Como advertimos ayer mismo en EL ESPAÑOL, la pírrica victoria del PP en Castilla y León ha generado una situación endiablada que obligará a Pablo Casado a poner a prueba el que ha sido el eje de su política respecto a Vox desde la moción de censura a Pedro Sánchez hasta ahora: el del "no" a cualquier tipo de Gobierno de coalición con los de Santiago Abascal.

La esperanza del PP es colocar tanto a Vox como al PSOE contra la pared consiguiendo el voto a favor de los partidos de la España vaciada (Unión del Pueblo Leonés, Soria ¡Ya! y Por Ávila). Es decir, 38 escaños, a 3 de la mayoría absoluta de 41.

Si se logra esa carambola, Génova cree que el PSOE podría verse obligado a facilitar la investidura dado que la alternativa sería un Gobierno con Vox.

Génova cree que esa opción podría también obligar a retratarse a Vox, dado que la alternativa sería una convocatoria de nuevas elecciones donde los resultados no serían previsiblemente muy diferentes a los de este domingo. La dirección del PP confía además en que, de repetirse las elecciones, los votantes de Vox castiguen a su partido por no haber facilitado la investidura de Alfonso Fernández Mañueco. 

Salvar al soldado Casado

Pero ese plan, que le permitiría a Pablo Casado salvar su estrategia con vistas a las elecciones generales, choca como es evidente con los intereses de Mañueco, que no comprende por qué el PSOE puede pactar con Unidas Podemos, ERC o incluso EH Bildu mientras que el PP debe permanecer atado de manos por las líneas rojas señaladas por la izquierda

Los ánimos en el PP no se corresponden con los que se le supondrían a un partido que ha logrado retener uno de sus feudos tradicionales. La más reforzada en el partido por el resultado, de hecho, ha sido Isabel Díaz Ayuso. Porque fue Génova la que quiso romper el gobierno en Castilla y León e ir a elecciones anticipadas para demostrar que la victoria de la presidenta en abril de 2021 no fue mérito suyo, sino del PP. 

Casado tiene fuertes incentivos para rechazar un gobierno de coalición junto a Vox. El primero de ellos, evitar la movilización de la izquierda. El segundo, impedir que se generalice la percepción de que el voto a Vox es un voto útil porque permite condicionar las políticas de un PP al que se acusa de moverse en parámetros ideológicos más cercanos a la socialdemocracia que a los de un partido de centroderecha liberal. 

Los incentivos de Vox

Tampoco es 100% evidente que Vox tenga verdadera intención de entrar en el Gobierno en Castilla y León. Y eso a pesar de que Santiago Abascal dijo claramente en su discurso del domingo por la noche que Vox quiere entrar en ese Gobierno y que Juan García-Gallardo sea vicepresidente de la comunidad. Los resultados, mejores que los de Ciudadanos en 2019, le avalan en su pretensión. 

Pero también es cierto que si no entra en el Gobierno, Vox evitaría mancharse con la gestión del día a día y seguiría manteniendo entre sus votantes el aura de partido inmaculado e irredentista que no negocia ni pacta ni cede en sus principios elementales.

El problema, en cualquier caso, lo tiene Pablo Casado. Porque es él el que ha decidido llevar hasta las últimas consecuencias su política de no a Vox. ¿Resistirá Casado en su Numancia particular frente a la presión de Mañueco, de Ayuso y del resto de los barones que discrepan de su estrategia a medio y largo plazo? El futuro de la derecha española se juega en Castilla y León durante las próximas semanas.