Imagen de Jesús Pastor (cedida).

Imagen de Jesús Pastor (cedida).

Reportajes

El éxodo de Jesús Pastor, último niño de un pueblo de Segovia que ya no existe y vecino de otro extinto

Nació en Negueruela (Segovia) y después se fue a vivir a San Miguel de Neguera con sus padres. Ambos núcleos urbanos están despoblados desde hace 50 años.

4 septiembre, 2023 03:16

Nació en una de las dos únicas casas que quedaban en pie en Negueruela, un pueblo de Segovia. Y fue de casualidad. Su madre visitaba a la abuela y, de improviso, nació. Era 1945 y se convirtió en una de las últimas criaturas que vio la luz en ese pequeño poblado. Se llamó Jesús Pastor. Cinco años después, Negueruela quedó deshabitado. Los pocos habitantes que había marcharon cerca, a San Miguel de Neguera, donde continuaron naciendo algunos niños más y Jesús ya convivía con su familia. El destino hizo que la historia se repitiera. En torno a 1960, San Miguel se convirtió en un lugar inhóspito. Desde entonces, por sus calles solo transitan almas que un día llenaron de vida el lugar.

“Lo primero que recuerdo es venir a la escuela a Sebulcor con seis años desde San Miguel, a unos cuatro kilómetros, e ir jugando con los animales por el camino”, relata Jesús al teléfono. San Miguel de Neguera tampoco era gran cosa. Estaba inserto en una finca en la que se encuentra el Palacio de los González de Sepúlveda, declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento. “Lo llamábamos El Barrio y allí teníamos de todo: vacas, ovejas, cerdos, patos, gallinas…”, continúa Jesús.

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Pronto llegaron sus 14 años, edad a la que dejó de ir a la escuela. A los 15 ya empezó a trabajar en Cantalejo, otro pueblo de la región, en una fonda. En la misma provincia hizo la mili cuando en su historial contaban 21 años de vida, concretamente en el Regimiento de Artillería de Campaña número 41 de Segovia. “Mi padre ya estaba haciendo la casa en Sebulcor, en torno a los años 60, justo cuando también desaparecen los últimos habitantes de San Miguel de Neguera”, rememora Jesús. Es en esa casa en la que ahora vive casi seis meses al año junto con Carmen Durán, su mujer, con la que tuvo tres hijos.

Poco queda de San Miguel. Al menos, poco con valor material, porque el sentimental sigue levantando muros y viviendas ahora invisibles, aunque no los recuerdos que de ellos emanan. “En El Barrio había buenas piedras de cantería y las han ido saqueando poco a poco. Algo similar pasó en Negueruela, que vinieron camiones y grúas y dejaron a las casas sin sus tejas de cerámica. Ahora están las casas intactas, pero sin tejado”, se explaya Jesús a sus 78 años.

El molino lo respetaron. Jesús se congratula de ello cada vez que pasea por esas calles que conocieron sus primeros pasos. También queda algo del lugar en el que hacían vino y el horno para hervir el pan. “Son buenas construcciones porque todavía siguen en pie. Debe ser que las hizo alguien con dinero y tierras, como el dueño de la finca en la que se encontraban”, agrega. Aquello, dice, era un lujo.

Jesús Pastor paseando por su pueblo (cedida).

Jesús Pastor paseando por su pueblo (cedida).

Sin agua, sin luz

En El Barrio nunca llegó a haber agua corriente. Eso sí, tenían el río y la fuente. Tal era la situación que a Sebulcor llegó el agua en los años 60 y todavía tendrían que pasar dos décadas para que asfaltaran sus calles. “En San Miguel de Neguera la luz nunca se iba, porque no había. Comprábamos un bidón grande de carburos y lo pagábamos a escote, dependiendo de los kilos que cogía cada uno”, detalla. Eran tiempos de candil, velas y cirio para alumbrar.

En las fiestas la cosa cambiaba un poco. Lejos de las luces a las que estamos acostumbrados en la actualidad, en la plaza del pueblo colgaban unos pellejos de vino rotos que, lentamente, se iban quemando, consumiendo. También tenían un supermercado particular: “Tres días a la semana venían con carros de otros pueblos. Había bacalao en escabeche, arroz, azúcar. No comprábamos nada de carne porque yo tenía de todo en mi casa”, enfatiza.

El río como parque recreativo

Los animales que criaban eran para autoconsumo, excepto algunos terneros y corderos. Llegaban a sacrificar tres cerdos al año en la época de la matanza. El espliego también reinaba por la zona. Esta planta parecida a la lavanda terminaba destilada. “Por Negueruela sigue habiendo de todo: orégano, tomillo, berros, té… Yo soy adicto a las hierbas, excepto a la marihuana”, comenta un Jesús socarrón. Las cosas también han cambiado en este sentido, pues ahora la posibilidad de recolectar estas hierbas está más limitada. “Todavía recuerdo cuando la zona del río era nuestro parque recreativo”, enuncia mientras su voz se torna como la de aquella persona que suspira por un vergel vivido en el pasado.

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“Más tarde marché a Madrid, como tantos otros. Siempre trabajé para la misma empresa de hostelería, en un sitio 24 años y en otro, otros 14 años”, añade el protagonista de esta historia. Aquel casi cuarto de siglo se lo pasó detrás de la barra y sirviendo a las mesas de la gente dispar que se acercaba al establecimiento, cercano al Circo Price. Por eso, su clientela alternaba entre personas que venían o iban de la sala de fiestas Casablanca, el Circo y los bancos centrales que por aquel entonces se ubicaban en la zona.

Se estableció en Aluche. Asentado en la capital, poco le impresionaba del frenesí y los ritmos de la gran ciudad. Le habían bastado dos visitas anteriores para darse cuenta de que la vida seguía, fuera al ritmo que fuera. “Muchos se vinieron a Madrid, como yo. Desde los años 60 hasta los 70, hubo una gran estampida de todos los pueblos de la región de la que yo procedo”, afirma Jesús.

Los golpes de la España vaciada

En enero de 1974 conoció a Carmen, la que año y medio después se convertiría en su esposa. Meses más tarde, en 1976, nació Cristina, la mayor de los tres descendientes de este matrimonio. “Yo me vine a vivir a Cantalejo con 30 años porque no me gustaba Madrid. Tenía un trabajo fijo, me iba bien, pero siempre que podía me escapaba al pueblo”, comenta Carmen, licenciada en Historia del Arte.

El fantasma de la España vaciada también se ha quedado a vivir en esta región segoviana que necesita más y mejores servicios. “Aquí la gente joven, cuando cumplen los 18 años, la previsión es irse a las capitales a estudiar, unos pueden hacerlo cerca, en Segovia, otros necesitan mudarse más lejos, y eso conlleva gastos, viajes y salir de casa con apenas cumplida la mayoría de edad”, subraya Cristina.

Al igual que en décadas anteriores tres días a la semana se paseaban los vendedores de comida por el pueblo, ahora lo hace el médico con la misma cadencia. “No está mal, pero si tienes que hacer cualquier cosa te tienes que ir al hospital de Segovia, a 50 kilómetros”, dice al respecto la hija. En cambio, este no es el mayor problema al que se enfrentan: “En verano, en estos pueblos se quintuplica la población y no estamos preparados para atender una demanda de recursos tan desorbitada”, en palabras de Cristina.

Imagen cedida de Jesús Pastor.

Imagen cedida de Jesús Pastor.

Luchar para que no decaiga 

Gracias a la cercanía que siempre mantuvieron padres e hijos, en esta familia la transmisión generacional de conocimientos ha sido continua. “Aquí todo se aprovechaba. Las sobras de un lado servían para el otro. Gracias a mi padre yo sé recoger hierbas porque lo hemos vivido desde pequeños en esta casa de Sebulcor”, continúa explicando la hija de Jesús y Carmen.

No es lo único que se transmite de padres a hijos y de madres a hijas. Se dice que Sebulcor es el pueblo de los brujos porque en él se congregaron y aún viven diferentes curanderos. “No es sólo brujería, con conjuros, rezos y remedios sanadores, sino saber cómo se utilizan las hierbas. Las familias que poseen esos conocimientos, los transmiten a sus generaciones y están intentando que no se pierda, pero cada vez es más complicado”, comenta la propia Cristina.

Jesús ha vivido en dos pueblos ya extintos y ha sido testigo de la vorágine que ha asolado comarcas enteras, todas ellas dentro de la España vaciada. Después de toda una vida sirviendo y con los cartílagos comidos de estar tanto de pie, este camarero se enfrentó a dos operaciones de rodilla que le han dejado como nuevo. Por eso, él sigue con su vida: “En mi huerto tengo tomates, lechugas, escarolas, puerros, berenjenas, pepinos, calabacines… Y no tengo animales porque si se tienen, hay que tenerlos bien”, aduce.

Jesús Pastor en su pueblo (cedida).

Jesús Pastor en su pueblo (cedida).

Su voz, gruesa y sonora, se entrelaza a través del hilo telefónico con el piar de la docena de golondrinas que desde hace unas semanas le acompañan en su casa. Al estar protegidas no pueden hacer nada que les afecte. “En Sebulcor quedan algunos animales. El burro se llama Nicolás, y es de Isidro, pastor de ovejas, y Olegario tiene un pequeño rebaño con cabras enanas y otro mayor de vacas también enanas, que hacen mucha gracia a los niños”, detalla.

Su experiencia le dice que su vida de infante era mejor que la actual. “Yo nací en el 45 y algunas cosas han ido a mejor y otras a peor. Ahora hay luz en todas las casas, pero antes todo era mucho más tranquilo. Teníamos para comer todo lo que queríamos y no televisión. Si tengo que elegir, me quedo con el pueblo, mi huerto y el lugar en el que me crie”, concluye Jesús.