El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y la primera dama, Jill Biden, reciben en la Casa Blanca al primer ministro indio, Narendra Modi.

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y la primera dama, Jill Biden, reciben en la Casa Blanca al primer ministro indio, Narendra Modi. EFE

LA TRIBUNA

Todos los caminos del nuevo orden mundial conducen a Delhi

La India no ha acabado aún de diseñar su gran estrategia nacional, pero es una gran potencia en ciernes con un rol decisivo en la configuración de un nuevo orden mundial. 

24 junio, 2023 03:38

La solemne, muy ceremoniosa y a la vez cálida acogida dispensada por Joe Biden al primer ministro indio, Narendra Modi, en la Casa Blanca refleja la relevancia estratégica que otorga Washington a su vínculo con Delhi. En palabras del presidente estadounidense, la relación entre la India y Estados Unidos será una de las "que moldeará el siglo XXI". Delhi está aún inmersa en la concepción e implementación de una gran estrategia nacional, pero la India es una gran potencia en ciernes llamada a desempeñar un papel decisivo en la configuración de un nuevo orden internacional. 

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, brinda con el primer ministro indio, Narendra Modi.

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, brinda con el primer ministro indio, Narendra Modi. EFE

Modi está realizando una visita de Estado plagada de simbolismo (el menú de la cena de gala, por ejemplo, ha sido enteramente vegetariano) y de contenido. Se espera la firma de varios acuerdos de mucho calado en materia tecnológica y de defensa que incluirán la venta de drones de combate MQ-9 Sea Guardian y, pese a las críticas y dudas de los últimos días, el acuerdo para la fabricación conjunta de unos cien motores F414 de General Electric para cazas de combate, lo que supondrá una notable transferencia tecnológica a la industria de Defensa india.

El pasado enero, el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, y su homólogo indio, Ajit Doval, ya habían lanzado una iniciativa sobre tecnologías críticas y emergentes (iCET en su acrónimo en inglés) para fomentar la cooperación bilateral en áreas como inteligencia artificial, computación cuántica, exploración espacial, semiconductores e innovación en Defensa. Esto último se reforzará significativamente con la inauguración oficial ayer mismo del llamado Ecosistema de Aceleración de la Defensa Indo-Estadounidense o INDUS-X.

De igual forma, la visita ha incluido una intervención ante una sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos a petición de los portavoces de ambos partidos. La asociación estratégica con la India se ha ido construyendo en las últimas dos décadas sobre el consenso entre demócratas y republicanos y con China como principal combustible de este progresivo alineamiento indoestadounidense. No extraña, por ello, que Donald Trump y Biden no discrepen cuando se trata la India. 

"Algunas de las personas que mejor conocen los entresijos de esta relación bilateral advierten de la necesidad de que Estados Unidos ajuste sus expectativas a la realidad de la agenda geopolítica de la India"

Este alineamiento bilateral está aún lejos de completarse y está plagado de aristas y ambigüedades, pero tanto Washington como Delhi perciben a Pekín como el gran desafío estratégico que deben afrontar. Y nada une más, o permite superar mejor dificultades y desavenencias, que un desafío o adversario común de esa magnitud. 

Ahora bien, y pese a lo apuntado hasta aquí, que todo esto conduzca hacia una verdadera alianza tal y como la concibe Washington es harina de otro costal. Así, algunas de las personas que mejor conocen los entresijos de esta relación bilateral (Edward Luce, Daniel Markey o, singularmente, Ashley Tellis, ahora en el Carnegie y antes con la diplomacia estadounidense) llevan semanas advirtiendo de la necesidad de que Estados Unidos ajuste sus expectativas a la realidad de la cultura estratégica y agenda geopolítica de la India.

Del lado estadounidense, desde la administración George Bush hijo, la apuesta sobre la India se ha articulado sobre la premisa de que "la democracia más antigua y la más populosa" comparten valores y con ello perspectivas sobre el orden mundial. Sin embargo, para Delhi, tal y como sucedía durante la Guerra Fría, esa es una cuestión secundaria y supeditada al eje puramente geopolítico, que es el fundamental.

Y conviene no perder de vista que en el complejo pensamiento estratégico indio sigue pesando mucho su identidad poscolonial o de Sur Global y su concepción extremadamente rígida de la soberanía. Esto dificulta, por ejemplo, una interoperabilidad militar efectiva o el alineamiento en temas que excedan la cuestión china desde una óptica estratégico-militar.

Además, y pese a que Modi lleva desde 2014 imprimiendo un tono cada vez más enérgico en la política exterior india, Delhi aborda todo lo relacionado con China con una enorme cautela. Su principal motivo de preocupación e irritación frecuente es el vínculo estratégico entre China y Pakistán, caracterizado tradicionalmente por la diplomacia china como "más alto que los Himalayas y más profundo que el océano" y, hace pocos años, por el entonces primer ministro pakistaní, Nawaz Shariff, como "más dulce que la miel". 

Más allá de retóricas poéticas, ese vínculo confiere a Pakistán una poderosa cobertura diplomática ante los intentos de Delhi por poner fin a los ataques terroristas en territorio indio orquestados por la Inteligencia pakistaní. Y a China el acceso por vía terrestre al estratégico puerto de Gwadar en el mar arábigo por el que Pekín aumenta su proyección hacia el Índico. El Corredor Económico China-Pakistán (CPEC en sus siglas en inglés) conecta este puerto con el sur de Xinjiang y atraviesa la Cachemira ocupada que la India reclama.  

De ahí que la India contemple con relativa simpatía el AUKUS (en el que no participa) y se opusiera, por ejemplo, al intento de Rusia y China de bloquear ese acuerdo trilateral entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, en la Agencia Internacional de la Energía Atómica con el pretexto de que supone una violación del Tratado de No Proliferación Nuclear. O que, desde diciembre de 2019, la India mantenga un diálogo regular con la OTAN.

Pero eso no es incompatible con que la India no contemple, al menos no en un futuro previsible, una dimensión militar en el QUAD, el foro entre Estados Unidos, la India, Japón y Australia, ni tampoco un alineamiento con ninguna iniciativa explícitamente antiChina.

La cuestión de fondo es que, como apunta Edward Luce, "cuando el poderoso ministro de Asuntos Exteriores, Jaishankar, dice que la India quiere ver un mundo multipolar, eso es exactamente lo que quiere decir". Y eso supone, por ejemplo, poco o ningún entusiasmo por parte de Delhi por el sostenimiento del llamado "orden basado en reglas" u "orden liberal internacional", uno de los ejes discursivos de la política de Estados Unidos para afrontar el desafío estratégico chino y ruso. O la decepcionante, desde el punto de vista euroatlántico, posición india con respecto a la invasión rusa de Ucrania. 

Cualquiera interesado en comprender mejor el pensamiento indio haría bien en dedicarle una lectura atenta al libro del propio Jaishankar, The India Way, publicado en 2020 con el subtítulo Estrategias para un mundo incierto. Y en ese mundo incierto, la India puede resultar clave en muchos ámbitos temáticos y regionales más allá de Asia del Sur. Mencionaré sólo dos, suficiente para ilustrar la complejidad y pluralidad de la India también en su proyección internacional.

"Otro vector clave en la política de la India es su papel como líder del Sur Global. Y en ese marco su cooperación con China es fluida"

Desde 2021, la India participa en otro diálogo cuadrilateral con Estados Unidos, Emiratos Árabes Unidos e Israel (I2U2 en su acrónimo en inglés) o en otro con Estados Unidos, Arabia Saudí y Emiratos. La India, mantiene excelentes relaciones con todos ellos, singularmente Israel, y aspira a desempeñar un papel relevante en lo que denomina Asia Occidental y nosotros, Oriente Medio.

Otro vector clave en la política exterior de la India es su papel como líder del denominado Sur Global. Y en ese marco su cooperación con China es, pese a las tensiones anotadas, fluida en foros como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái. Ambos foros tienen aún mucho de escaparate navideño lleno de cajas de regalo. Es decir, deslumbrante por fuera, pero vacío por dentro. 

No obstante, su valor simbólico y su impacto en términos discursivos y de legitimación del (también en ciernes) orden multipolar, resulta indiscutible. Tanto como la propuesta india de que la Unión Africana se convierta en miembro del G20 durante la cumbre que se celebrará en Delhi el próximo mes de septiembre. Ese y no otro es el colofón brillante con el que la India aspira a cerrar su presidencia del G20 este 2023.

*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft. La gran partida es un blog de política internacional sobre competición estratégica entre grandes potencias vista desde España.

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