Ayer martes tuvieron lugar dos hechos relevantes de consecuencias imprevisibles para las elecciones vascas.

Imanol Pradales fue atacado a la salida de un mitin en Barakaldo por un desconocido que le roció la cara con spray de pimienta, aunque la escasa gravedad del ataque le permitió recibir el alta y asistir al debate electoral de EiTB.

Siendo lamentable este episodio violento, que al parecer carece de motivaciones políticas, supone un cierto alivio que, al menos, las campañas electorales vascas no acaben como solían en la época en la que ETA estaba activa: con atentados sangrientos como el de Isaías Carrasco, asesinado por la banda terrorista el 7 de marzo de 2008, sólo 48 horas antes de unas elecciones generales.

Más repercusión tendrá sin duda la negativa de Pello Otxandiano, el candidato a lehendakari de EH Bildu, a calificar a ETA de grupo terrorista durante una entrevista con la cadena SER.

Una negativa que ha provocado la presuntamente sincera caída del caballo del PSOE sobre lo que representa su socio EH Bildu.

Definitivamente, ni los aberzales ni el resto de la izquierda española podrán ya alegar un ánimo tergiversador por parte de la prensa y los políticos de la 'fachosfera'. Porque el candidato de EH Bildu gozó de una nueva oportunidad de condenar sin ambages la filiación etarra de su partido, y se negó a hacerlo.

En su lugar, Otxandiano respondió con un sonrojante titubeo que "ETA fue un grupo armado". Luego se enredó en un circunloquio de una mezquina equidistancia nominalista sobre las "denominaciones diversas" y los "puntos de vista" acerca de la violencia de ETA. ¿Qué "puntos de vista" son esos?

La reticencia de Otxandiano a condenar los crímenes de la banda terrorista transparenta una calculada cautela para no soliviantar a quienes en su electorado sigan teniendo una opinión favorable de la "lucha armada" en el País Vasco.

Y por eso no le falta razón a Eneko Andueza cuando repudia las palabras del candidato de Bildu y le acusa de "bajeza moral" y de ser "un absoluto cobarde".

No hubo novedades ayer en el debate electoral celebrado en EITB. Pradales diferenció entre EH Bildu y Sortu, al que acusó de "no haber aprobado la asignatura ética", y Andueza, el candidato del PSE, repitió una y otra vez que su partido no hará lehendakari al candidato de los radicales vascos. "Si Bildu gana las elecciones yo lo que voy a hacer es llamar al PNV y PSE y presentarles un proyecto de país", respondió Otxandiano. ETA apareció menos en el debate de lo que podría haber sido previsible. 

Lo que no se entiende entonces es que hasta hoy, a cuatro días del 21-A, el Gobierno no haya endurecido su discurso contra la formación con la que ya ha rubricado numerosos acuerdos en el Congreso de los Diputados y en otros lugares.

Y, sobre todo, no se explica cómo, si la Moncloa considera que el "negacionismo con la historia" de EH Bildu "es un desprecio a las víctimas", no cesa de inmediato su sociedad con los abertzales. Una sociedad que permitió la investidura de Pedro Sánchez.

Lo mismo cabría decir del pacto entre el PSOE y EH Bildu para entregarle a los de Arnaldo Otegi la alcaldía de Pamplona.

Si, según Andueza, "no se puede permitir que esta gente gobierne" en el País Vasco, ¿por qué eso no resulta aplicable a Navarra? ¿Por qué no se le exigió también entonces a EH Bildu condenar el terrorismo de ETA como condición para apoyar su moción de censura? ¿Por qué los ciudadanos de Pamplona merecen menos consideración que los del País Vasco? 

Los socialistas pretenden mostrarse ahora como "el dique de contención contra el independentismo". Un propósito de cordón sanitario que llega muy tarde. Pocos han hecho tanto como Pedro Sánchez para convertir la legalización de la izquierda radical vasca en una homologación plena de EH Bildu.

En repetidas ocasiones, el PSOE le ha concedido una vitola de legitimidad a los testaferros de ETA. De ellos han dicho que "han hecho más por España y los españoles que los patrioteros de pulsera", que no hay "ningún problema por pactar con una fuerza progresista", o que "con Bildu mejoramos la vida de los españoles".

El repentino arrebato de dignidad del PSOE, negándose a "pasar página" en Euskadi con la violencia etarra, contrasta con el reciente hartazgo que expresó Patxi López al sancionar que "se pasee el fantasma de ETA".

Ahora que ya no caben dudas de que, lejos de ser un fantasma, el pasado terrorista de Bildu permanece muy vivo en sus cuadros actuales, el PSOE lo va a tener muy complicado para convencer a sus votantes de la sinceridad de sus condenas.