resueltos, nuestras heridas y miedos. Ojalá pudiéramos hacerlo de una forma tan perfecta que los niños salieran impecables, sin ningún tipo de suciedad legada, pero he aprendido a ver que igual es hermoso que no sea así. Siento que las cosas que no se solucionan en una generación las heredamos para solucionarlas nosotras.

P.– Esta idea de hilo continuo, ¿no?

R.– Totalmente, igual en mi cuerpo consigo sanar la herida que mi abuelo en su cuerpo no tuvo tiempo de sanar. Esto puede verse como una maldición o como una oportunidad y algo hermoso, la forma de tomar el relevo.

P.– Pensaba escuchándola también en la serie Adolescencia. Me ha venido la reflexión que hacen los padres: puedes dar la misma educación y traspasar los mismos miedos, pero al final cada persona va a salir de una manera… No todo está en los padres.

R.– Totalmente. Y que a los niños no sólo los educan los padres, también los educa el sistema discursivo en el que existen. A mí lo que más duro me parece de la serie es el punitivismo, me impactó muchísimo el primer capítulo, cómo se llevan a un crío de 13 años como si fuera un terrorista a Guantánamo.

Me inquieta el punitivismo porque si este crío existiera sería fruto de haber llevado hasta un extremo horroroso discursos de los que somos todos cómplices: este es un discurso que está ahí, en redes, que tiene que ver con el machismo estructural, y estas figuras delictivas se vuelven un poco el chivo expiatorio del sistema. En el fondo este niño es un niño de todos.

Aixa de la Cruz.

Aixa de la Cruz. Daniel Pérez EL ESPAÑOL

P.– Siguiendo con la familia. Yo fantaseo mucho con una amiga con que, cuando seamos mayores, vamos a montar un hogar para todos los amiguitos en el que nos cuiden con mimo de verdad, y nos hagan un estriptis semanal de paso (reímos). ¿Cree que vamos hacia ese tipo de estructuras sociales, o aún queda mucho y no lo veremos?

R.– Fantasía compartidísima. He tenido esta conversación. Mmm, no lo sé, pero debería porque lo que veo entre amigas y gente de la edad de mi madre es que tienen que cuidar de sus padres y a veces eso se junta con la crianza de los hijos… Obviamente la estructura familiar, que además cada vez es más pequeñita (antes a lo mejor había 10 hijos para encargarse de los padres y ahora muchos somos hijos únicos), no funciona, va a colapsar. Así que está bien que empecemos a fantasear con estas cosas y a llevarlas a la práctica.

Creo que deberíamos colectivizar cuidados. Y también, y es algo de lo que hablo en la novela, que empecemos a pensar en vínculos que trasciendan a la pareja monógama: cuantos más vínculos de sangre –en el sentido de responsabilidad afectiva, de vínculo para siempre, de promesa de cuidados- más protegidos vamos a llegar a la vejez.

P.– ¿Cómo ve la literatura contemporánea una de sus voces jóvenes más arrolladoras, cree que ha habido un relevo generacional?

R.– Yo es que ya no soy joven. Sí que creo que está empezando a haber voces súper interesantes de los noventa, e incluso de los dosmiles. A mí me interesa mucho la poesía de Rosa Berbel, que es jovencísima; la de Elizabeth Duval; me gusta mucho Pol Guasch... Sí que creo que hay voces súper potentes en esta generación que ya me deja vieja a mí. Y esto no sé si es verdad, pero me gustaría pensar que además no les está costando tanto acceder a editoriales importantes, a medios y demás, como a lo mejor hace diez o 15 años. Me gusta como lectora que haya cierta facilidad para llegar a voces emergentes que están bien editadas.

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P.– Ahora que decía lo de que no es joven. En su ensayo autobiográfico Cambiar de idea escribía “Una de mis neurosis recurrentes es que voy a envejecer pronto y mal por culpa de mis excesos”. Bueno, no está pasando de momento. Parece muy joven aún. Creo que lo es. ¿Cómo lo lleva?

R.– Yo lo llevo súper bien, pero soy una señora y me encanta serlo. Llevo muy bien la edad, pero reconociéndola. Me inquieta un poco esta idea de que en mi generación parece que ya somos niños para siempre. No soy una niña, voy a hacer 37 años y tengo una niña. En mi generación la gente se piensa que tiene 20 años con 40, y tampoco es eso. Seguimos en proceso, transicionando etapas, y está bien reivindicarlas.

P.– Yo a veces pienso que no he sido madre, en parte, por no abandonar esas noches largas, de no dar tregua a la palabra. ¿Le ha pasado, que las eche de menos, o una vez que se tiene al hijo en brazos se desmitifican muchas cosas?

R.– La verdad es que no lo echo de menos, yo estoy muy cansada. No sé si son cambios más profundos o simplemente que la maternidad cansa mucho, pero la energía libidinal es una cosa limitada y no la puedes poner en todas partes al mismo tiempo, y sí que para mí la maternidad ha operado un cambio en la jerarquía de las prioridades. Es una limitación de tiempo, ya no puedo hacerlo absolutamente todo, así que, qué prefiero: ¿irme de fiesta y estar un día entero de resaca? No puedo permitirme eso. En base a esta economía del tiempo acaban cambiando un poco los hábitos y las aficiones.

P.– Volviendo a los excesos, a quienes aún los cometen: ¿son necesarios para escribir, o algunas personas son capaces de escribir bien a pesar de ellos?

R.– Yo creo que a pesar de. Yo no soy capaz de beber alcohol y escribir: me tomo una copa de vino y si me pongo a escribir ya tengo faltas ortográficas. Yo soy de cafeína, de niveles abrumadores y preocupantes de cafeína. Y sí que he pensado mucho en algo últimamente que creo que es cierto. Hablando con mis alumnos de taller sobre este tema, observo que pasa mucho con la gente que empieza a escribir que se precipita en los finales. Y me doy cuenta de que esto nos pasa porque el propio acto de escritura implica sostener un cierto nivel de tensión que es un malestar, una especie de activación sexual, sin que se vaya a resolver de esa forma, sino con el desenlace. Y tienes que aprender a tirar de las riendas para que no te lleve demasiado deprisa. Y entiendo que después de sesiones muy largas de escritura, a alguna gente le haga falta un vino. No sé si vendrá de ahí la asociación eterna de nuestros vicios, pero sí que hay algo relacionado.

Aixa de la Cruz.

Aixa de la Cruz. Daniel Pérez EL ESPAÑOL

P.– Es súper interesante. Porque es verdad que no es gozoso ese proceso de escritura.

R.– ¡No! Es gozoso terminar y verlo, darle una resolución.

P.– “Soy hija de los miedos de mi madre, quien afirma que ser madre es descubrir el miedo”. Esto lo escribió también en Cambiar de idea, antes de la maternidad. ¿Se ha confirmado?

R.– Yo no soy muy miedosa con mi hija, es una bendición porque mi madre siempre lo cuenta, que lo pasa fatal. Todavía ahora que soy adulta, si vengo a Madrid y se me olvida escribirle, va a estar toda la mañana preocupada con si he llegado bien. Yo la verdad es que no vivo con muchísima angustia, a ver cuando la niña sea adolescente.

Pero sí vivo con algo más de miedo a hacer las cosas mal con mi hija, como hablábamos antes, y como decía es un miedo absurdo porque sé que lo voy a hacer mal con ella, sé que mi hija va a tener material para hablar con su psicoanalista durante horas cuando sea adulta y también creo que eso forma parte del legado, le tengo que permitir tener sus traumitas. Aunque eso sí es algo que me inquieta.

P.– Me ha recordado algo. Tengo un amigo, Miguel Ángel Vázquez, que es el librero y editor de La Imprenta, en Malasaña, y padre de dos...

R.– Ostras, héroe.

P.– Héroe, héroe. Pues él me decía que había decidido meter en una hucha dinero para el psicólogo de sus hijos el día de mañana, para que curen los traumas que les haya podido generar.

R.– Sí, sí, sí, a mí hace poco mi madre me tuvo que dejar dinero para terapia, y me daba mucha vergüenza pedírselo, pero luego dije ‘es perfecto porque esto es un ciclo kármico perfecto que se acaba de cerrar y vamos a estar bien a partir de ahora’ (risas).

P.– Se ha definido en su adolescencia como “comunista, patriota, defensora de los derechos humanos y proetarra”. Le preguntaba hace un par de semanas a Lorenzo Silva a cuántos Lorenzos ha dejado atrás. ¿Y Aixas? ¿Cuáles siguen aquí y cuáles son una página del pasado?

R.– Qué buena pregunta, es algo que me obsesiona mucho, y tengo conciencia de esto por escribir libros. Tengo la sensación de que cada libro es de una persona diferente, y de hecho me cuesta mucho reconocer mi propia autoría, esto es ya algo para hablar en terapia. Y esto creo que es así porque, en efecto, creo que somos muchas personas a lo largo de la vida, y el rito de paso de un ciclo a otro lo marcan los libros. Salvo Cambiar de idea ninguno es autobiográfico, pero todos tienen los temas que me han obsesionado en un momento de mi vida, los escenarios y los lugares.

P.– También me sacudió el episodio que narra con el italiano que no aceptó su negativa cuando le dijo que no querías continuar con la relación sexual. Por habitual, me sacudió. ¿Nos deja más desprotegidas lo que ha sucedido con Podemos y Sumar?

R.– Bueno, a mí me parece interesante que se visibilice que no por ser de izquierdas tienes el trabajo hecho, no hay pins de inmunidad ante fenómenos construidos culturalmente. El patriarcado y los discursos patriarcales nos han subjetivado a todos. Si le encuentro una lectura valiosa es esta, que la gente no tiene el trabajo hecho por estar en determinados espacios o por militar: el trabajo se hace haciendo trabajo. Todos estos personajes públicos que van de aliados feministas y acaban siendo públicas sus contradicciones, las contradicciones están ahí, pero ojito con fiarse de la gente que te vende mucho su deconstrucción. Estas cosas se comprueban con los hechos y no tanto con el discurso.

P.– ¿Está escribiendo, Aixa?

R.– Nada, nada, es que terminé de escribir el libro hace muy poquito, en noviembre.

P.– Me gusta la portada.

R.– ¿A que es chula? Es un cuadro que tengo en mi cuarto de un buen amigo, que es un pintor maravilloso, Raúl Valero, y tener su libro en portada, el libro junto al que he escrito toda la novela, es genial.

P.– Y la define muy bien.

R.– Sí, esa idea de cómo el deseo se escurre entre los dedos.

P.– ¿Qué tiene Aixa de la Cruz en la mesilla de noche?

R.– Pues estoy leyendo ahora Los hombres de Felisa de Juan Gabriel Vázquez, y muy a favor de las prosas deslumbrantes. Me siento acunada con la buena prosa y este señor escribe a un nivel altísimo.