Los extractos filtrados de la autobiografía del príncipe Harry de Inglaterra, de próxima aparición en España con el título de En la sombra, están generando una honda conmoción en Reino Unido.

El tono deshumanizador e irrespetuoso con el que se refiere, en uno de esos pasajes, a los 25 talibanes que asegura haber liquidado mientras prestaba servicio militar en Afganistán ha causado un gran revuelo entre el ejército británico. Algunos de sus miembros afean al duque de Sussex el airear detalles sensibles que comprometen su propia seguridad y la de las fuerzas armadas.

El libro recoge un detallado anecdotario familiar que incluye la denuncia de una agresión física por parte de su hermano Guillermo, su "archienemigo", así como intimidades sobre la conflictiva y distante relación con su padre, el rey Carlos III.

La Familia Real británica se enfrenta ahora a la disyuntiva de responder a las alegaciones de Harry ofreciendo su propia versión, y entrar así en un lance cainita muy apetitoso para los tabloides, o permanecer en silencio para no abundar en el escándalo. Si bien eso implicaría renunciar a defenderse de unas imputaciones que pueden acarrear un importante menoscabo en la reputación de la monarquía a ojos de muchos británicos.

En cualquier caso, el daño a la familia Windsor, un clan que parece empeñado en autodestruirse, ya está hecho. Al fin y al cabo, este libro viene precedido de las críticas vertidas sobre el asfixiante ambiente doméstico del palacio de Buckingham que siguieron a la salida de la Familia Real de Harry y su mujer, Meghan Markle, con rumbo a Estados Unidos. Unos dardos contra la institución de la que formaran parte que el matrimonio ha seguido lanzando en varias entrevistas y en su reciente docuserie de Netflix, Harry & Meghan.

Resulta difícil esclarecer qué parte del testimonio de Harry responde a un sincero señalamiento de actitudes retrógradas en una institución con indudables lacras antediluvianas, y qué porción hay de rentable victimismo.

La manera en la que narra cómo él y su esposa "huimos de allí, temiendo por nuestra salud mental e integridad física" invita a pensar que estamos ante la representación de un melodrama cuyo protagonista sería el heredero de repuesto (eso significa el título de las memorias en inglés, Spare) que siempre estuvo a la sombra de su hermano. Y a quien las carencias afectivas propiciadas por un padre ausente habrían echado en manos de una amantísima madre de cuya pérdida el duque de Sussex fue incapaz de reponerse. Unos traumas sin cicatrizar que explicarían, a su vez, su indisciplinado repudio de las opresivas costumbres de los Windsor.

Poniendo esta crisis en perspectiva, no hay que olvidar que anteriormente ya habían trascendido las turbulencias que afectaron a la por lo demás hermética vida familiar de Buckingham. La confesión televisada de la malograda lady Di sobre la infidelidad de su marido, así como las revelaciones del entonces príncipe Carlos sobre la frialdad de sus propios padres, ya sacudieron a la monarquía antes que Harry.

Así como la monarquía es capaz de aportar robustez a la nación, ella misma es susceptible de una gran vulnerabilidad. Porque tiene la particularidad de que en ella confluyen institución y familia. Y la Real está sometida a los mismos avatares que cualquier otra prole.

Por eso, la realeza británica se enfrenta a un desafío mayúsculo para los próximos años. Desavenencias que habrían pasado desapercibidas en una época sin este nivel de transparencia informativa y de frenesí comunicativo hoy pueden amenazar la supervivencia misma de la corona. Los Windsor, en definitiva, están pagando el precio de una sobreexposición mediática que, por otro lado, les convirtió en auténticos fetiches de la cultura pop.

Una magistratura fundada sobre el artificio ceremonial de la representación de la nación y de su continuidad histórica encaja con dificultades en la era digital de la información y los paparazzi. Porque los tiempos del hiperescrutinio dificultan la simbolización de la ejemplaridad que se le presupone a la Familia Real y que es la base de su legitimidad.

Enterrada la época de la estabilidad isabelina, Carlos III, que afrontará su coronación el próximo mayo, ya no podrá contar con el bastión que salvaguardaba la integridad de la corona inglesa. Es por tanto incierto que vaya a ser capaz de arreglárselas para equilibrar las exigencias de una sociedad moderna con la idiosincrasia de una institución tradicional como la monarquía.