Si la llegada de Juan Manuel Moreno a la presidencia de la Junta tras las elecciones de diciembre de 2018 supuso el principio del fin de una era, la de los 40 años de la Andalucía socialista, la entrada en prisión de todos los condenados por el caso ERE (salvo José Antonio Griñán y otros dos altos cargos), ha supuesto el fin del principio de una nueva. La de una Andalucía de centroderecha que aspira a ocupar el hueco que deja una Cataluña en pleno declive político y económico como motor de la locomotora española. 

Los médicos forenses deben determinar ahora si los cánceres que padecen Griñán y el exviceconsejero de Empleo Agustín Barberá son compatibles con su entrada en prisión. El último de los condenados que todavía no ha entrado en la cárcel, el ex director general de Trabajo Juan Márquez, cuya condena fue rebajada por el Tribunal Supremo a tres años, se encuentra a la espera de que el Gobierno resuelva su solicitud de indulto. 

Independientemente de cómo se resuelvan estos tres últimos casos, el simbolismo de final de una época salta a los ojos. Sobre todo a la vista de que el PSOE, liderado ahora por Juan Espadas, no parece haber encontrado todavía la fórmula para confrontar con un presidente de la Junta que le ha arrebatado al socialismo buena parte de sus banderas históricas, incluida la del andalucismo. Y ahí están los sondeos electorales, por no hablar de los resultados de las elecciones del pasado junio, para confirmarlo. 

Está por ver, en resumen, si Espadas será capaz de arrancarle a su nuevo PSOE la etiqueta de partido asociado a una corrupción mucho menos filantrópica de lo que algunos líderes socialistas pretenden todavía hoy.

Más aún si tenemos en cuenta que los populares han asumido ya la evidencia de que desmontar la red clientelar construida por el PSOE a lo largo de 40 años no puede hacerse de forma súbita, lo que deja al socialismo sin uno de sus principales argumentos electorales: el presunto abandono por la derecha de las clases medias y trabajadoras.

La buena noticia para el PSOE es que la entrada en prisión de prácticamente todos sus condenados por el caso de los ERE permite alejar de sus actuales líderes la mancha de la corrupción y presentarse como una nueva generación de políticos dispuestos a hacer las cosas de manera diferente. No es Juan Manuel Moreno el rival al que probablemente preferiría enfrentarse el PSOE andaluz mientras lleva a cabo esta tarea, pero es aquel con el que le ha tocado lidiar a un socialismo que paga hoy por sus errores del pasado. 

Rema también a favor del PSOE andaluz la desestructuración de la izquierda radical andaluza, en parte por errores propios y en buena parte, también, como consecuencia de la batalla entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz por el puesto de líder del espacio a la izquierda de un PSOE que, con Pedro Sánchez, se ha escorado tanto que resulta ya más atractivo a ojos del votante de Podemos que a los de los propios votantes socialistas. 

La entrada en prisión de los políticos del PSOE condenados demuestra, finalmente, que la aplicación de la ley y el castigo de los corruptos no es una anomalía institucional ni la prueba de una intolerable judicialización de la política, sino una señal de que las instituciones funcionan en el sentido requerido por una democracia liberal.

El PSOE debe decidir ahora si entierra un pasado que murió ayer o si prefiere anclarse en él ante la dificultad de la tarea que tiene por delante. La de recuperar la confianza de unos andaluces que han perdido, 40 años después, el miedo a la derecha