Droga masticable.

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'Infiltrado' en Nairobi para probar Khat, la droga de moda en África que llega a España: 65 M incautados

El khat es una planta, de consumo ilegal, con un negocio multimillonario que consumen diez millones de personas. 

17 septiembre, 2022 03:05
Nairobi

Este recién terminado verano, la Guardia Civil ha anunciado la incautación en el puerto de Barcelona de tres toneladas de una droga poco común por un valor de 65 millones de dólares: el khat. Esta droga es en realidad la planta Catha edulis que se mastica y produce un efecto estimulante, muy popular en el este de África y el sur de la península arábiga, pero casi desconocida en España. No era la primera vez que esta droga llegaba a nuestras fronteras: en diciembre de 2007 se decomisaron 50 kilogramos de esta planta en Madrid, pero la cantidad llegada en junio a Barcelona supuso un récord absoluto en toda Europa.

En la intervención se detuvo al excónsul honorario en Finlandia, Albert Ginjaume, quien fuera destituido de su puesto a petición del gobierno español en 2018 por sus actividades en el país a favor del independentismo catalán, pero a nadie más. No se consiguió saber quién estaba detrás, y el cónsul lo niega todo.

En Europa y Estados Unidos la demanda de la planta ha aumentado, pero no para su consumo original, sino por lo que se puede conseguir con ella: al sintetizarla se consigue la metilendioxipirovalerona, más conocida como la droga caníbal. El primer caso del mundo fue en 2012 en Miami, pero en España tardó en llegar otros seis años y fue en Ibiza reportado por primera vez. Ese mismo año se incluyó el khat en su Plan Nacional de Drogas. Sin embargo, sigue causando estragos: en enero de este año, un hombre se comió a sí mismo a mordiscos con esta droga en Murcia.

Droga masticable.

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Ahora, los efectos que produce masticar la planta original no son para nada parecidos. El khat, conocido como miraa en Kenia, es considerada como una droga estimulante del grupo de las anfetaminas y cautiva a millones de africanos y visitantes del este de África que la mastican a diario desde hace siglos. Ya en 1856 el escritor británico Charles Dickens hablaba de sus maravillas en el semanario Household Words: “Las plantas de la droga llamada khat son la principal fuente de excitación placentera en estos distritos de África Oriental”.

Como Dickens es una eminencia literaria al que hay que hacer caso y como es de respeto probar las tradiciones locales, aprovecho un viaje a Kenia para probar esta delicia para los sentidos. Quiero averiguar a qué sabe, qué se siente y por qué tiene enganchados a más de 10 millones de personas en el este de África.

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En busca del khat en Nairobi

Estoy en el barrio de Kianda, en Kibera, el suburbio informal más grande de África ubicado en la capital de Kenia. Entre casas de chapa viven cientos de miles de personas y nadie se atreve a decir cuántos, con cálculos desde los 300.000 hasta los más de un millón de personas. En las aceras hay gente sentada masticando khat y hojas desperdigadas encima de una tela. A simple vista no parece más que una hoja normal. Antes de llegar a Nairobi, la planta llega enrollada desde las montañas de Kenia, Etiopía, Eritrea y Yemen, principales países productores. Así la vieron policías en Madrid que la describieron como “espárragos trigueros en mal estado”. Una vez llegan, se desenrollan y separan las hojas del tallo, se despliegan en el suelo y se secan con papel de periódico antes de consumir. Estas duran solo un día: al día siguiente me dicen que estarán malas para consumir.

“Tío, ya verás, esto es mejor que la cerveza, no te pone nada agresivo, al revés, simplemente te mantiene despierto”, cuenta Alex Muia. Sus ojos están rojos, como si no hubiese dormido o estuviese muy colocado, y la verdad es que esa boca de la que asoma una bola pastosa verde no llama mucho la atención. Estoy haciendo cola para conseguir un poco de miraa y varias personas hablan entre sí en suajili mientras ríen miran sorprendidos al único blanco que hay por allí listo para mascar su planta favorita.

Detrás de una caseta de chapa y entre rejas está Kinyua, que empaqueta hojas en pequeñas bolsitas negras que parecen de chuches. Cuando me toca el turno, mi amigo Joe Gathecha me indica que se coge por bolsitas, cada una con un coste de 50 chelines cada una, unos 40 céntimos de euro. Compramos dos, una para cada uno, y me pongo a hablar con el vendedor, que ve mi cara de novato en esto del khat. Le pregunto cuánto suele vender cada día, apuntando a la enorme manta llena de hojas que tiene en el suelo, a pleno aire libre. “Suelo vender unos cuatro kilos cada día”, dice Kinyua. “Yo personalmente consumiré unas 6 bolsas diarias”. El chico de antes me decía que él se metía dos bolsas de khat, pero yo veo una y aunque no es más grande que una bolsa de chucherías que tomaba cuando era pequeño, se me hace grande.

Droga masticable.

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El khat se consume durante horas, poco a poco, y me avisan de que los efectos los notaré a partir de la media hora, pero que si dejo de consumir se irán. Hay gente que se pasa toda la tarde y noche consumiendo y acaba con una pelota en la boca que parece que le hayan quitado una muela del juicio. Su elevado consumo ha hecho que el khat no sea solo un placer, sino un negocio millonario en toda la región.

Un negocio que moviliza a presidentes

En Kenia, el negocio del khat es legal, al igual que en la mayoría de países del Cuerno de África donde es popular como en Etiopía, Somalia, Uganda y Yibuti, así como Yemen al otro lado en la península arábiga. Tan solo la prohíben en Ruanda, donde puedes ir a la cárcel durante siete años si te pillan con estas hojitas, y en Tanzania, pero en este último solo su comercio, su consumo está aceptado.

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La planta se cultiva a más de mil metros de altitud y supone todo un negocio para los países como Kenia y Etiopía. De su cultivo dependen medio millón de personas y cualquier problema en la exportación es un drama nacional. En 2014, Reino Unido se unió al resto de países europeos y prohibió su consumo, dejando sin 25 millones de dólares a Kenia. En Meru, la región en el centro del país, muchos dependen de este cultivo y presionaron al presidente, Uhuru Kenyatta, a interceder por ellos ante las autoridades británicas, aunque sin éxito.

En 2020, el presidente volvió a tener problemas cuando Somalia prohibió la llegada de aviones de carga por la pandemia del coronavirus y una disputa regional con Kenia. Hasta entonces llegaban unos 15 aviones de carga llenos de khat al país con un valor de mercado de 400.000 dólares diariamente. El país vecino legaliza su consumo, pero no su cultivo, por lo que su mercado es una mina de oro para Etiopía y Kenia. La llegada de un nuevo presidente al país vecino desbloqueó la situación y en tan solo cuatro días ya había exportado más de 80 toneladas por valor de dos millones de dólares.

El ritual: de las ganas al asco

Mi amigo Joe ya me ha avisado un poco de cómo hacerlo. La planta se masca con chicle o cacahuete, aunque esta última opción es para los más profesionales. “Tú que eres un novato mejor con chicle, si no, no te gustará”. El chicle tiene su función en aliviar su sabor amargo y ayudar a crear una bola que aguante y puedas masticar durante mucho rato.

Procedo a ello: me meto un chicle sabor fresa en la boca y de pronto sigo las indicaciones de Joe. Cojo un par de plantas de un tallo, elimino precisamente las más verdes, al estar más secas, y dejo las blandas, que tienen un color marrón poco apetitoso. Para adentro. De primeras la sensación es bastante asquerosa. La boca se seca y siento por un momento como que necesito beber mucha agua, pero conforme voy masticando la hoja esta se envuelve con el chicle y de repente noto como rompe la hoja y suelta un sabor interesante que pronto desaparece. No, no está bien. Joe y yo seguimos con nuestra rutina, con la bolsita en la mano mientras cae la tarde: cogemos un bus público y un taxi acto seguido, donde seguimos masticando sin que nadie diga nada, vamos a ver a otro amigo en Mathare, el segundo suburbio más poblado de Nairobi, donde al fin nos sentamos. Cada cinco minutos aproximadamente, un tallo con dos o tres hojitas entran en la boca y cada poco a poco añado trozos de chicle como me ha indicado Joe para que no sea muy fuerte el sabor.

A la media hora no siento nada. “Notarás como estar alerta, como que la sangre te fluye y no sientes nada más”, me había dicho Joe, pero no. Tal vez sea que yo me concentro mucho en pensar si me está subiendo, pero lo único que noto es que el sabor es asqueroso y al cabo de un rato un poco de calor, que de repente se convierte en mucho calor a pesar de que en la calle ha caído la noche y hace alrededor de 15 grados.

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En el próximo espacio de dos horas, sigo consumiendo khat, aunque a cada hoja que me voy metiendo en la boca me va sabiendo peor y me da cosa decirle a Joe que me ha parecido una experiencia asquerosa. La único sensación que podría describir es notarte un poco concentrado, absorto en tus cosas, sin estar muy pendiente de lo que ocurre a tu alrededor, pero poco más. Cuando dejo de mascar, el cansancio me golpea. El bajón se nota mucho más que el colocón, sin duda. Me he dejado mitad bolsa y tal vez debería haber seguido, estando toda la noche mascando, pero la sensación no es tan fascinante como describen y cada vez pienso más en el sabor asqueroso que me tira para atrás. Me despido de Joe, que también deja de mascar porque trabaja a las nueve. “Otro día si quieres seguimos más tiempo”, me dice. Le digo que sí, aunque hacia adentro sé que esto no lo pruebo otra vez.