Difícilmente pudo imaginar Vladímir Putin que, tras tanta energía dedicada a la desestabilización de Europa, fuera a ser precisamente él quien vigorizara el proyecto europeo. Porque ha sido él, a fin de cuentas, quien ha propiciado la reconciliación de dos partes traumáticamente separadas, Londres y Bruselas, que parecían condenadas al más áspero de los divorcios.

La invitación enviada a la ministra británica de Exteriores, Liz Truss, para el próximo Consejo de Ministros de la Unión Europea (UE) está cargada de significado. Será la primera vez que Reino Unido participe en una reunión comunitaria tras el brexit.

Después de años de amargas negociaciones que ensombrecieron décadas de colaboración, Reino Unido se reencuentra con sus hermanos europeos por un asunto imperioso. La cruenta ocupación rusa de Ucrania y la amenaza declarada del Kremlin a Occidente, con una escalada que ha llevado a Moscú a mostrar al mundo su arsenal nuclear y su predisposición a emplearlo.

Putin pretendía fracturar la OTAN, que encaraba tiempos grises tras la humillante salida de Afganistán y las tensiones con Francia por la firma del pacto Aukus entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, pero ha causado el efecto contrario. Estados Unidos, Reino Unido y los europeos han reforzado su alianza para confrontar al enemigo común que impulsó originalmente la fundación de la OTAN.

Después de más de una década de intimidaciones y ciberataques, de estrategias de agitación interna que van desde la financiación de partidos euroescépticos a campañas de desinformación que cuestionan las virtudes de la democracia, los Veintisiete han evolucionado de unión económica a unión geoestratégica.

El mensaje que la UE lanza al mundo es la de una unión de naciones que han tomado la determinación de madurar, de reivindicar su lugar en un mundo cada vez más bipolar y de caminar hacia la federalización de la UE. Es decir, hacia los Estados Unidos de Europa.

Concordia, paz y libertad

Bruselas acaba de demostrar, una vez más, que es en los tiempos de crisis cuando actúa con mayor arrojo y contundencia. Las heridas económicas de la pandemia impulsaron el proceso de federalización de los Veintisiete y una apuesta sin precedentes por unos fondos de ayuda que robustecerán el proyecto común. 

La indefendible agresión militar de la Rusia imperial de Putin contra la pequeña Ucrania de Zelenski ha revitalizado el espíritu europeo. Un espíritu que anima a defender a los países del continente comprometidos con los valores liberales, sea cual sea su pasado, pertenezcan o no a la UE, y que condujo ayer a la aprobación de la entrada ilimitada de refugiados ucranianos en cualquier nación europea.

Lo saben bien Georgia y Moldavia, que han solicitado formalmente su adhesión a la UE acuciadas por el temor a ser las siguientes víctimas del ánimo imperialista de Putin. Las dos viejas repúblicas soviéticas están muy lejos de cumplir con los estándares que reclaman los Veintisiete para ingresar en el club. Pero, como Ucrania, deben recibir todo el apoyo de los europeos para agilizar el proceso y transitar hacia una Unión que vuelve a ser seductora para quienes temen el yugo del autoritarismo y temible para quienes solían menospreciar la presunta debilidad de las democracias.

El fortalecimiento de la Unión Europea está en marcha. Después de años de incógnitas sobre cuál sería el ingrediente necesario para acelerarla, los Veintisiete han dado con la respuesta. Ese ingrediente ha sido la amenaza de un autócrata capaz de recordar a los miembros qué les condujo en un primer momento a reunirse en un proyecto común de concordia, paz y libertad.