El gobierno de Irán ha negado tener cualquier vínculo con Hadi Matar, el joven californiano de origen libanés que intentó matar el pasado viernes a Salman Rushdie. Sin embargo, el Ministerio de Exteriores iraní celebró tácitamente la tentativa de asesinato del escritor, al sostener que él mismo se lo había buscado por haber "insultado al sagrado islam".

Pero, aun si fuera cierto que Teherán no tuvo una responsabilidad directa en el ataque, no puede negar que Matar es un islamista radical y simpatizante de la Guardia Revolucionaria iraní. Y que el apuñalamiento de Rushdie no puede desvincularse de la amenaza de muerte que pesaba sobre el autor de Los versos satánicos desde hace 33 años, cuando el líder supremo de Irán, el ayatolá Jomeini, lanzó contra él una fatwa o condena a muerte.

Tan aborrecible es la impostura del gobierno iraní como su justificación del atentado y la criminalización de la víctima, que a punto estuvo de perder la vida. Estas intolerables declaraciones debieran convencer a la comunidad internacional de la imposibilidad de negociar ninguna cuestión en materia de política exterior con un régimen fundamentalista incompatible con los valores democráticos y liberales de Occidente.

El acuerdo nuclear

Al ataque a Rushdie se le suma la implicación de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica en un complot para asesinar a varios altos cargos de la Administración Trump, denunciada la semana pasada por el Departamento de Justicia de EEUU. Entre ellos, el ex-Consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, John Bolton, y el ex-Secretario de Estado, Mike Pompeo.

En este contexto, resulta difícil de entender que Estados Unidos, urgido por la Unión Europea, siga intentando desesperadamente negociar con Irán el acuerdo nuclear. Tan sólo una semana antes del atentado contra Rushdie se retomaban las negociaciones para volver al acuerdo original de 2015, que contemplaba levantar las sanciones económicas sobre el país a cambio de que este se comprometiese a una restricción y a una supervisión internacional de su programa nuclear.

Es razonable que EEUU quiera evitar a toda costa que uno de los principales promotores del terrorismo internacional se haga con armas nucleares. Así se explica la insistencia de la Administración Biden en enmendar la retirada de EEUU del acuerdo en 2018. Y más cuando la UE argumenta que reanudar las conversaciones de 2015 es "el mejor acuerdo posible" que puede alcanzarse ya si se quieren normalizar las relaciones con Irán. Y la última oportunidad para evitar una nueva amenaza nuclear.

Sin embargo, la campaña contra la proliferación de armas nucleares no puede pasar por alto todas las mefíticas actuaciones del régimen iraní. Resulta grotesco que justamente uno de los asesores de Teherán para las negociaciones nucleares declarase que "no derramaría una lágrima por un escritor [Rushdie] que escupe un odio y un desprecio infinitos por los musulmanes y el islam".

No levantar las sanciones

Irán, un país que se ha posicionado junto a Rusia y China en la alianza de las autocracias antioccidentales, se ha ganado a pulso ser un apestado en el orden internacional. Por eso, es un movimiento inteligente la conformación de un frente antiiraní como el que ha venido tejiendo Joe Biden con sus socios en la región, durante su reciente gira por Oriente Medio.

Junto a la promoción de un bloque contra el régimen de los ayatolás, otras acciones punitivas son necesarias para presionar a Irán y obstaculizar su acceso a armas nucleares. Por eso, lejos de ser momento para relajar las sanciones económicas, EEUU debería intensificarlas y seguir apretando a Teherán. Sanciones que, si no se levantan con las nuevas negociaciones, incluyen medidas como la prohibición de nuevos contratos, la revocación de licencias o la prohibición de transacciones con dólares.

No es fácil hacer balance entre la amenaza nuclear que supone dejar que Irán siga enriqueciendo uranio y los riesgos que entraña un acuerdo con un socio tan poco fiable como Teherán. 

Pero lo que sí está claro es que Biden no puede hacer concesiones a una dictadura yihadista que amenaza el orden internacional basado en reglas y en el respeto a los derechos humanos. Y tampoco puede perseguir un equilibrio imposible. Porque no es posible separar el programa nuclear iraní de la instigación por los ayatolás de actos terroristas en todo el mundo. Actos de los que Rushdie ha sido la última víctima.