Pedro Sánchez, con Mohammed VI en una visita oficial a Marruecos.

Pedro Sánchez, con Mohammed VI en una visita oficial a Marruecos. EFE

LA TRIBUNA

Las preguntas sin resolver por la traición al Sáhara

Existen dos posibilidades para España. Que gane con esta traición a su historia en el Sáhara o que pierda definitivamente su valor como potencia regional y estratégica.

24 marzo, 2022 03:52

Sin explicarlo en el Consejo de Ministros, sin explicarlo en el Parlamento y sin explicarlo a los españoles, Pedro Sánchez ha cambiado la posición de España en el Sáhara, que hasta 1975 fue parte de nuestro país. Esto que no pudo hacer con la exministra Arancha González Laya, que era una alta funcionaria de Naciones Unidas, lo ha hecho con nocturnidad y alevosía con José Manuel Albares, mucho más cercano a la volatilidad de las decisiones presidenciales.

Planta de gas al sureste de Argelia.

Planta de gas al sureste de Argelia. Reuters

Hace apenas un año, acogimos de tapadillo al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, para tratarle de una grave neumonía producida por el Covid en un hospital de Logroño. Lo hicimos sin pensar en las consecuencias que tendría sobre nuestras relaciones con el Reino de Marruecos, que retiró a su embajadora mientras los hilos diplomáticos terminaban en una maraña judicial en la Audiencia Nacional. ¿Qué ha ocurrido para que el jefe del Gobierno dé este giro de 180 grados en nuestra política exterior?

Interpretar que es una consecuencia de la guerra en Ucrania es demasiado simplista. Pero evidencia la disposición de Pedro Sánchez a escuchar con atención los consejos o exigencias que le han hecho con toda seguridad desde Washington, Bruselas, París y Berlín. En estos tiempos no se admiten dudas, ni riesgos imposibles de asumir por la Unión Europea y la OTAN. Una crisis militar y energética en el sur de Europa que implicase a dos aliados de Estados Unidos, Francia y Alemania, como son Marruecos y España, nos dejaría solos.

La primera incógnita que debería resolverse en el Congreso de los Diputados es por qué, en estos momentos de crisis energética y de renovada presión de Mohamed VI sobre Ceuta y Melilla utilizando la emigración ilegal, optamos por impedir una segunda marcha verde sobre las dos ciudades españolas, a riesgo de que el gas argelino no llegue a nuestro suelo.

Ese miedo real, esa probabilidad real, ese recuerdo de noviembre de 1975 con la retirada de las tropas españolas del Sáhara, pese a todas las declaraciones en contra que se hicieron desde Madrid mientras Franco moría y Juan Carlos I ocupaba la Jefatura del Estado, ha vuelto a estar muy presente. Al igual que lo estuvo entonces y con los mismos países protagonistas. Por encima de la sentencia de la Corte de Ámsterdam, por encima de todas las resoluciones de la ONU, por encima de la voluntad de independencia del pueblo saharaui.

"¿Podemos asegurar que Argelia no tomará represalias por este cambio en la política exterior española?"

Sin Argelia, la supervivencia de la República Democrática Saharaui y del Polisario sería imposible. Desde Tinduf, en la frontera con el Sáhara y Marruecos, se han mantenido durante 47 años. Esa posición explica la guerra de guerrillas que se recrudeció en el mes de octubre de 2021 y que está en el fondo de los movimientos de Mohamed VI y de Pedro Sánchez, siempre con Ceuta y Melilla como moneda de cambio.

En ese escenario histórico, la guerra de Ucrania y la necesidad del gas argelino se convierte en una oportunidad para nuestro incómodo vecino del sur. También para que desde Estados Unidos y desde Francia y Alemania se aumente la presión sobre nuestro país. Los acuerdos firmados por Donald Trump y el monarca alauí para establecer una base permanente de Estados Unidos en esa zona del Sáhara, para controlar la parte de África a la que están llegando los intereses de Rusia y China (en busca de materiales que necesita la industria tecnológica), es otro escenario de enfrentamiento de las grandes potencias.

Están el gas argelino y sus dos grandes gasoductos que llegan a Europa desde España. El Medgaz, que pertenece a la unión de Sonotrach con la española Naturgy (con una importante presencia del fondo Blackrock) con final en Almería; y el Magreb, que llega atravesando el Estrecho hasta Zahara de los Atunes. Este segundo es más viejo y es el que cortó Marruecos a finales del año pasado; el primero está sujeto a las negociaciones directas entre la empresa española y su socio estatal.

Aquí aparece la segunda de las preguntas que deben tener respuesta por parte del Gobierno español, sobre todo tras las visitas a Argel que hicieron José Manuel Albares y Teresa Ribera para asegurar la llegada del gas desde los comienzos de Hassi R'Mel, en el centro del desierto. ¿Podemos asegurar que Argelia no tomará represalias por este cambio en la política exterior española?

"Estamos ante un nuevo frente de la guerra real que se está viviendo en Ucrania"

Una tercera parte del gas que necesitamos llega por ese conducto, el resto lo hace a través de los barcos metaneros. Es ahí donde vuelven a aparecer los intereses de Estados Unidos, que ya se ha convertido en el principal proveedor con su flota. Argelia necesita exportar gas para mantener su economía, pero al mismo tiempo su política está unida a la de Rusia y en menor medida a la de China. Existen opiniones sobre hasta dónde puede llegar esa relación histórica. Hasta qué punto Vladímir Putin no ha contado con ese escenario para presionar a toda Europa en su estrategia militar en Ucrania.

La tercera de las preguntas la deberían contestar las dos formaciones que integran el Gobierno. Por un lado, el PSOE, que ha ido formando a su medida Pedro Sánchez. Por otro, sus socios. No se puede estar en contra de las decisiones de un presidente, sentarse en el Consejo de Ministros y participar en la oposición con temas tan fundamentales para la estabilidad de España. Los sillones no pueden justificar ciertos comportamientos políticos.

Es evidente la presión de Biden, Macron y Scholz sobre el presidente del Gobierno. Tan evidente como la satisfacción de Mohamed VI por esta “nueva victoria diplomática” sobre España.

Estamos ante un nuevo frente de la guerra real que se está viviendo en Ucrania y que podría extenderse al norte de África. Con nuevos actores, pero con el mismo fondo político y económico: el poder en el mundo y el control de los nuevos minerales. España puede ganar con esta traición a su historia en el Sáhara o perder de forma definitiva su valor como potencia regional y estratégica. El tiempo dirá.

*** Raúl Heras es periodista.

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