La caída por tercer día consecutivo del Deutsche Bank hizo ayer que algunos analistas alertaran del riesgo de una crisis similar a la de 2008. El desplome, que en algún momento llegó a rozar el 15%, arrastró al resto del sector financiero, con caídas de casi el 5% del Stoxx 600 Banks, que cerró el día cediendo un 3,2%. 

Como explica hoy EL ESPAÑOL, la crisis ha provocado ya pérdidas de 26.000 millones en bolsa para los bancos españoles desde la quiebra, el 10 de marzo, del Silicon Valley Bank y el Signature Bank estadounidenses. Y eso a pesar de que la salud de la banca española es buena y de que las circunstancias de los bancos afectados (los tres antes mencionados más Credit Suisse) no son las del sector financiero español. 

No fueron pocos los analistas del sector financiero que llamaron ayer la atención sobre el contraste entre el comportamiento de Mario Draghi en verano de 2012, cuando este cortó de raíz la crisis de deuda soberana en la Eurozona con la frase "el Banco Central Europeo está preparado para hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro y, créanme, será suficiente", y la más timorata llamada a la calma de Christine Lagarde, actual presidenta de la entidad: "La caja de herramientas del BCE está completamente equipada para proporcionar liquidez al sistema financiero si es necesario".

El optimismo de Lagarde se basa en la convicción de que las reformas regulatorias adoptadas tras la crisis de 2008 serán suficientes para esquivar la crisis. 

Pero el problema para Lagarde y los bancos europeos es que las crisis financieras dependen de algo tan vaporoso como es la confianza. Y ni siquiera el banco más sólido del planeta podría resistir una retirada masiva de sus depósitos provocada por una pérdida de confianza de sus clientes, por más injustificada que fuera esta. 

Otros analistas han señalado, en cambio, que una intervención demasiado enfática podría ser, en determinadas circunstancias, tan o más peligrosa que el de la infravaloración del peligro. Y de ahí las críticas a Olaf Scholz, el canciller alemán, que ha defendido públicamente su "confianza" en la solidez y la rentabilidad del Deutsche Bank, alimentando las sospechas de que su caída podría ser más grave de lo que parece. 

Pero lo cierto es que los analistas no han detectado una retirada significativa de depósitos que lleven a pensar que la quiebra del Deutsche Bank, ciertamente un banco sistémico de los que merecen con todos los honores el calificativo de too big to fail ("demasiado grande para caer"), es posible a corto o medio plazo. 

El principal riesgo sigue siendo el de que la alarma sobre la posibilidad de una crisis como la generada por la caída de Lehman Brothers en 2008 acabe convirtiéndose en una profecía autocumplida. Es decir, que la crisis se haga real a pesar de la solidez del sistema bancario europeo, mucho más regulado además que el americano. 

Y no existen razones para la alarma porque las caídas en distintos grados de los cuatro bancos mencionados se deben a motivos muy concretos no extrapolables a otras entidades. Las medidas de control adoptadas hace una década han funcionado y los criterios con los que se opera en el mercado de la UE se han endurecido, desincentivando el aventurerismo y limitando al mínimo los casos de mala gestión. 

Por supuesto, la posibilidad de que el efecto dominó acabe arrastrando a más bancos sigue ahí y sería irresponsable desestimarla de plano. Pero nada hace pensar que los vaticinios sobre una crisis financiera generalizada sean hoy más que el relato interesado de determinados agentes económicos con mucho a ganar en una crisis como la de 2008.

Las garantías prometidas por el BCE son, además, la confirmación de que ningún banco europeo será abandonado a su suerte. Mucho menos el Deutsche Bank, el mayor banco alemán. Los rumores sobre la muerte del sector financiero europeo han sido, como dijo Mark Twain tras la publicación de su obituario en el New York Journal, exageradas.