El papa Francisco sigue empeñado en airear sus polémicas opiniones sobre la guerra en Ucrania. En una reciente entrevista para la revista de los jesuitas italianos La Civiltà Cattolica, el pontífice ha afirmado que la invasión rusa fue "tal vez, de alguna manera, provocada o no evitada". También ha defendido la infundada tesis de que el conflicto se explica por el interés comercial de la industria armamentística.

No deja de ser desconcertante que, después de haber puesto el foco en líderes populistas como Viktor Orbán, Marine Le Pen o Donald Trump, haya sido la cabeza de la Iglesia católica la que ha hecho las manifestaciones más complacientes con las tesis del Kremlin oídas en boca de un líder de masas internacional.

En una entrevista anterior en el Corriere della Sera, Francisco sugirió que "los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia" pudieron haber desencadenado la ira de Vladímir Putin.

De este modo, el papa hace suyo el argumentario de comunistas y ultraderechistas según el cual habría sido la expansión hacia las fronteras rusas de la Alianza Atlántica la que habría provocado que Rusia reaccionase a la defensiva invadiendo Ucrania.

Las declaraciones de Francisco no sólo son tremendamente desafortunadas, sino que abonan esas infantiles tesis antiamericanas que ven en la injustificable invasión de Putin un ejercicio de autodefensa ante la amenaza de una OTAN agresiva e imperialista.

No es de recibo, en fin, que la máxima autoridad espiritual de más de 1.300 millones de personas en todo el planeta dé pábulo a teorías de la conspiración que sólo abanderan ya los alineados con el Kremlin.

¿Ecuanimidad o equidistancia?

Alguien con la relevancia pública y la influencia social del papa debería ser más cauto a la hora de manifestar opiniones que invierten la carga de la prueba de una sangrienta guerra que aún se sigue cobrando vidas. Hablar de la voluntad de acercamiento de Ucrania a Europa y Occidente como de una "provocación" supone, de alguna forma, atribuirle a la víctima la culpa por haber sido agredido.

Es razonable que la Iglesia se haya posicionado desde el comienzo de la invasión rusa a favor de un alto el fuego, pidiendo el fin de la guerra. Pero ¿tiene sentido este llamado a "construir la paz" cuando Vladímir Putin no piensa cesar su campaña genocida hasta haber reducido Ucrania a cenizas?

También ha de elogiarse la firmeza con la que el papa desaprobó la bendición del patriarca de Moscú, Kirill, a la guerra en Ucrania. Francisco le recordó al líder ortodoxo que no podía "convertirse en el monaguillo de Putin".

Pero si el papa quiere ser consecuente con su condena de la instrumentalización religiosa de una invasión movida por aspiraciones nacionalistas e imperialistas, haría bien en mostrar su apoyo sin ambages a la causa ucraniana. De lo contrario, corre el riesgo de deslizarse desde la cabal ecuanimidad a la cruel equidistancia.

El pontífice no puede repetir episodios bochornosos de alineamientos indeseables, como cuando deslizó que los atentados yihadistas de Charlie Hebdo eran la respuesta a una provocación y a una extralimitación blasfema de la libertad de expresión.

Buscar la paz entre los hombres es uno de los principales objetivos del catolicismo. Pero también lo es la demanda de justicia. Y en este punto sería recomendable que Francisco hiciera caso de las palabras de su compañero de fe, el arzobispo Desmond Tutu: "Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor".