La escalada interanual del Índice de Precios de Consumo (IPC) del 4%, motivada fundamentalmente por el encarecimiento de la energía, ha encendido todas las alarmas. Hay que remontarse nada menos que a septiembre de 2008 para acercarse a esa cifra.

La inflación supone el encarecimiento en cadena de todos los productos, desde la gasolina hasta el pan, y afecta fundamentalmente al ciudadano medio. Las clases medias y bajas sufren más estas variaciones de los precios, sobre todo cuando no aumentan los salarios y se produce pérdida de poder adquisitivo. Por eso se dice que la inflación es el impuesto de los pobres.

Pues bien, los registros del Ministerio de Trabajo reflejan un incremento salarial medio del 1,5% en el último año. Basta un sencillo cálculo para comprobar que el aumento de los precios es un 160% superior al de los sueldos. Tal desequilibrio castiga el ahorro y convierte en exigua la subida del Salario Mínimo Vital.

Esta dinámica no podía llegar en un peor momento, cuando España busca recuperarse sobre una base aún muy dañada, con una tasa de desempleo del 25% (del 38% entre los jóvenes) y con casi 300.000 trabajadores acogidos al ERTE tras la pandemia, según los datos de agosto.

Previsiones

Resulta complicado abstraerse de este contexto y confiar en el optimismo de la vicepresidenta Nadia Calviño. De entrada, Moncloa contaba con un repunte del 2,8% del PIB durante el primer trimestre del año, pero el INE lo ha rebajado hasta el 1,1%.

Con el primer escenario, Calviño asumía que la crisis quedaría atrás y se recuperarían los empleos perdidos por la pandemia en lo que queda de 2021. Pero los datos del INE revelan que la economía española padece un daño más profundo que el que se presumía, y las previsiones sobre la inflación no invitan a confiar en la remontada. El Banco de España advierte de que tocará techo en noviembre. Y la política monetaria que llena el mercado de dinero y permite a España financiarse a precios muy bajos no durará eternamente.

Más dudas

Es cierto que el Banco Central Europeo (BCE) sostiene que estamos ante un fenómeno transitorio y que la situación está bajo control. Pero el problema global de suministro de gas indica que la factura de la luz seguirá al alza. Quizás por eso tantos expertos ponen en duda las previsiones del BCE.

Por ejemplo, Kenneth Rogoff, antiguo jefe económico del FMI, sugiere que el escenario actual guarda cada vez más similitudes con el de los años setenta, cuando Oriente Medio subió los precios del crudo y desencadenó una crisis global. Ante estas advertencias, sería un error que España bajara la guardia.

Todos recordamos cómo acabaron los países incapaces de echar el nudo a una inflación descontrolada. Ni el Gobierno ni las instituciones europeas pueden permitir que la historia se repita.