Vitaly Suárez durante un reparto de comida.

Vitaly Suárez durante un reparto de comida. Cedida

Reportajes GUERRA DE UCRANIA

Vitaly Suárez, el hispano-ucraniano que se juega la vida en Jersón ayudando a jubilados y niños

Hijo de un empresario de afincado en España, se quedó en la única ciudad que controlan los rusos en Ucrania. Allí reparte víveres.

21 marzo, 2022 01:08

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Dicen que un héroe no elige su misión, sino que la misión lo elige a él. Esto es precisamente lo que le pasó a Vitaly Suárez, de 34 años, el pasado 24 de febrero. El día que inició la invasión rusa a Ucrania, la vida le exigió dar un paso al frente. 

Hasta entonces, Vitaly era solo el delegado comercial de una empresa exportadora española en la ciudad ucraniana de Jersón. Tras 25 días de guerra, se ha convertido en una de las pocas esperanzas de miles de civiles que viven atrapados en la primera y, de momento, única ciudad de Ucrania ocupada por el ejército ruso.

Las tropas rusas se hicieron con el control total de esta capital de óblast -región- después de siete días de intensos combates. El ejército y las milicias armadas ucranianas que defendían este enclave en la desembocadura del río Dnieper al Mar Negro, se replegaron o se rindieron ante el avance implacable del invasor. Así, los defensores dejaron paso al trajín de soldados, blindados y camiones rusos.

Vitaly en una de las manifestaciones contra el invasor en Jersón.

Vitaly en una de las manifestaciones contra el invasor en Jersón. Cedida

Los ocupantes se dirigieron al ayuntamiento de la ciudad donde instauraron la autoridad militar. El alcalde, Igor Kolijayev, se mostró colaborativo para evitar un baño de sangre: llegó a varios acuerdos con los soldados para mantener los suministros y la seguridad de los civiles. En aquellas reuniones también participó Vitaly, a quienes los rusos y las autoridades municipales bajo su tutela le dieron un permiso humanitario.

De España a Ucrania

Vitaly no estaba sentado en esa mesa del ayuntamiento por casualidad. Nació en España y lleva dos años en Jersón, de donde es su madre y ejerce como representante de la empresa familiar de exportación alimentaria Cortuhondo S.L. La compañía la fundó su padre, el empresario español Julio Suárez. Este periódico habló con él tres semanas antes de que comenzase el conflicto. Entonces declaró, a pesar de la creciente tensión, que se respiraba “normalidad”.

“Los importadores ucranianos están tranquilos y confiados en que, finalmente, no vaya a pasar nada”, aseguró Suárez. 20 días después todo cambiaría. La oficina comercial que llevaba su hijo Vitaly bajó la persiana y este se encerró con su mujer y con su hija en casa. Después de días de detonaciones y combates, los rusos tomaron la ciudad. 

Entonces, Vitaly decidió que era el momento de aportar su granito de arena: pasó de vender quesos, embutidos y cavas españoles a hacer acopio de alimentos, medicinas y combustible para los civiles que viven, contra su voluntad, bajo la ley marcial rusa. Recorre la ciudad de punta a punta con su coche, jugándose la vida.

“Estábamos muy asustados con los rusos en la ciudad. Te sientes en peligro constante, porque van disparando por las calles y es todo muy arbitrario. No sabes qué te puede pasar. Tengo amigos que han muerto en combate contra los rusos”, responde a EL ESPAÑOL en perfecto castellano, a través de un audio de WhatsApp desde algún lugar de la ciudad.

El trabajo de Vitaly en la Jersón ocupada es esencial porque evita que civiles vulnerables sean víctimas de abusos en la -a veces imposible- tarea de conseguir víveres. “Todos los negocios están cerrados y la gente que deambula por la calle se arriesga a encontrarse con soldados descontrolados, a veces ebrios, que a saber qué pueden hacer”, explica Vitaly.

Vitaly en su reparto de suministros a otros civiles de la ciudad.

Vitaly en su reparto de suministros a otros civiles de la ciudad. Cedida

Las imágenes que circularon en redes sociales sobre las primeras horas de los rusos en la ciudad no dejaron lugar a dudas: saqueos en comercios y patrullas constantes. Además, en la ciudad hay toque de queda y las calles están plagadas de controles.

Vitaly y un grupo de compañeros con vehículo propio contactan a los propietarios de tiendas y farmacias que conocen y quedan con ellos en los almacenes donde aún guardan alimentos y medicinas. Luego los distribuyen por diferentes puntos habilitados en la ciudad. Él, en concreto, distribuye comida a jubilados, pensionistas y niños. La recogida y reparto dura desde primera hora de la mañana hasta que se acaban los víveres, sin descanso. Hay días en los que no es posible obtenerlos. “Terminamos agotados”, asegura.

Al tener el salvoconducto humanitario, Vitaly puede saltarse las colas kilométricas que día sí, día también se forman para acceder a las gasolineras. Muchas de ellas ya se han quedado sin suministro, con lo que el resto de civiles se agolpan en filas interminables para hacer acopio de combustible ante un futuro incierto. Vitaly necesita la gasolina para cumplir con su función.

En un ejercicio de propaganda para ganarse a la población, el ejército ruso instaló en la plaza del ayuntamiento camiones militares con víveres a los que apenas se acercó una decena de civiles. “La gente prefiere buscarse la vida antes que coger esa comida. Pedimos que los rusos se vayan a su país y que nos dejen en paz”, asegura Vitaly. Incluso a él, algunos conciudadanos le han preguntado si era ruso, porque en tal caso le hubiesen rechazado la ayuda.

El hispano-ucraniano también habla de la peligrosidad de las manifestaciones, las cuales ha ido reportando a su padre que vive desde España la situación con preocupación. Desde el inicio de la ocupación de la ciudad, centenares de habitantes se reúnen de manera pacífica desafiando a las tropas rusas, portando banderas de Ucrania y reclamando la salida de los invasores.

“Las manifestaciones son peligrosas porque no están autorizadas bajo la ley marcial y los soldados las disuelven con tiros al aire”, señala Vitaly. 

Ciudad ocupada

El panorama que describe y muestra Vitaly en los vídeos a sus familiares es revelador de cómo es vivir en una ciudad ocupada como Jersón. Durante la noche hay toque de queda y por la ciudad solo se mueven blindados rusos que van de un lugar a otro. Durante el tiempo que dura el toque de queda, el silencio es sepulcral, el propio de una ciudad fantasma. Solo se ve interrumpido cuando hay combates cercanos. 

El pasado miércoles, por ejemplo, el ejército ucraniano lanzó una contraofensiva desde Mykolaiv hacia el aeropuerto de Jersón, a unos tres kilómetros de la ciudad; 15 minutos en coche de donde se encuentra Vitaly. 

Vista de dron del aeropuerto de Jersón tras los combates de esta semana.

Vista de dron del aeropuerto de Jersón tras los combates de esta semana. EFE

Él fue testigo de las explosiones y las columnas de humo que dejó el bombardeo ucraniano sobre la pista del aeródromo: los militares acabaron con cuatro helicópteros rusos estacionados allí, además de con otros vehículos. Después del ataque, el intercambio de fuego no ha cesado en la zona.

Al amanecer, cuando finaliza el toque de queda, una pseudo-normalidad se apodera de las calles. “El alcalde está empeñado en que la ciudad funcione como siempre”, dice Vitaly. Su deseo no puede cumplirse. La mayoría de establecimientos están cerrados bien porque sus dueños han huído o porque se han encerrado en sus casas. Pero los servicios públicos funcionan dentro de estas circunstancias extraordinarias.

Además de los controles rutinarios en medio de la ciudad, estos también están en las salidas y entradas de Jersón. No hay un solo paso libre. “Es muy difícil entrar y salir”, continúa Vitaly. “Los soldados te hacen muchas preguntas [la mayoría de la población de Jersón habla ruso], te registran el coche y los teléfonos, y te piden siempre la documentación”...

Mientras Vitaly se vacía para hacer llegar a quienes necesitan la ayuda más básica, sigue el minuto a minuto de la guerra. Él y el resto de habitantes de Jersón son de los pocos miles de ucranianos que viven bajo el control total ruso. Quizás es un escenario que ha venido para quedarse en varias partes de Ucrania. ¿La liberación? No tienen demasiadas esperanzas. Solo quieren que termine la guerra y poder vivir, al menos, en una paz relativa.