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LA DEMOCRACIA A EXAMEN

El problema de la democracia en Rusia no es sólo Putin

Jodorkovski, magnate petrolero y expreso político, advierte de que el reto para conseguir la democracia en el país no es sólo apartar a Vladimir Putin del poder sino sustituir el sistema autoritario que personifica.

3 diciembre, 2017 03:11

Más de 25 años después de la caída de la Unión Soviética y el intento de construir una democracia en su lugar, Rusia se ha convertido de nuevo en un Estado autoritario. Se trata de la misma incapacidad para construir instituciones democráticas que tuvieron los líderes de la revolución de febrero de 1917, que llevó a los bolcheviques a conseguir el poder a final de ese año.

El autoritarismo ruso tiene profundas consecuencias, no sólo para los ciudadanos rusos sino para países vecinos y el resto del mundo. Aún bajo el peso de la mentalidad de la “fortaleza asediada”, el Kremlin lleva a cabo una política exterior con el propósito de lograr un “equilibrio de fuerzas” entre Moscú y Occidente. Esta estrategia caduca crea una histeria en favor de aventuras militares que amenazan a todo el planeta. Los propagandistas pro-Kremlin, como Dmitry Kiselyov, un conocido presentador de la televisión estatal, han llegado a sugerir que el “comportamiento agresivo” de EE.UU. podría desencadenar una respuesta “nuclear” de Rusia.

No es sorprendente que el Kremlin esté utilizando la desinformación y otros trucos sucios para sembrar confusión en los países occidentales y socavar la fe en los sistemas democráticos. Los líderes de Rusia están convencidos de que la democracia occidental es una amenaza para el orden autoritario desde el que intimidan.

Para Moscú, este es un juego de suma cero: cualquier debilitamiento o descrédito de la democracia sólo puede beneficiar el sistema de gobierno del Kremlin. Pero eso es miope. La ruptura de la alianza occidental podría crear una grave inestabilidad en todo el mundo, exponiendo a Rusia a peligros que probablemente no sería capaz de gestionar.

Para Moscú, este es un juego de suma cero: cualquier debilitamiento o descrédito de la democracia sólo puede beneficiar el sistema de gobierno del Kremlin

Para encontrar un sistema alternativo de gobierno, los demócratas rusos como yo tenemos que entender la desafortunada historia de nuestro país. Cuando se hace, aparece la pregunta inevitable. ¿El tamaño de Rusia, su cultura política y la desconfianza hacia Occidente la convierten en un país no apto para la democracia?

Por supuesto que no. Rechazo la falacia de que los rusos son, de alguna manera, incapaces de construir instituciones democráticas. Se decía lo mismo de los alemanes. Qué equivocados estaban. Los países y sus ciudadanos cambian, habitualmente como respuesta a sus propios fracasos.

La mayoría de los rusos jamás ha vivido lo que son las instituciones democráticas y no entienden cómo funcionan. Pero los rusos que se han mudado a Occidente se han adaptado fácil y rápidamente a los modos de la democracia. Ven que la democracia protege los derechos individuales y la propiedad y que permite florecer a las sociedades.

A pesar de una comprensión insuficiente de las prácticas democráticas, hoy Rusia tiene decenas de miles de organizaciones cívicas que defienden los derechos civiles. Una encuesta del Pew Research Center de 2012 indicaba que una mayoría de rusos apoya elecciones limpias y una justicia justa. El pueblo ruso quiere que sus voces se escuchen y que sus líderes respondan por sus actos. Quieren un sistema político diferente.

Para evitar errores del pasado, tenemos que esclarecer por qué los dos intentos de establecer una democracia en el siglo XX acabaron en regímenes autoritarios. En ambos casos, tras haber derrocado al tirano -el zar en 1917 y el comunismo en 1991- Rusia acabó entregando el poder a otro. ¿Cómo pasó esto?

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A comienzos del siglo XX, conservadores y liberales fueron incapaces de encontrar un mismo idioma en el que hablar sobre la fundación democrática de Rusia. Como resultado, la facción más reaccionaria dentro de la élite gobernante acabó siendo la dominante tras la revolución de 1905, obstaculizando el desarrollo de reformas democráticas.

Tras el derrocamiento del zar en 1917, la democracia perdió de nuevo. Los bolcheviques fueron en esencia tan autocráticos y reaccionarios como los que había antes, pero con la “polaridad ideológica” contraria. Puede que hayan logrado sus más y sus menos en algunos lugares, pero los bolcheviques nunca fueron capaces de liberarse del campo magnético del autoritarismo ruso.

Los bolcheviques fueron en esencia tan autocráticos y reaccionarios como los que había antes, pero con la “polaridad ideológica” contraria

La historia se repitió con el ascenso de Boris Yeltsin, aunque fuese el primer líder ruso popularmente elegido. A comienzos de la década de 1990 se le concedieron poderes constitucionales extraordinarios y los liberales vencedores llamaban “zar” a Yeltsin. Cuando Vladimir Putin fue elegido por primera vez presidente en el año 2000, el ex teniente coronel del KGB heredó un sistema perfectamente diseñado para mantener las tradiciones autoritarias rusas. A diferencia de los movimientos de oposición en Occidente, una parte importante de la oposición rusa de hoy cree que los derechos democráticos emanan no de una representación política equilibrada sino de la designación de un “buen zar”.

Esta propensión a buscar gobernantes magnánimos en vez de instituciones democráticas obliga a los líderes políticos con ambición a pedir respaldo público apoyándose en la fuerza de su propia personalidad en vez de en un programa político claro. Para ganar, los políticos necesitan crear la imagen de un “líder fuerte”.

El reto al que se enfrentan los rusos de mentalidad democrática no es por tanto solamente apartar a Vladimir Putin del poder sino sustituir el sistema autoritario que personifica.

Lo ocurrido en 1917 y en 1991 nos enseña que el Kremlin no puede introducir la democracia por decreto y que las instituciones democráticas no brotarán de repente en toda Rusia.

El proceso debe comenzar con la transformación política de la Rusia orientada hacia Europa y de sus ciudades: Moscú, San Petersburgo, Ekaterimburgo y Novosibirsk, entre otras.

Esos centros urbanos pueden demostrar al resto del país que la mayoría de votantes puede respetar a la minoría, y viceversa, al acercar el proceso de decisiones al pueblo y haciendo que los dirigentes respondan de verdad por sus actos.

Cuando la sociedad rusa se dé cuenta de su propio poder, su pueblo encontrará la voluntad para desarrollar una cultura democrática local y dinámica y las instituciones que se necesitan para apoyarla. La tarea más importante es la de crear un sistema judicial que se base en el Estado de derecho y no en el poder arbitrario.

Cuando la sociedad rusa se dé cuenta de su propio poder, su pueblo encontrará la voluntad para desarrollar una cultura democrática local y dinámica

Para el Kremlin, estas ideas son heréticas. Socavan las creencias centenarias de que Rusia puede gobernarse sólo desde Moscú y de que la delegación de poder conducirá al caos.

Debemos abrazar una forma de gobierno nueva y radicalmente diferente si queremos que Rusia sea un país exitoso y respetado, capaz de contribuir positivamente a las relaciones internacionales.

La década de 1990 nos da otra lección: es el pueblo ruso, y sólo el pueblo ruso, el que debe encontrar su propio camino. Occidente no puede hacerlo por nosotros.

*** Mijaíl Jodorkovski es el fundador de Open Russia, un movimiento comprometido con la promoción del orden democrático en Rusia.

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