El Kremlin formalizó el viernes la anexión ilegal de las cuatro regiones ocupadas en Ucrania, después de la celebración de unos pseudoreferendos contrarios al derecho internacional y que ni siquiera sus aliados internacionales reconocen. 

En un multitudinario acto propagandístico en la Plaza Roja de Moscú, Vladímir Putin aseguró que estos territorios "serían rusos para siempre". Su ridículo ha sido mayúsculo: sólo un día después de la anexión de las provincias, una de las ciudades pertenecientes a esas regiones, Limán, ya ha sido recuperada por los ucranianos.

El interés de la reconquista de Limán va más allá de su evidente valor estratégico, que abre la puerta al Donbás ucraniano. Es su impacto psicológico, como símbolo de una nueva humillación de Putin en suelo ucraniano, el que puede dar un nuevo vuelco a la guerra.

En un gran despliegue escenográfico, que incluyó una marea de banderas tricolor, enormes pantallas y música pop en directo, el presidente ruso pronunció un colérico discurso para celebrar la incorporación de territorios que Rusia ni siquiera controla en su totalidad.

Un acto de vulgar propaganda que responde a la necesidad de insuflar aire a un relato grandilocuente cuyo poder de convicción pierde fuerza con cada revés de las tropas rusas en Ucrania.

La escalada intimidatoria que Putin viene impulsando en las últimas semanas no es sólo militar, sino también retórica. El autócrata sigue abonando su discurso antioccidental y su feroz chovinismo, planteando a Rusia como reserva espiritual de unos valores que el hipócrita, decadente e imperialista occidente querría destruir.

Pero lo cierto es que Putin ha convertido a su país, con sus ensoñaciones zaristas, en un paria internacional que ni siquiera es capaz de proveer económicamente para sus ciudadanos.

Además, la audiencia de su discurso vive una situación bien diferente a la de hace ocho años, cuando la anexión de Crimea marcó el inicio oficioso del programa expansionista del putinismo. Y cuya efeméride de "reunificación" fue celebrada por Putin el pasado 18 de marzo con una estética similar a la del viernes.

Porque esta vez, estas quebradizas adhesiones territoriales, como ha sucedido con Limán, lejos de reforzar su liderazgo sólo servirán para dejarle en ridículo a ojos de los suyos y de la comunidad internacional cuando Rusia se muestre incapaz de conservarlas.

Además, Rusia es hoy un país atenazado por la inquietud, la tensión y la incertidumbre. El malestar causado por la desastrosa movilización, que obligará a retrasar los reclutamientos un mes, difícilmente podrá aplacarse con conmemoraciones triunfalistas.

Formalizar el control sobre el Donbás, Zaporiyia y Jersón constituye un recurso desesperado del Kremlin para intentar maquillar sus fracasos militares, intentando ganar en los despachos lo que no está consiguiendo ganar en el frente. Y una ficción con la que poder vender domésticamente un mínimo trofeo en una guerra que cada vez más rusos ven como absurda.

Pero las anexiones también responden a una coartada con la que Moscú pretende legitimarse con vistas a una eventual activación de la cláusula por la que la Federación Rusa, para proteger su integridad territorial, puede emplear armamento nuclear.

Con el azuzamiento de la amenaza nuclear, Putin está poniendo a prueba hasta el extremo la lealtad de sus generales y sus apoyos políticos. Y también de una ciudadanía que, después de la escalada y de que la guerra esté, técnicamente, sucediendo dentro de sus 'nuevas fronteras', ya no puede seguir ignorando la realidad de la guerra.

Putin está contra las cuerdas. Y esto acerca más que nunca la posibilidad de un ataque nuclear, al tiempo que aleja el horizonte de la paz o de una salida negociada. 

Esta nueva fase en la que entra la guerra en Ucrania puede agravarse por la solicitud del presidente Zelensky para que Ucrania ingrese urgentemente en la OTAN. La Alianza, consciente de las imprevisibles y devastadoras consecuencias que la adhesión de Ucrania podría causar, ha sido muy cauta en su respuesta a la petición de Kiev.

Cuando los ucranianos están, literalmente, pisoteando la bandera rusa, la respuesta de un país dotado del mayor arsenal atómico del mundo y dirigido por un fanático iracundo y sin escrúpulos, entraña más peligro que nunca. Y más cuando el líder checheno Kadírov está presionando a Putin para recurrir a las armas nucleares tácticas.