Álvaro García Ortiz durante su declaración ante el Tribunal Supremo. Reuters
El juicio al fiscal general no es un partido de fútbol
El problema no es de los opinadores, que tienen derecho a pensar lo que quieran sobre la inocencia o culpabilidad de García Ortiz, sino de quienes llevan al límite la separación de poderes, intentando influir en las decisiones de los jueces y criticando abiertamente las que no les gustan.
Este jueves ha quedado visto para sentencia el juicio a Álvaro García Ortiz, acusado de un delito ciertamente grave. Sobre todo si este se atribuye a quien, como fiscal general del Estado, debe velar por los derechos de todos los ciudadanos y el estricto cumplimiento de la ley.
Ahora toca esperar y dejar que el Tribunal Supremo delibere y resuelva si debe absolver o condenar. Tratándose de la Sala Segunda del Supremo —en quien nuestras leyes residencian la última palabra sobre la interpretación de la ley penal, e integrada por magistrados de la máxima solvencia y prestigio—, albergo pocas dudas de la calidad de la sentencia que finalmente se va a dictar, sea del signo que sea.
Por desgracia, también creo que no satisfará a aproximadamente la mitad de los muchos hooligans del relato que abundan en las sedes de los partidos, los medios de información, las tertulias radiofónicas y los bares de nuestra geografía.
Esa mitad que, sin ser profesionales del derecho (algunos, incluso, siéndolo), sin haber asistido al juicio ni analizado las pruebas con mínima profundidad, se sentirán en cualquier caso autorizados para sentar cátedra. Y para decir que es una vergüenza la condena (si es que condena) o la absolución (si lo contrario) del pobre (los primeros) o del sinvergüenza (los segundos) de García Ortiz.
El problema, sin embargo, no es de esos opinadores, quienes por supuesto tienen/tenemos derecho a pensar lo que nos dé la gana sobre la inocencia o culpabilidad del acusado García Ortiz.
"Los hooligans del relato están dispuestos a calentar el ambiente antes y después de cada juicio. Y a ello ha contribuido la propia posición adoptada por el acusado, aferrado hasta la náusea a su condición de fiscal general"
El problema es de quienes, movidos por sus ambiciones, gustan de llevar al límite la separación de poderes, intentando influir en las decisiones de los jueces y criticando abiertamente las que no les gustan. Y, además, lo hacen sin el más mínimo recato desde unos cargos y con unos medios que pagamos todos con nuestros impuestos.
Y quienes, por ese mismo hooliganismo, están dispuestos a calentar el ambiente antes y después de cada partido/juicio, creyendo que con eso se garantizan mejor la victoria. Y olvidando que, para las cosas de la Justicia (como en general, para las de la democracia y la convivencia colectiva), y como dijera el profesor Unamuno, no es tan importante ganar como convencer. Hermoso infinitivo este que, etimológicamente, significa simplemente "vencer juntos".
Lamentablemente, en esta tensión mucho ha tenido que ver la propia posición adoptada por el acusado, aferrado hasta la náusea –y con puñetas incluidas- a su condición de fiscal general.
Con esta posición, García Ortiz ha convertido en muy difícil de creer que una subordinada suya —la representante del Ministerio Público en este juicio— pudiera actuar con independencia en el mismo, rodeándose de un coro de maestros cantores dentro y fuera de la sala que ni en Núremberg.
Como si dimitir de su cargo para que nadie pensara que pudiera estar tentado de emplearlo para defenderse mejor desde el mismo, o para evitar que alguien pudiera confundir a la persona con la institución, no fuera siquiera de recibo.
Y todo, con el constante aliento de un Gobierno cercado por la debilidad y la sospecha, y con la vista puesta en todos los sitios menos en el Boletín Oficial del Estado. Un Gobierno preparado para sacrificar a la UCO, al Tribunal Supremo y a quien haga falta con tal de seguir gobernando la más absoluta irrelevancia en que se ha instalado, sin Presupuestos, sin leyes y sin maldita la gracia de no contentar ya ni al de Waterloo.
Confiemos, en cualquier caso, en la Justicia, encarnada en esos siete hombres y mujeres de la Sala Segunda, que sin duda resolverán únicamente conforme a las pruebas que han presenciado, para aplicar la ley como corresponde y alcanzar el fallo que proceda. Sea este el que más nos guste, o su contrario.
Porque, al fin y al cabo, la Justicia sigue siendo lo más valioso que nos queda en estos tiempos convulsos.
*** Alfonso Trallero es abogado.