Pepe Barahona Fernando Ruso

Cuatro de la mañana. Un par de jóvenes se besan románticamente a las puertas de una discoteca sevillana. La luz de un puesto móvil de hamburguesas guía a un grupo de muchachos visiblemente ebrios. A apenas 100 metros, en torno a medio centenar de personas transexuales esperan a un autobús que los llevará a Madrid. Este viernes se ha registrado la propuesta de primera ley integral. Hace un frío inusual junto al Guadalquivir, todos han dormido poco y hay más de seis horas de camino, pero nada de eso consigue borrarles la sonrisa. “Hoy empiezan a considerarnos personas”.

Para Tamara, una mujer trans de 56 años, el viaje empezó hace cuarenta. A los 14 junto todas sus fuerzas para decirle a sus padres que era una mujer. Y ellos no lo entendieron. Hoy es la mas veterana en subirse a un autobús plagado de jóvenes. Y ella no puede reprimir el orgullo de verlos felices.

—¿No ve a las nuevas generaciones con envidia?

—No, con satisfacción. Los veo preparados, tienen la oportunidad de estudiar, de formarse, de relacionarse… y eso estaba vetado para nosotras. Es el fruto de nuestra lucha. Y siento orgullo.

El viaje para presentar una ley de transexuales

Hace pocos días que Tamara despidió en el cementerio a una de sus amigas íntimas, también transexual. Se suicidó. Hoy la recuerda mientras que el autobús le come kilómetros al trayecto entre Sevilla y Madrid.

"Hoy es un día histórico", valora Tamara, una mujer trans alta y exuberante, que se ha dedicado toda su vida a la estética. “Sobre todo porque esta ley viene a reparar el daño que se nos ha hecho”, apunta. “He tenido amigas que han sufrido mucho, a las que han hecho mucho daño y que hoy no tienen nada”, confiesa.

Algunas, cuenta Tamara, acabaron en la prostitución, otras fueron repudiadas por sus familias, “algo impensable hoy pero que era frecuente hace 40 años, para muchos es una época oscura que nosotros no queremos olvidar”. “Por eso los veo a ellos —en referencia a los jóvenes que la rodean— y me da muchísima alegría de todo lo que hemos avanzado”. “Pero deberemos luchar más, nuestra lucha no acabará nunca”, zanja.

El autobús no ha avanzado mucho y todos duermen. La oscuridad lo invade todo fuera. La poca luz que se filtra por las ventanas deja ver a jóvenes abrazados, apoyados unos contra otros. Cansados. Los hay que no han pegado ojo en toda la noche, otros —puestos a no conciliar el sueño— han decidido alargar el día de ayer, anticipando la celebración con algunas copas. La mayoría se conoce de años, otros se acaban de conocer.

Pasajeros del autobús trans duermen en el trayecto a Madrid.

Pasajeros del autobús trans duermen en el trayecto a Madrid. Fernando Ruso

SEIS HORAS DE AUTOBÚS Y MUCHAS CONFESIONES

En la tercera fila, Mario comparte asiento con Mario. Uno tiene 21 años, el otro 19. Uno no lo sabe, pero el otro se llama así por él. “Nos conocemos desde hace años y cuando le dije a mi madre que quería que ella me pusiera el nombre, ella me contestó que Mario, por mi amigo; siempre le gustó ese nombre”. La anécdota, desconocida para la mitad de ambos protagonistas, ha aflorado hoy en la provincia de Córdoba, cuando ya pasaba una hora de la partida.

Mario, el primero de ambos —también el de mayor edad—, confiesa que es un día que lleva mucho tiempo esperando este día. Cuando dijo públicamente que era transexual, se convirtió en uno de los miembros activos de la Asociación de Transexuales de Andalucía. Ahí, junto a Mar Cambrollé, presidenta de la Federación Plataforma Trans, que aúna al 97% de las asociaciones de este colectivo en toda España, ha visto germinar la ley que hoy Unidos Podemos ha registrado en el Congreso.

Y a Mario, como a la totalidad de quienes viajan en el autobús, le desagradó ver pasearse por España el autobús de Hazte Oír que la propia Cambrollé bautizó como el autobús de la transfobia. “Vamos a destrozar el lema de ‘Los chicos tienen pene, las niñas vagina. Que no te engañen’”, advierte el joven sevillano. “Los niños tienen pene, vagina o lo que quieran tener”, contesta rápido con vehemencia.

Risas entre los pasajeros del autobús trans al acercarse a Madrid.

Risas entre los pasajeros del autobús trans al acercarse a Madrid. Fernando Ruso

“Me sentó fatal —sentencia Mario—, pero vi que lejos de hacernos daño, nos hizo más fuertes; la reacción de la gente evidenció que hay muchos más con nosotros que con ellos, y eso nos dio visibilidad”.

Entre Mario y Luna media un asiento. Ella tiene 16 años, estudia Bachillerato de Artes y lleva cuatro meses con las hormonas. Cuando le comentó a sus padres que se subiría al autobús para ir a Madrid, sus padres se asustaron. “Temen que haya peleas”, explica la joven. Nada más lejos de la realidad. La jornada se ha desarrollado con un marcado acento lúdico. Hay banderas trans y pocas consignas. “¡Ley trans estatal ya!”, es la que más se repite.

"ESTE AUTOBÚS VA CARGADO DE LIBERTADES"

Luna es joven, pero madura. “Es indigno que otras personas pongan sus ideales por encima de lo derechos de vida de otros, queriendo limitársela”, argumenta. “Este autobús —a diferencia del de Hazte Oír— va cargado de libertades, de derechos; traemos alegría a las personas que lo están pasando mal”, insiste la joven. “Vamos cargados de vida”.

A sus 16 años ya se beneficia de la ley integran para las personas trans que el Parlamento Andaluz aprobó en julio de 2018. Gracias a ella y aún siendo menor, Luna recibe tratamiento hormonal gratuito. Algo que marca la diferencia con el resto de transexuales de otras comunidades autónomas, a excepción de Madrid o Valencia. “Hablo mucho con chicos de otras regiones y lo están pasando mal, nos ven a nosotros como una referencia; y por eso hay que aprobar esta ley, porque todos debemos ser iguales”, zanja la joven, que reproduce en un cuaderno el rostro de Cambrollé. “Me ayudó mucho con mi familia”.

Ni siquiera los primeros rayos de sol que se asoman por el Este despiertan a los jóvenes, que siguen fundiéndose en abrazos. Extenuados por la intempestiva hora de la salida. Al fondo del autobús, en las últimas filas, las piernas se cruzan con los brazos, en un sueño propio de contorsionistas. Nadie parece estar molesto. Todos duermen. Quienes se desvelan, se quedan hipnotizados por la carretera.

Uno de los viajeros dibuja a la presidenta del colectivo trans, Mar Cambrollé

Uno de los viajeros dibuja a la presidenta del colectivo trans, Mar Cambrollé Fernando Ruso

Ángel y Carlos abren los ojos. No son transexuales, pero sí pareja. El primero es el coordinador del Área de Libertad de Expresión Afectivo-Sexual, de Izquierda Unida. Él estuvo presente en el nacimiento de la ley trans andaluza y no quiere perderse el inicio de la estatal. “Me siento con el deber de acompañar a este colectivo, quería compartir su alegría en este día”, detallaba el joven.

El autobús avanza y siguen las confesiones. Mario, el más joven de los que viajan, confiesa que su vida ha dado un cambio radical desde que le dijo a sus padres que era transexual. “Era algo que tenía guardado durante mucho tiempo”, confiesa. Todo cae, tarde o temprano. Y desde que dijo que se sentía hombre, se ha reforzado su relación con su familia. También con sus amigos. “Hoy me siento a gusto conmigo mismo y eso se nota”.

El tratamiento de testosterona que recibe cada tres semanas le cuesta 25 céntimos. Gracias a él ya empieza a aflorarle el vello facial. Asegura que se dejará barba, pero que irá sin prisas. “No hay que ser impacientes”, recomienda Mario. “Yo disfruté muchísimo cuando empezó a salirme la barba”, apunta.

LOS TRANS, UN PASO MÁS CERCA DE LA DEMOCRACIA

Las dudas previas al momento de verbalizar que era trans coincidió con la gira del autobús de la transfobia. Lejos de alimentar sus dudas, confió en lo que su círculo íntimo le recomendó y se lanzó —con un resultado satisfactorio— a decir públicamente su condición. “El simple hecho de decirlo ya fue una conquista”, explica. “¿Por qué le iba a dedicar mi tiempo a una gente como Hazte Oír, que no me importa lo más mínimo?”, se pregunta la joven.

Los manifestantes en la plaza de Neptuno a escasos metros del Congreso de los Diputados

Los manifestantes en la plaza de Neptuno a escasos metros del Congreso de los Diputados Fernando Ruso

—¿Qué consejo das a los jóvenes que no son capaces de dar el paso?

Que no tengan prisa, que sean ellos mismos, que no les mueva el rencor, la rebeldía. Que le esperan cambios importantes en su vida y que deben afrontarlos con calma. Hay que aprender a disfrutar del proceso.

Por eso no pesa el asfalto, las horas de autobús. Cada kilómetro que pasa les acerca a su destino. De momento es una proposición de ley. Que ojalá, piensan todos, se convierta pronto en una ley que cambie su día a día.

El autobús llega, según lo previsto, a las diez de la mañana a la Fuente de Neptuno. Los últimos metros hasta el Congreso se completan a pie. No hay prisa en ellos, que avanzan diligentes portando banderas trans. Todos saben de donde vienen y cual es el punto de destino. Y no van a parar hasta llegar a su meta. El colectivo trans, comenta Cambrollé a las puertas del Congreso, “se acerca más a la democracia después de 40 años”. Todos vienen cargados de sueño y de sueños. Y no piensan dar un paso atrás.

El colectivo trans a las puertas del Congreso para entregar su ley

El colectivo trans a las puertas del Congreso para entregar su ley Fernando Ruso