El bombardeo este fin de semana de tres instalaciones nucleares iraníes, Fordow, Natanz e Isfahán, por parte de bombarderos B-2 americanos, en una operación militar sin precedentes en la historia reciente de la región, alterará sin duda los equilibrios geopolíticos en la región durante los años venideros.

El presidente Donald Trump, desde la Casa Blanca y a través de sus redes sociales, anunció el éxito de la misión y la destrucción de las capacidades de enriquecimiento de uranio de Irán, amenazando con nuevos ataques si Teherán no acepta la paz.

El ataque fue ejecutado con bombarderos B-2 y bombas antibunker de precisión que sólo posee Estados Unidos. Según fuentes oficiales, no hubo bajas civiles iraníes, aunque el alcance real de los daños aún está por confirmar.

Este bombardeo no es un hecho aislado, sino el último episodio de una escalada bélica que comenzó el 13 de junio con un ataque israelí masivo contra Irán, conocido como Operación León Naciente, y la subsiguiente respuesta de Teherán con misiles y drones sobre territorio israelí.

Pero el conflicto entre Israel e Irán no empezó en junio. Irán lleva atacando a Israel, mediante sus proxies en la región (Hamás, Hezbolá y los hutíes), desde hace décadas. Y el desarrollo de armas nucleares por parte del régimen de los ayatolás es considerado por Israel, con argumentos nada desdeñables, una amenaza existencial.

El objetivo declarado de Israel ha sido, por tanto, el de frenar el programa nuclear iraní, mientras Irán, que a diferencia de Israel ha lanzado sus misiles sobre vecindarios y hospitales civiles israelíes, insiste de forma poco creíble en que su programa nuclear es pacífico.

Un ataque "indignante"

La respuesta del régimen iraní al bombardeo estadounidense no se ha hecho esperar. El ministro de Exteriores, Abbas Araghchi, ha calificado el ataque estadounidense de “indignante” y ha advertido que las consecuencias serán “duraderas”.

Teherán ha prometido responder según su derecho a la legítima defensa y ha convocado una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU para condenar la agresión.

Además, el Parlamento iraní ha aprobado el cierre del estrecho de Ormuz, una medida que, de materializarse, podría desestabilizar el mercado energético mundial, ya que por ese paso fluye el 20% del petróleo y gas que consume el planeta. La principal economía afectada por esa medida será, sin embargo, la china, una aliada de Irán.

Mientras tanto, en Washington, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, compareció en el Pentágono para defender la operación, asegurando que el programa nuclear iraní ha sido “devastado” y que el ataque fue “concentrado y potente”.

Hegseth insistió en que Estados Unidos no busca la guerra, pero advirtió que actuará con “rapidez y decisión” si ve amenazados sus intereses o los de sus aliados.

Un régimen "peligroso"

Por su parte, el gobierno israelí ha celebrado el ataque estadounidense. El primer ministro Benjamin Netanyahu lo ha calificado de “histórico” y ha agradecido a Trump su liderazgo, afirmando que el presidente estadounidense “actuó para negar al régimen más peligroso del mundo las armas más peligrosas del mundo”.

Israel, que lleva años presionando para que la comunidad internacional actúe contra el programa nuclear iraní, ve en este ataque una validación de su estrategia y una muestra de la fortaleza de su alianza con Washington.

La reacción en el resto de la región ha sido mucho más ambivalente, e incluso hostil. Varios países árabes, como Irak y Arabia Saudí, han condenado la operación estadounidense y la han calificado de “grave amenaza” para la seguridad regional, insistiendo en que la diplomacia debe prevalecer sobre la fuerza.

Los aliados de Irán, como los hutíes en Yemen, han amenazado con reanudar ataques contra intereses estadounidenses en el Mar Rojo.

Además, la decisión de Trump de actuar sin consultar previamente a sus aliados europeos ha generado malestar en la Unión Europea, que reclama contención y diálogo, y ha dejado a la OTAN en una posición incómoda, observando con preocupación una escalada que puede arrastrar a la Alianza a un conflicto de consecuencias imprevisibles.

Debate en EE. UU.

La decisión de Trump de atacar Irán ha generado también un intenso debate en Estados Unidos y en el seno de la comunidad internacional. El presidente no informó previamente a sus aliados europeos ni consultó al Congreso de los Estados Unidos antes de ordenar la operación.

Esta falta de transparencia, que buscaba evitar filtraciones al régimen iraní, ha sido criticada tanto por legisladores demócratas como por algunos republicanos, que consideran que el Congreso debe autorizar cualquier uso significativo de la fuerza militar, tal como establece la Constitución.

La Constitución americana otorga al Congreso el poder exclusivo de declarar la guerra, aunque los presidentes estadounidenses han justificado intervenciones militares en el pasado recurriendo a su autoridad como comandante en jefe.

El ataque estadounidense contra las instalaciones nucleares iraníes es sin duda alguna una decisión temeraria, que ha elevado la tensión en Oriente Próximo y ha puesto al mundo al borde de una nueva crisis global.

Sin embargo, lo verdaderamente importante no es tanto la temeridad de la acción, como su eficacia. ¿Ha logrado Estados Unidos destruir o dañar gravemente el programa nuclear iraní, que era el verdadero peligro que se pretendía abortar?

El secretario de Defensa americano asegura que sí. Pero la respuesta de Irán y la evolución de los acontecimientos en los próximos días dirán si esta operación ha sido un éxito estratégico o un error histórico.