Dos cambios inesperados y sorpresivos han trastocado por completo el escenario de la política vasca. Después de una filtración en prensa, el PNV confirmó que Iñigo Urkullu no será el candidato de los jeltzales en las elecciones autonómicas previstas para el próximo marzo. Y sólo 48 horas después ha trascendido que Arnaldo Otegi confirmará hoy su renuncia a encabezar las listas de EH Bildu a la Lehendakaritza.

Este terremoto político, en realidad, está más cerca de un trampantojo para jugar a una renovación que no es realmente tal. Porque los dirigentes de ambas formaciones, Andoni Ortuzar y Otegi, seguirán al frente de las jefaturas de sus respectivos partidos. Y serán por tanto los que seguirán moviendo los hilos.

Los cambios en las candidaturas son más bien cosméticos, por lo que puede decirse que antes que traer caras nuevas, las sustituciones suponen más bien un lavado de cara, especialmente en el caso de Bildu.

El continuismo en la opción del PNV se evidencia en su recurso a la cantera, para designar a Imanol Pradales, diputado foral, delfín del presidente del PNV y exalumno de Urkullu. En un acto del partido este domingo en Sukarrieta, en el que se ha escenificado un abrazo entre el lehendakari y su sucesor, Ortuzar ha planteado el reemplazo como un "relevo generacional" de los líderes que han estado al frente del partido durante los últimos quince años, que en su mayoría superan la sesentena.

Pero este intento de simbolizar una transición pacífica de liderazgos no basta para eclipsar las evidentes tensiones internas entre gobierno y partido que han aflorado en los últimos meses en la bicefalia característica del PNV.

Cabe recordar que Urkullu, más cercano a Feijóo que a Sánchez, había mostrado sus dudas sobre la decisión de apoyar la investidura del candidato socialista. Las diferentes posturas sobre la forma de plantear la relación con el PSOE generaron alguna desavenencia entre Ajuria Enea y Sabin Etxea, lo que alentó hasta el último momento las esperanzas de Feijóo de ser investido gracias al nacionalismo moderado.

Pero acabó prevaleciendo el criterio de Sabin Etxea, fiando el futuro del PNV al PSOE con la vista puesta en una eventual victoria en las elecciones vascas que requiriese del apoyo de los socialistas para revalidar el gobierno autonómico.

El relevo de Urkullu sólo puede ser leído como una reafirmación de Ortuzar en la vía de la confrontación en el eje territorial y no en el ideológico, aunque esto suponga la integración junto a su competidor directo en la "mayoría progresista", en la que se han ido desdibujando en beneficio de un Bildu aupado como socio preferente de Sánchez.

Resulta irónico que el presidente del PNV haya asegurado este domingo que quieren volver a poner el foco en Euskadi. Porque estos movimientos no son separables del contexto político nacional, un momento no apto para figuras contenidas y conciliadoras como Urkullu.

Sobre todo, la elección de Pradales se plantea como un revulsivo para reflotar los pobres resultados del PNV en las dos últimas citas electorales. El 28-M Bildu le aventajó en concejales, y en las generales le igualó en escaños. Y según el último sondeo de SocioMétrica para EL ESPAÑOL, el PNV caería a los cuatro escaños de repetirse las elecciones, mientras que Bildu casi le doblaría en intención de voto y subiría a 7 diputados.

Los jeltzales están inquietos ante la perspectiva de un sorpasso de los abertzales que pudiera traducirse también en la victoria en la Lehendakaritza. Aunque no resulta fácil de explicar la arriesgada apuesta del PNV, que ha preferido apear al político mejor valorado por los vascos, su gran activo electoral y responsable de una gestión aplaudida de doce años al frente del gobierno autonómico.

Aunque igual de sorprendente, no resulta tan incomprensible el paso a un lado de Otegi. La opción más sensata parecía repetir la fórmula de los últimos comicios vascos y mantener también la bicefalia en Bildu. 

Porque podría pasarle factura a los abertzales que su candidatura estuviera encabezada por una figura tan ligada al pasado terrorista de la formación, que no pudo presentarse a las últimas convocatorias por estar preso o inhabilitado por su pertenencia a ETA.

Tampoco está exento de riesgos el reemplazo de Otegi, líder lamentablemente carismático entre sus votantes tradicionales. Pero no parece el mejor rostro para simbolizar el cambio de estrategia que ha dado Bildu en los últimos años. De ahí que haya preferido privilegiar a perfiles nuevos, libres de cargas heredadas e incorporados a la política vasca después del fin del terrorismo.

En esta renovación de la política vasca con vistas a los comicios del próximo año jugarán un papel relevante el PSE-EE del también debutante Eneko Andueza, después de los buenos resultados cosechados por las socialistas en las municipales y forales y en las generales. Y el nuevo candidato del PP, Javier de Andrés, con buenas expectativas de mejorar su marca en el País Vasco, pescando en el caladero de un PNV al que Feijóo ha intentado mostrar desde su investidura fallida como abandonado a la radicalización izquierdista bajo el bloque de Sánchez.

A la espera del anuncio del candidato de un Podemos residual, podría darse la circunstancia de que en los próximos comicios vascos no repitiera ninguno de los candidatos de las elecciones de 2020.