Francia vivió ayer la primera de las grandes protestas nacionales previstas contra la reforma de las pensiones con la que Emmanuel Macron pretende aumentar hasta los 64 años la edad de jubilación de los franceses, que ahora está establecida en los 62. 

La convocatoria de huelga general, que ha contado con el apoyo de todos los partidos desde la izquierda hasta la extrema derecha de Marine Le Pen, de todos los sindicatos y de las más importantes asociaciones civiles francesas, ha culminado con una manifestación en París que ha reunido a un millón de ciudadanos. 

Pero el éxito de la huelga, que ha paralizado una buena parte del país y obtenido un apoyo del 70%, no ha hecho retroceder a un Macron que parece decidido a alargar dos años la vida laboral de los franceses para evitar la quiebra del sistema de pensiones. 

El problema no es sólo francés. España lleva demasiados años parcheando el sistema de pensiones con remedios coyunturales sin afrontar una reforma que garantice su sostenibilidad.

Las evidencias son incontestables. La población española está envejeciendo a pasos acelerados. No nacen en España los niños necesarios para asegurar el futuro del sistema. Y España es uno de los cuatro países del mundo con mayor esperanza de vida (83,6 años), sólo tras Japón (84,4) y Suiza (83,8), y empatado con Singapur (83,6).  

En 1971, la esperanza de vida en España era de 71,6 años y la edad efectiva de jubilación, de 69 años. En 2000, hace 23 años, la edad de jubilación efectiva había bajado hasta los 62 años y la esperanza de vida, aumentado hasta los 79,34.

Dicho de otra manera. En apenas 30 años pasamos de un periodo de jubilación de poco más de dos años y medio a uno de más de 17.

En 2022, la edad media efectiva de jubilación en España se situó en los 64,8 años. Con la esperanza de vida en los mencionados 83,6 años, el periodo de jubilación se alarga hoy hasta los 18,8 años. 

Frente a esa realidad, para cuyo análisis no hacen falta grandes conocimientos de economía, los sindicatos españoles se han atrincherado en la idea de que las pensiones deben seguir subiendo en España porque estas no son lo suficientemente elevadas. Lo decía Pepe Álvarez, líder de UGT, en una reciente entrevista en EL ESPAÑOL: "España no necesita recortar las pensiones porque gastamos poco en ellas". 

La noticia de que el FMI ha instado a Pedro Sánchez a cuadrar la reforma de las pensiones subiendo las cotizaciones sociales es un nuevo síntoma de un problema que no se solucionará desde luego elevando la presión sobre unas empresas y unos trabajadores que, en España, ya dedican más de la mitad de su tiempo a trabajar para el Estado (en 2023, el día de liberación fiscal no llegará hasta el 29 de julio).

Al fondo de las protestas en Francia y de las tesis que defienden los sindicatos en España, y a las que PP y PSOE no se enfrentan por evidentes intereses electorales, late una profunda insolidaridad con las generaciones más jóvenes, que son las que están viendo su futuro hipotecado en el altar de un imposible: el de la idea de que las pensiones pueden seguir incrementándose de forma indefinida a niveles muy similares al de los salarios que percibía el pensionista durante la etapa final de su vida laboral. 

Una Europa de jubilados a los 62 años es inviable. Ninguna economía nacional, por muy potente que sea, y por muy asfixiante que sea su fiscalidad, puede sostener una masa inmensa y creciente de jubilados con pensiones que se apoyan en el trabajo de apenas un 33% de la población, la que trabaja por cuenta ajena, y con el 66% restante dependiendo en una u otra medida de su productividad

Hará bien Macron plantándose frente a las protestas. En primer lugar, por la propia conveniencia de la economía francesa. En segundo lugar, porque nada contribuiría más a promover exigencias similares en el resto de países europeos que una cesión del presidente francés que prolongara la fantasía de que las pensiones de una población cada vez más envejecida y longeva son sostenibles sin el sacrificio de las generaciones más jóvenes. Alguien tiene que empezar a hablarle a los europeos como adultos.