La concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado debería haber sido una oportunidad para que Pedro Sánchez recuperara la claridad moral respecto a Venezuela.
En su lugar, el Gobierno ha optado por la ambigüedad vergonzante. Ningún comunicado oficial del presidente, ningún ministro en la ceremonia de Oslo, apenas una embajadora como representación de facto. Más que perfil bajo, España ha optado por un perfil subterráneo.
Es difícil encontrar un precedente reciente donde el Ejecutivo español haya esquivado con tanta diligencia el reconocimiento a una figura que encarna la lucha pacífica por la libertad frente a la represión estatal.
El contraste es humillante. Mientras que presidentes latinoamericanos de distintas filiaciones (desde Javier Milei hasta Daniel Noboa) asistieron personalmente a la ceremonia en Noruega para respaldar a Machado, Pedro Sánchez optó por la invisibilidad.
Esto no es neutralidad diplomática. Es complicidad por la vía del silencio. Y no precisamente con la democracia y la libertad de los venezolanos, sino más bien con aquellos que la niegan.
Las explicaciones oficiales del Gobierno resaltan por su inconsistencia. Sánchez dice que nunca se pronuncia sobre los Premios Nobel. Pero la hemeroteca contradice esta afirmación: ha felicitado públicamente a otros ganadores, desde Malala Yousafzai hasta Juan Manuel Santos.
La excepción, pues, es reveladora. ¿Por qué María Corina Machado merece el tratamiento del silencio mientras otros líderes por la paz reciben su reconocimiento?
Evidentemente, por los ya conocidos vínculos del PSOE con el socialismo latinoamericano.
La respuesta debe buscarse por tanto en la estrategia geopolítica de Sánchez en América Latina.
El presidente ha apostado por liderar una Internacional Socialista que abraza al populismo latinoamericano (y, como consecuencia de ello, a China y otros enemigos de las democracias liberales), particularmente a través de su acercamiento a Morena, el partido gobernante en México.
Esta apuesta ha generado acusaciones graves. Sofía Carvajal, líder del PRI mexicano, ha denunciado que Sánchez ha dado cabida en la Internacional Socialista a "partidos ligados al narcotráfico" y ha solicitado una auditoría por posible lavado de dinero sucio.
Aunque estas acusaciones requieren verificación judicial y no constituyen hechos probados, su sola existencia revela la toxicidad de las alianzas que el Gobierno español está tejiendo.
El dilema es evidente. Reconocer públicamente a Machado como símbolo de la lucha democrática es incompatible con una estrategia que busca integrar en la izquierda internacional a gobiernos vinculados al eje bolivariano y dictatorial que sostiene a Nicolás Maduro.
Celebrar a la opositora venezolana sería, por tanto, socavar la legitimidad de los socios que Sánchez ha elegido cultivar en América Latina.
Pero hay un coste político e histórico por esta elección. España, como democracia europea consolidada, debería ser un referente inequívoco de apoyo a la transición democrática en Venezuela.
En su lugar, ha optado por un perfil que la oposición española (con razón) ha calificado de "vergonzoso".
El Partido Popular ha anunciado una declaración institucional en el Congreso para forzar a todos los grupos a posicionarse. Vox ha atacado la actitud cobarde del Gobierno. Incluso dentro del PSOE, figuras como Emiliano García-Page se han atrevido a romper filas y felicitar públicamente a Machado.
El mensaje que envía España es claro. La defensa de la democracia es negociable si entra en conflicto con los intereses, no ya de nuestro país, sino del PSOE de Pedro Sánchez.
Es un mensaje que debilitará la credibilidad española ante los gobiernos democráticos y que cubre de sombras, algunas de muy difícil explicación, a Sánchez.
María Corina Machado ha ganado el Nobel porque ha demostrado una valentía extraordinaria frente a la represión. Esa valentía merece reconocimiento institucional, especialmente de gobiernos que se proclaman demócratas. El silencio de Sánchez confirma su deserción de los principios democráticos que debería defender un presidente del Gobierno español.
Los españoles merecen saber por qué su Gobierno ha elegido estar del lado equivocado de la historia en este momento crucial para Venezuela.